Real Madrid 1 – Granada 0
La afición del Santiago Bernabéu goza de una particularidad, como los catalanes. Como éstos, todo el rato están abrasando a los demás, blandiéndola al estilo de los derechos medievales: está el toro de Tordesillas, está el hecho diferencial catalán, y está la *exigencia* del Bernabéu, que es una cosa inalterable e inmarcesible a la que no se puede poner cara y nadie sabría, en puridad, definir. Pero haberla, hayla. Al Bernabéu le importa una higa que el equipo lleve tres partidos metiendo goles a jornal, o que no haya recibido uno en los primeros cinco encuentros de la temporada. El Bernabéu exige y exige, como un hijo único o una novia caprichosa que no está contenta con nada. Es curioso porque se incurre aquí en una graciosa paradoja. A Florentino Pérez se le afea, desde distintos sectores de la opinión pública madridista, la gestión capitalista del club. No obstante, cuando alguien comenta la impertinencia del silbatazo al equipo propio, sobre todo tratándose del segundo partido de Liga como local y dados los precedentes, en seguida surge la réplica implacable, mercantilista: yo he pagado mi entrada, y tengo derecho a que estos señores en calzonas me satisfagan, me diviertan y cumplan mis expectativas vitales postergadas por lo gris de la existencia media.
A despecho de todo lo anterior, lo cierto es que el Madrid jugó muy mal. El Granada expuso todas las deficiencias del neonato benitesco, como si de un cochino despiezado y puesto en el mostrador de una carnicería se tratase. Al Madrid se le vieron todas las junturas, los ángulos muertos, las asimetrías y los pecados veniales que venía soslayando con el desarrollo estructural de los primeros partidos. Pepe y Varane son como la ginebra y el vodka, que no pueden ser tomados a la vez ni en la misma noche, so pena de amanecer con una broca clavada en el hipotálamo. Isco interpreta mal su rol cuando Benítez lo ubica en el cuello de la botella del mediocampo: si Marcelo decide tomarse el día de asuntos propios y a Kroos se le derrite la CPU, Alarcón no lee el timing ni adecúa su ritmo de juego al del equipo. De resultas de sus tres toques de más, el Madrid se encorva como una vieja a la que le pesa demasiado la bolsa de la compra. Sin salida en la primera parte, los centrales buscaron mucho la diagonal de Ronaldo y Benzema, incapaces de coordinar ataques que profundizaran en la roca granadina.
Jugó Lucas Vázquez, un jugador anacrónico que se ha salido de algún álbum de Panini del tiempo de los García. Tiene buen desborde y un sprint poderoso, pero piérdese en rocambolerías cuando su par no cede al quiebro. Entonces se le atora el dribling, y a veces termina resbalándose como Drenthe, tropezando con el balón. A pesar de todo, tiene persistencia y está viviendo el sueño de la clase media, que es echar los dientes en la Telefónica que para todos los Vázquez de la España antigua es el Madrid. Vázquez dio cierta amplitud por su lado, pero Carvajal volvió a mostrarse indeciso en el desdoble, con lo que el Real perdió punch sobre los laterales del Granada mientras que en el medio Modric iba y venía por todas partes con la lectura del partido en la cabeza, sin encontrar a nadie con quien compartirla.
Kroos jugó su peor partido de blanco. Blando, a paso de tortuga, inseguro y por momentos, remiso a bregar, lastró a Modric toda la primera parte. Entre eso y la descoordinación entre Varane y Pepe, el Granada subió el culo hasta la medular del Madrid y empezó a jugar como si estuvieran contra el Getafe.
El Arabi, infiltrado entre los defensas de blanco, apuraba cada posesión para que la segunda línea interviniese tras los laterales del Madrid. Le anularon un gol al Granada que todavía no sé determinar si fue orsay o no, y Keylor intervino una vez; luego en la segunda tendría otra anticipación que salvaría el botín y quién sabe si Ancelotti no estará lamentando su servidumbre institucional tras el Mundial de Brasil, sentado ante una botella de vino en una terraza sobre el Adriático.
Pitaba el Bernabéu, creando hegemonía a partir de su irritante singularidad, y Ronaldo no pudo acallarlo esta vez: dispuso de un mano a mano bien resuelto por Andrés y sirvió otro gol a Modric que el portero al que el Oporto cambió por Casillas opuso una pierna mientras la inercia de la jugada le llevaba el cuerpo hacia el otro lado. Incluso el Madrid más carcomido por la apatía del otoño es capaz de desperezarse un par de veces y arañar a cualquiera. Esto lo sabía Sandoval, el entrenador del Granada, quien, desesperado, asistía en banda, con el traje que le compró la mujer en El Corte Inglés para la comunión de su hijo el mayor, a un par de ocasiones falladas estrepitosamente por sus delanteros morenos: lo mejor de la negritud ecuatorial que el Granada atrae hacia el Albaicín pecaron de frívolos, como si quisieran entrar en Europa haciendo un triple salto mortal con tirabuzón sobre la valla de Melilla y caer de pie ante nuestros picoletos como Jesús Carballo en sus ejercicios olímpicos. Así definió Success justo antes de que el Madrid sellara el partido.
Tiene el Madrid jugadores capaces de imaginar distopías orwellianas, y de ejecutarlas. Benítez mandó a Isco a la izquierda, donde la jugada ya le llegaba abocada y no por determinar, y entonces Isco zigzagueó entre laterales y carrileros andaluces hasta ver a Benzema trazando un desmarque espiritual hacia el segundo palo. La pelota salió tan tierna de la bota izquierda de Alarcón que Benzema hizo natural lo que sin ir más lejos, el otro día con el Shaktar, le resultó imposible: ruptura hacia el lateral, la espalda del central desalojada sin violencia, y el flequillo apuntando hacia abajo para batir al portero.
No precisó más el partido sino de otra para de Keylor a El Arabi antes de terminar. Modric transformóse en pastor de hombres, subiendo hasta los pastos del mediapunta y ejerciendo como tal in pectore, ante la dejación de Isco, más volante que nunca. Necesitó el Madrid de su líder y Luka fue caudillo, atrayendo el fútbol del partido como un imán. Este equipo puede jugar sin piernas, probablemente también sin brazos e indudablemente puede jugar sin portero, como se demostró el año pasado. Pero si le quitan a Modric, es un cuerpo muerto al que le han arrancado el corazón con una cuchilla de obsidiana.
El Madrid ganó con el Arte de la Guerra capellista burilado en el pecho: los porteros salvan puntos, los delanteros los ganan y el 1-0 es mejor que cualquier otro resultado que uno pueda imaginar.