Sociedad Deportiva Éibar 0 – 2 Real Madrid
Ipurúa parece un Club de Campo, de estos que se hacen los pijos en las ciudades para hacer sociedad y relacionarse. A pesar de la estrechez y de la verticalidad de las gradas, en el norte ya no hay hostilidad. Sobre todo en el País Vasco, donde todo está barnizado por la pátina del sport. Parece un buen sitio para vivir. Cuando se vive bien, odiar es complicado. Hay que hacer un gran esfuerzo. En la Vasconia de los 80 se hacían esfuerzos notables, a pesar de que vivían bien, teniendo en cuenta la época. Mejor que en casi cualquier otra parte de España, como ahora. Pero ya se odia menos. Tienen de todo. Ipurúa es comunal, también. Un espacio de recreo parroquial. No consiguieron ahogar al Madrid, que ya camina por la vida arrastrando una bombona de oxígeno. Bale cabeceó con el hopo y Ronaldo falló un haz de ocasiones de esas que no desperdicia Luis Suárez. Parece atrapado dentro de un espejo, cautivo de su propio reflejo. Alguien le ha dicho que ha nacido el Niño Rey y está desesperado por encontrarlo y darle matarile. Descolló Mateo Kovacic, un centrocampista mestizo en el que todavía se advierte el fuego seminal. Cara de púgil y agresividad eslava, bracea y corre como si jugase en la calle. Rasga el campo con una cuchilla y se maldice cuando la pierde. Eso, en este Madrid, produce un efecto parecido al de inyectar sangre nueva en el esclerótico linaje de los Habsburgo españoles.