Malmö 0 – Real Madrid 2
Llegué media hora tarde, al partido, justo cuando atacaba el Madrid. No me dio tiempo a sentarme cuando el Real contragolpeaba, Isco bailó claqué en el vértice de la jugada, cuando rompe la ola, y la pelota le llegó a Ronaldo. Tuvo tiempo, acomodó el pie, y con la violencia precisa batió al meta del Malmö, cruzando el chut como una hostia dada con el revés de la mano. Entonces advertí que en la parte posterior de sus camisetas celestes, los jugadores del equipo local llevaban lo que parecía una bandera de Dinamarca. Malmö está en Suecia, fue lo primero que se me vino a la mente. Pero cerca de Copenhague, recordé. En medio está el famoso puente Oresund, la obra anfibia más extraordinaria concebida por la razón humana. Dudé. Sí, efectivamente, aquella bandera que lucían los rubiascos futbolistas del Malmö era roja y sus franjas cruzadas parecían blancas. Dinamarca, es eso. Claro. ¿Pero no nació Ibrahimovic en Malmö?
De la duda me sacó un tuitero: era la bandera de Escania, provincia que parece la nariz de Escandinavia y que pertenece a la corona sueca desde que se la arrebató a la monarquía danesa en 1650. Google me confirmó que la franja de la bandera no era blanca, sino amarilla, y yo les estoy contando todo esto ahora porque, como les dije arriba, no vi ni la mitad de la primera parte. Tampoco es que hiciera mucha falta.
El Malmö es el típico equipo que aparece de higos a brevas en la Copa de Europa. Nórdicamente nórdico, nordiquísimo, de hechuras y trapío sacados de IKEA. Un campo coqueto, pequeño y verde como la esmeralda, diseñado a la medida del eslogan aquel, menos es más: la república independiente del campo del Malmö, un lugar tan idílico que viéndolo por la tele desde la ruidosa, maleducada, incívica España donde ya es octubre y todavía sudo por las noches, dan ganas de irse a vivir. Es tan confortable Malmö, con su campo, con sus muchachos, su gente que no para de animar, su socialdemocracia asistencialista en la que el Estado no sufre de elefantiasis y la gente no conoce el paro, irreprochablemente responsables, que no tienen la sangre que hay que tener para ganar al fútbol. Zlatan la tiene y porque es bosnio. Los suecos no pasan hambre desde antes de las Cruzadas y eso se nota. No tienen picardía ni saben a qué huelen los contenedores, porque seguro que los tienen todos soterrados.
Malmö sirvió para que Ronaldo marcase dos goles más. Estuvieron bien y su manufactura indica el único futuro que tiene este hombre en el Madrid que se viene, que es la punta del ataque. El Madrid se dejó llevar. Varane y Nacho son un hombre y medio, el gigante y el cabezudo, Don Quijote y Sancho Panza. El francés multiplica su presencia en los frentes potencialmente peligrosos y Nacho se dedica a repetir el credo con cara de susto como hacíamos nosotros en catequesis. El credo siempre fue demasiado largo y a Nacho se le olvida, por eso Benítez parece haber trabajado más las diagonales en repliegue de Carvajal y el lateral izquierdo, que anoche fue Arbeloa. Que tus escuderos de las bandas te cierren la cremallera de la bragueta siempre inspira más confianza, establece como un código no verbal entre el central inseguro, que es la pieza a proteger, y el sistema.
En el medio se sucedieron las variantes. Casi todo el tiempo estuvo Casemiro de 5, con Kroos y Kovacic muy largos, uno por la derecha y el otro por el ala izquierda. Pero se juntaron con superglú todo el tiempo, en la misma línea horizontal. Parecían peones de ajedrez. El fútbol no fluía pero al Madrid le daba lo mismo, ya que eso era, justo, lo que todos querían: nadie parecía querer correr más de lo estrictamente necesario, y desde Malmöe se veían las banderas rojas del Calderón.
Carecía el partido de nervio, como aconsejaba la lógica. Ronaldo apenas se movía, Isco se resbalaba por la pradera sueca y Benzema atravesaba las líneas de presión contrarias con la ligereza acostumbrada: aquí bajaba un melón acolchándolo con el pecho e iniciando el contragolpe, allí taconeaba para romper el dibujo y dejar solos a sus compañeros. Pero el ritmo no le seguía. A quien más afectan los partidos de volumen bajo es a Isco, un jugador telúrico cuya efectividad va siempre de la mano del vértigo: cuanto más rápido ejecuta el Madrid, mejor juega Isco, y al revés. Benzema es el único que no necesita de la chispa colectiva para encender la hoguera, pero anoche ni siquiera Benítez quería que la mecha estuviese encendida demasiado tiempo.
Marcó otra vez, al final, Ronaldo: lleva la mecha caldeada bajo la manga, todo el rato, como los arcabuceros del Tercio Viejo de Cartagena que peleaban en Flandes con el Capitán Alatriste. Hasta eso, Kroos imantó el balón. Dio más pases de los que ningún parabólico pudo contar. Hacia atrás, hacia el lado, hacia delante. A veces Casemiro cruzaba el charco y se incrustaba en la playa abierta para Isco o para Benzema, entre los carrileros del Malmö y Carvajal; Kovacic asumía el rol completo de acaparador de balones y espacios en el lado izquierdo, cegado por la nula carga ofensiva de Arbeloa.
Jugó el Madrid de azul, un azul contestatario, bossy, como dicen los ingleses. Un azul que no concede nada a la mercadotecnia, que es sobrio como un español criado en los 70, como aquel Madrid que pergueñó el mito de la furia y los cojones cuando la clase y el dinero estaban en Barcelona. Eso revistió de seriedad un partido de segunda. Sólo movió la mesa el Malmö casi al final: un centro desde el lado de Arbeloa que un bigardo escandinavo peinó con malicia dirigiendo el flequillo al palo derecho de Navas. Ahí terminó todo, la comedia nórdica, el viaje astral hacia el récord menos amortizado de la historia del balompié internacional: Ronaldo ha necesitado aproximadamente 100 goles para ganar un título en su trayectoria como madridista. No es culpa suya porque como decía el poema, no fue él, fue su tiempo el que lo hizo.
Ronaldo ya es el que más goles ha marcado como madridista, y esto es inexcusable. Quedará para la posteridad, aunque a lo mejor cometemos delito de lesa actualidad al compararlo con Di Stéfano o Puskas, nombres mayestáticos burilados en la Historia con haces de Copas de Europa y Ligas. Cristiano no tiene culpa de haber ganado tan poco, con tantos goles en el saco; pero lo cierto es que esa circunstancia también es un fact.
Los suecos no tienen trapacería, no son capaces de esa piratería connatural de los mediterráneos. Por eso, cuando transgreden la ley, lo ven desde la Luna. La hostia que le dio uno a Lucas Vázquez fue diáfana, precisa, cirugía de los guantazos. Limpia y evidente. La roja más clara de la temporada. No se rindieron y siguieron corriendo, pero el Madrid meció el partido sin nervios, y sin nervio. Modric entró para anestesiarlo y Ronaldo revivió en la barbacana del ataque blanco, huérfano de electricidad desde que se marchó Benzema. Casemiro, Kovacic, Modric y Kroos alternaron los últimos minutos en la posesión larga, la extremaunción del juego. Quizá esa sea la fórmula de Benítez para sedar los partidos que salen miura: juntar centrocampistas y embotellar la pelota, tocarla tanto y tantas veces que hasta los propios madridistas terminen apagando la tele. No es descabellado, porque aunque la turbamulta despotrique contra el sopor, los equipos que más ganaron en el fútbol fueron los más aburridos.