Abro un libro. Hay recuerdos en él. Recuerdos de otros. Dos entradas para los toros, del 12 de octubre de 1992. Madrid, Las Ventas. Yo tenía entonces cuatro años largos. 23 traslaciones solares después, ha llegado a mí, desde Dios sabe dónde. Una postal, del mismo año 92. Hotel Al-Andalus, Sevilla. Su cartelón fluorescente se ve desde una de las tribunas laterales del Villamarín, los días de partido. Una postal de Navidad, que es un cuadro renacentista, un Nacimiento. Humera, Madrid. No las percibo, porque seguramente no existan, las huellas de las personas, o de la persona, a la que perteneció todo esto. Pero quizá estén, quizá algo de ella aún perdure impregnado en el cartón, en el papel. Hay algo de panteísta en esa superchería, lo sé. «Dios está en todas las cosas». Vidas de otros. Me siento un intruso. Puede que al final, lo que dejemos aquí sea esto. Tiene todo el sentido: fragmentos dispersos, inconexos, aleatorios y no lineales, de nuestros actos. ¡Y anónimos! Nos esforzamos por realizar acciones que graben nuestro nombre en el mármol del tiempo, pero intuyo estamos condenados a ser como los artistas medievales, cuyas obras eternas no han guardado su memoria, pues no las firmaron. Hace una niebla hoy, propia de un poema de Poe. Quiero escribir. Ocurre que las ganas me vienen por oleadas, como ráfagas que embaten los muros bien cimentados de mi desidia. ¿O es que tengo miedo? El horror vacui es real, es real. Y el del folio en blanco. Ayer estuve en el Puerto de Bonanza, en Sanlúcar, viendo la nao Victoria. El nombre de la calle donde vivo, es Juan Sebastián Elcano. Pero, qué desagradable es la gente, todo lleno de mujeres con sus niños vociferantes, de hombres exhibiendo esas sonrisas zafias de los cuadros flamencos del XV, esas sonrisas grandes y palurdas y dentudas y oscuras, desorbitadas y lacerantes a la vista y al buen gusto. Uno no puede, en este mundo superpoblado, ni recrear tranquilamente, en paz, en silencio, sus propias fantasías a bordo de un barco, sin que alguien le de el coñazo.
27-01-16
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