(Microrrelato presentado a un concurso y que, naturalmente, no ha resultado ganador)
Llevaba tanto fuera de casa, persiguiendo guerras lejanas, que cuando vio aquella botella, rojiza como el alba, creyó estar soñando. Estaba en un palacete abandonado, cerca del frente, con la cámara en ristre y el bloc de notas bajo el chaleco antibalas rotulado con la palabra “Press”. Se erguía en medio de una mesa larga abarrotada de copas, platos a medio comer, y pan. Algo espantó a quienes despachaban aquel festín, y al huir se olvidaron de la botella de brandy. El reportero la agarró, mirándola como miraba hacia Jerez entre las lomas de ceniza y el cielo azul de verano, cada vez que regresaba después de una de aquellas guerras. Bebió; sintió el brandy por la garganta a la vez que cerraba los ojos y dejaba que el sabor le recordase cómo olía la tierra en la que su abuelo, de niño, le enseñaba a podar las viñas.