Historias en lápidas

Un cementerio es un lugar que cuenta historias. El de Chipiona se llama de San José. Es un edificio encalado, de planta rectangular. No tiene demasiado interés: un patio central, dos calles a cada lado del pasillo principal, y unos abetos circunvalando el perímetro. Es uno de esos típicos cementerios de pueblo andaluz donde no hay enterramientos en el suelo, más allá de los nichos que ocupan la primera fila de cada bloque.

Las paredes se alzan hasta en cuatro y un quinto piso, más moderno, que empieza a llenarse. Sólo hay una tumba propiamente en el suelo, la de Rocío Jurado, ubicada en el centro geométrico del camposanto. Privilegios de tumba, que es a lo que hemos llegado los hombres, tras tantos siglos luchando contra los privilegios de cuna.

Paseando por una de las calles laterales, del lado Este, encontré la primera de esas tantas historias. Tras una lápida de mármol blanco descansa Rafael Guillén y Estévez, fallecido el 6 de septiembre del año 1895. Alcalde que fué de la ciudad de Cádiz. Esto me llamó la atención. Googleé rápido y me asombré al descubrir que, desmintiendo la humildad del epitafio, el señor don Rafael Guillén y Estévez (ese cuenta otra historia) fue nada menos que el primer alcalde elegido democráticamente en Cádiz.

Miembro del Partido Republicano Democrático Federal, matriz de la rebelión cantonal que tendría lugar varios años después, Guillén y Estévez salió como alcalde de Cádiz en las elecciones generales de enero de 1869, primer sufragio censitario (hombres mayores de 25 años) convocado por el Gobierno Provisional que La Gloriosa deparó a finales del año anterior.

Guillén Estévez fue depuesto a finales del 69 de forma poco democrática; aprovechando un conato de revuelta en la sierra gaditana liderado por el anarquista Fermín Salvoechea, hoy icono del alcalde Kichi, uno de los popes de la vieja Unión Liberal, el valenciano Juan Valverde, celebrado por la crónica común, recuperó el poder municipal que ya había ostentado con anterioridad. De Guillén hoy sólo queda el recuerdo de uno de los más honestos y escasos ejercicios de laicidad realizados en España. Y su tumba en Chipiona, que acabo de descubrir.

En la misma pared, otras dos lápidas. En una, sobre gris oscuro, se dice: Otra víctima de los rigores del mar. Guillermo Miranda Jurado, que dejó de existir en Bonanza, víctima de un abordaje en el vapor Guipúzcoa. Ocurrió en 1924, pero Internet no ha dejado constancia. La bonhomía de la época, reflejada en el eufemismo los rigores del mar, cuenta le resignación fatalista con la que la gente de entonces asumía lo que no era sino rigor del hombre considerado, como el del mar, como fenómeno natural irreversible. Otra época, otra raza.

Más adelante, la lápida de Josefa Castro, muerta a los 24 años, el 24 de marzo de 1934. De la historia de Josefa quizá ya no quede memoria. Pero en sus letras de molde clásicas, tan elegantes, escritas como en una hoja, a la derecha de su nombre, perdurará siempre el rastro inefable del amor de su marido:

Yo no quisiera vivir,

vivo por tu hijo inocente,

y me quisiera morir,

sólo por volver a verte.

Tu esposo.

Otra historia es la del joven sargento muerto un siglo antes del abordaje al Guipúzcoa, caballero de la Real Orden Militar de San Hermenegildo, también enterrado en Chipiona, junto a Josefa, el marinero Guillermo y el alcalde Guillén y Estévez. Más adelante, varios voluntarios falangistas muertos todos el mismo día de enero de 1937, en la batalla dada en Júzcar (Málaga) por la Primera Bandera Falangista de Cádiz -compuesta por 3212 hombres- a la guarnición republicana que defendía el Valle del Genal.

Sus lápidas, ya en la tapia Oeste, en dos filas, cuatro encima, tres debajo, son blancas. Las letras grabadas en negro reflejan la iconoclasia de la creencia fascista, tan fría, tan despojada. El último llamamiento: ¡Camarada! como si de la muerte se pudiera volver.

En un hueco, a continuación de los falangistas, el pequeño nicho semicircular de un requeté. Otro al que, como a ellos, no le sirvió de mucho ganar la guerra. Su apellido, Galafate, netamente chipionero, niega cualquier vínculo navarro. Tradicionalista, muerto por Dios, por la Patria y por el Rey. Está escrito en caracteres muy embotados, barrocos, repujado sobre el mismo mármol blanco. Está cerrado por un ventanuco, como muchas de las tumbas viejas. Cada época, su estilo.

Alguien ha dejado a los pies del nicho del requeté, un ramo de flores cuyo jarrón es una botella de agua. Las flores tienen un lazo tricolor. Rojo, gualda y morado. Quizá se trate de un ajuste de cuentas a través del tiempo. De otro modo, sería un detalle feo, espejo de maldad resabiada. Los vivos siempre jugamos con ventaja.

2 Comentarios

  1. hola, he leído el artículo y me ha impresionado porque estoy buscando a familiares de mis abuelos que eran de Chipiona y solo se que mi bisabuelo se llamaba Guillermo Miranda y era marinero y murió en el mar tal vez podría tratarse de él, se que su esposa se llamaba Dolores Muñoz, y tuvieron 4 hijos: Diego, Guillermina ,Dolores y Manolo. Si supieran algún dato de ellos, por favor agradecería que me lo aportaran, muchas gracias !!

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