Real Madrid 1 – 0 Paris Saint-Germain
El Bernabéu presentaba el aspecto de las noches de postín. Pero en el vestíbulo se colaron unos grandes hombres vestidos de negro. El París Saint-Germain abusó de la técnica mientras que Benítez refugió a su Madrid en la mecánica. Ganó el Real. Parapetados en torno al triángulo isósceles formado por Ramos, Varane y Casemiro, el Madrid se proyectó en oblicuo sobre el campo francés. Ronaldo parecía Jack Shephard en Lost, náufrago en el vértice de la jugada, tan lejos. No tocó un balón importante. En la primera parte, el PSG, sin Verratti pero con Rabiot, fue vertical. Por eso dañó al Madrid por el costado de Danilo, desde donde la jugada se balanceaba hacia el otro córner. Di María se ensimismó como si tuviera delante a la novia del instituto, la primera novia. La pelota dio tres veces en los postes del Madrid. Una noche de agosto, Keylor Navas enterró un rosario, una esquirla de bala manchada con su propia sangre, y una estampita de la Canina del Santo Entierro sevillano, bajo el punto de penalty de la portería del fondo sur. Desde entonces domina los proyectiles hacia él lanzados con una ciencia balística de orden telekinético. Nacho marcó el 1-0 en una jugada extravagante, justo tras relevar a Marcelo. El gol compendió la sublevación de 1808: el francés avanza desnortado y el español acuchilla con avidez. Modric sintió el latido del partido y Kroos aseguró el fondeo, en el enésimo truco de ambos mediocentros. Dominó entre líneas el francés con grandeur pero sin sangre, y Varane cosió todos los desgarrones elevándose como un Gulliver sobre un liliputiense llamado Zlatan. El Madrid cultiva el agonismo mientras su afición se pregunta si tiene alforjas para este viaje.
Cartas del Mediodía 