El domingo, Arturo Pérez-Reverte me contestó un tuit. Con esta frase podría iniciar una novela, o mi propia biografía. Pero, es verdad. Toda mi vida tuitera había intentado que me dijera algo. Sé que con los ídolos pasa que mejor, desde lejos. Porque desde cerca se le ven las imperfecciones, ya saben: los arañazos en el mármol, los renuncios, las cosas que el feligrés no puede ver de Dios y que convenientemente, la liturgia nos lo esconde entre sombras y sahumerio. Para que no nos flaquee la fe. No obstante, pensé: qué gran tiempo para estar vivo. Alguien se imagina que un francés, digamos, de Perpiñán, muy lejos de París, o mejor, de La Martinica, más lejos todavía, en 1859, por decir algo, hubiera podido hablar siquiera un momento con Victor Hugo mediante un trozo de plástico de tamaño menor que el de un tercio de cerveza. Qué cosa tan magnífica, la tecnología. Y aún persiste quien sostiene, aunque sea en voz alta -casi nada de lo que se expresa en voz alta, es verdad- que antes, en cualquier tiempo anterior, se vivía mejor que ahora. ¡Cuán obtuso es el hombre, encadenado al tiempo presente, sin más horizonte que su nariz oblonga y fea!
26-01-16
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