He escrito bastante estos días, en el librito. Veo con algo de asombro, que se me da mejor escribir diálogos que describir paisajes o pensamientos. Quiero decir, que fluye con mayor facilidad de mi mano el encuentro verbal entre dos personajes, que lo otro. La calidad de una y otra cosa, ya es cuestión distinta que escapa a mi juicio. Escribir es una ocupación curiosa. Siempre tuve claro que es a lo que me gustaría dedicarme. Vivir de ello, digo. Esa fue la razón por la que me hice periodista, razón tan vana como la de tantos que caen en este oficio no de pie como los gatos, sino de cabeza en piscina vacía. Lo bueno del paso del tiempo es que desbasta y pule los aires y las pretensiones. También la escritura. Entre otros, un motivo de mantener este dietario es reducir quirúrgicamente mi manera de teclear. Que todo gire en torno al verbo, como le dijo a Hemingway su primer editor. ¡Pero es tan difícil! Quiero ser aséptico, que parezca que miro y anoto. Luego contemplo el adverbio que sobra o la perífrasis barroca, y bufo. Quiero cortar, que la palabra sea bisturí. Pero empiezo y todo se desboca. Rataplán. Y sale la parrafada. Es defecto éste que espero maten los años. Decía que por querer vivir de escribir, escribo todos los días. Pero heme dado cuenta que la mente guarda en sus alforjas una cantidad limitada de palabras, por día. No puedo escribir más de lo que a lo que se ve, me está dado cognitivamente; a no ser que cambie de raíz mis hábitos desordenados y me clave a la silla como un crucificado al madero. Es esto de escribir una tarea que antes gozaba y ahora me pesa. Sin embargo, prodúceme las satisfacciones más intensas cuando se da lo que quiero. En lo que paro mientes, es que cuando logre, si logro -despojémonos de todo optimismo pueril- algún éxito en este campo, podré forrar un castillo entero con las palabras-peldaño que habré escrito para alcanzar ese balcón. Sólo de pensarlo, bostezo.
21-01-16
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