Día de Reyes. Ha hecho un sol espléndido, y también frío. Sin viento, que es lo que hace a los días de invierno tolerables e incluso apacibles, en la provincia de Cádiz. Día también, del inevitable Roscón. Anoche me acosté y sentí que de esa ilusión antigua, ya no queda nada. Las noches en vela atisbando sonidos. La madurez es una derrota interminable. Quizá incurra en una boutade, pero el Roscón me parece una reminiscencia de cuando España era un país pobre. Dos trozos de bollo de aceite, harina, huevo, que en sí mismos no hay Dios que se lo trague, y al que hay que meterle dentro nata y fruta escarchada para hacer la cosa más atractiva. Ahora que volvemos a ser pobres, aunque hayamos olvidado a serlo, el Roscón se vuelve metáfora precisa: la realidad es indigerible. Pero, claro, hay que comprarlo. El peso de la tradición, que es la inercia muda. Menos mal que me desquité, a la hora del vermú, con un tartar de atún rojo y un plato de bígaros. Menos es nada. Ha terminado la Navidad. Vuelve a girar el mundo. Pero, me han regalado una cámara réflex. Tengo tantas cosas que crear, y tan poca técnica.
06-01-16
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