Atiende a las historias del hombre con el gesto inalterado. Él seguirá aquí cuando yo me haya ido. Seguirán sus olas, preñadas de luz. Seguirán sus arabescos de espuma blanca entornándose sobre la arena. Seguirá el cielo azul trallando sobre la mar y sobre la arena y sobre las dunas de cada tarde de septiembre. Nuestra pasión, pequeña y enmarañada, no se puede comparar con esta pureza inmensa, azul, brillante. Yacemos en un piélago de fango, estrecho, sucio, que nos asfixia. Él, en cambio, es incólume, se expande hacia el infinito. Su límite no es tal. Nosotros vemos el horizonte como una frontera, pero jamás podremos alcanzar esa raya que el cielo marca con el océano. Iremos más y más allá, acercándonos, pero como Tántalo, nunca podremos tocarlo. Es la condena por ser tan minúsculos, por vivir nuestros sesenta o setenta años de vida, de espaldas a la infinitud.
Piélago
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