He observado que la resaca produce un estado de ánimo particular. Transforma el alma en una materia impresionable, extremadamente voluble. Su sensibilidad aumenta, se vuelve harto grande. Una imagen, un sonido, la luz, o su ausencia, transforman el espíritu, lo voltean, retuercen los límites de la percepción sensitiva. A medida que el ibuprofeno calma la deshidratación, el latido de la sangre se acompasa y deja de retumbar en la cabeza, esta sensación se agudiza: luego desaparece, paulatinamente, hasta volverse sólo amargor en la boca y un profundo hastío, mezclado con desasosiego. Voy a la libreta donde anoche, ebrio, apunté algunas necedades: «Nunca se está suficientemente borracho. Nadie sabe cuánta es la tragedia cuando amanece. Nunca es demasiada la noche. Nunca es suficiente nada. Estas y otras tonterías por el estilo son el fruto podre de la mente de un borracho. ¡Incluso las tuiteé! Ese embarrasment del día después de quedar en pública evidencia. Grande y admirable es la ebriedad, en cada individuo es un mundo observable, perfectamente estudiable, asombroso y fascinante al mismo tiempo, desde un punto de vista estrictamente científico. Dejé todas las tareas pendientes de ayer, y de hoy, en suspenso. Qué más da. A veces hay que mecerse con el compás de la vida lenta de los pueblos. No hace daño si uno sabe administrársela, como dice Escohotado que hace con las drogas.
16-1-16
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