Real Madrid 5-0 Real Club Deportivo de La Coruña
Advino el chamán, y el Bernabéu palpitó como un avispero al que le tiran gasolina. La propuesta estética varió ciento ochenta grados. Se tuvo la pelota, y la fuerza telúrica del madridismo sonrió: esto sí, esto sí. No obstante, aunque ayer Zidane hubiese ofrecido la espantosa visión de un caballo negro sembrando la muerte entre sus propias filas con una guadaña atada en las crines, el estadio habría aplaudido igual. Fue una soirée terapéutica, de reconciliación con el pasado. De perdón. De ánimo para el futuro. Bale marcó tres buenos goles, y parece que quiere liderar. Quizá lo consiga, tal y como de disperso está el caudillaje del actual Madrid. En el túnel, antes de empezar, Zizou y Benzema se susurraron en algún dialecto prerromano de la Tingitana, palabras de amor sórdido y suras con algunos nombres de Alá. Brujería mediterránea para rescatar al Madrid de la nostalgia de sí mismo. Brilló Carvajal, Pepe continuó en el once por alguna esotérica razón relacionada sin duda con la fragilidad polinesia del Hércules Varane, y Modric dio de nuevo ese paso adelante con la bola cosida al empeine, que es en sí mismo, una declaración de guerra.