No sé qué es el amor. Por lo menos no hasta el punto de pontificar sobre ello. Una profesora que tuve en la Universidad, de Literatura Contemporánea, o Poesía Española Contemporánea, o algo así, muy buena profesora por cierto, muy vehemente, apasionada, decía que el amor no existía. Que era una construcción social. Puede ser, puede ser. Quizá haya algo de verdad en eso. También creo que hay algo de verdad en lo que uno siente, o interpreta que siente. Al fin y al cabo son conexiones químicas reproducidas en nuestro cerebro a milésimas por segundo. Un disparate inconmensurable, como cuando uno mira una ciudad desde una gran altura, y sólo ve azoteas y lejanía. Puedo decir, eso sí, que en el amor, al menos en el que no es enamoramiento liviano y frenesí que pasa, hay, sí, solidaridad. Es compartir: la alegría, como un estado natural de contento, una satisfacción espontánea; la tristeza, o la miseria, como una carga que hay que sostener a medias. Sin vacilaciones. He pensado mucho en eso hoy. Por fin he terminado de meter en el folio un tema largo. Voy por la tercera de Borgen, he empezado a Montaigne, tomo muchas notas sin saber muy bien para qué -me engolosina acumular libretas, cuartillas y hojas sueltas, como si eso en sí mismo significara algo-, ha hecho sol, bastante frío, y me duele la cabeza. Haré deporte, luego. Me servirá para dejar al pairo muchos pensamientos excesivos a los que hay que abrir la ventana, o darles un objeto sobre el que actuar, como decían los clásicos. Para que no se enquisten. Siguen las turbiedades, pero hoy, a diferencia de la víspera, he sentido una cierta y rara serenidad a la hora de afrontar el panorama general de la batalla.
14-01-16
0