Real Madrid 4-1 Getafe
En el modelo clásico de batalla, dieciochesco, un ejército llegaba a un campo y cañoneaba lo que hubiera delante. Pam, parampam, pam, pam. Una o dos horas. Caña al mono. Al cabo, mandaban la caballería, y luego, al fin, entraban los infantes. El Madrid hizo eso con el Getafe. En 15 minutos volteó el partido. Un cuarto de hora de fuego ininterrumpido con lo mejor de sí mismo, que casualmente, es el legado de Carlo Ancelotti. Líneas abiertas, Kroos en la base, Modric en el meridiano de Greenwich marcando la hora, y Benzema dibujando triángulos en la marea. La vida que fuimos proyectada en la pared. Golearon los tres delanteros, se combinó rápido y con cierta alegría, y Lucas Vázquez demostró ser más imprescindible en el momento presente que Bale o Ronaldo. Aventuró Benítez una defensa de tres, con carrileros largos y el apoyo constante de Vázquez. El equipo adquirió una elasticidad no vista desde enero. Fue una ensoñación fugaz. En la segunda parte, todos se convirtieron en efigies. Bullanguero el Bernabéu, se meció el Real como un viejo de pueblo que vuelve de la tasca. De aquí para allá, marcó el Getafe al tiempo que Bale se preguntaba cuándo empezarían las carreras de caballos en aquella pradera tan verde y, que parecía Royal Ascot. La naturaleza verdadera de este jugador continúa siendo un misterio incluso para los analistas más reputados.