Real Madrid 3 – 1 Real Sociedad
Para el madridismo, dominar es un modo de vida. El dominio al modo masculino, esto es, tener la pelota, llevar la iniciativa. El ir siempre al ataque, sean cuales sean las circunstancias. El control pasivo que tan de moda puso el barcelonismo, con Guardiola, es otra cosa, otra proyección cultural distinta. El alma madridista no vive si no es en una inclinación permanente: hacia el peligro, hacia la lujuria, en voluptuosa convivencia con el caos y la esquizofrenia. Por lo tanto, si hay algo que no tolera el madridismo, ni la sede de su soberanía nacional, el Bernabéu, es la sumisión. El Madrid de Benítez se está acostumbrando a correr tras la pelota, y a vivir enajenado del espacio. Eso subleva al madridismo en un plano irracional, inconsciente e incontrolable. Digamos que el Madrid de Benítez, sin que uno quiera ni sepa por qué, predispone negativamente al hincha. La Real dominó y meció la pelota, con criterio, gusto y equilibrio: con cierto sentido estético, que es lo único que uno le pide a su equipo cuando no puede pedirle otra cosa. Illarramendi mostró unas aptitudes extrañas que parecía haber tenido escondidas durante los dos últimos años. Se ha dejado hasta flequillo; su cabeza es fría y sus tobillos, elásticos, y percute donde los registas, en la corona del área rival. Ganó el Madrid con 2 goles de Ronaldo. El segundo, un buen gol. Su mejor acción en varios meses. Se acaba 2015, el año en que lo peor que pudo pasar, efectivamente, pasó.