Real Madrid 5-1 Sporting de Gijón
En mi casa, somos abonados a Orange TV. Últimamente, ora sea por el router, ora por la conexión, cada partido del Madrid parece uno de esos capítulos de series vistos online que van a saltos. Cuando Benítez, hasta lo agradecía. Ahora, esta circunstancia estimula mi avidez hasta convertirla en ansiedad insoportable. Cuando la señal se estabilizó, el Madrid ya ganaba 2-0. La primera parte fue todo electricidad y magnetismo. Combinaciones abrasivas, raids desde el centro de la defensa a las alas de la defensa del Sporting, un Madrid trémulo. Esta es la mejor virtud de este equipo, la trepidación, fenómeno extraordinario cuando en las transiciones defensa-ataque se concitan la velocidad, la precisión y la imaginación. Los cuatro jugadores más imaginativos del Real, estaban sobre el verde. Marcelo, Modric, Isco y Benzema, desgarraron el velo y de la estancia sagrada del templo manó la verdad. Bale parece en un trance, poseído por la revelación: sus cualidades atléticas están orientadas hacia la ocupación del espacio y mantiene el pulso de caudillo, que tanto se le añoraba. Ronaldo marcó otros dos grandes goles de capocanonniere, quién sabrá cuánto durará esta metamorfosis de fraternidad para con el resto. Zidane ha traído consigo el sprit de corps, y el Madrid parece otro. No mentaremos más, la cuestión ética: todos estos jugadores son culpables de deslealtad, el peor de los pecados, pero mientras nos lleven a la Luna, la película merecerá el precio de la entrada. De la moralidad me ocuparé cuando tenga hijos. Zidane parecía Georges Méliès, con su calva, su ilusionismo, su tres cuartos azul intenso, su resplandor de otra dimensión.