Medio metro de encaje dorado

Escuchando hoy a Ramón Espadaler en la radio, el secretario general de Unió Democràtica me produjo la eterna sensación que para mí acompaña siempre al catalanismo: son el niño pijo y caprichoso que lamenta lo desdichado de su vida cuando su padre no le regala el Audi al cumplir los 18, sino tan sólo un Polo. El catalanismo lleva tres años amagando con un golpe de Estado, prometido ahora para la primavera de 2016. El relato enhebrado para sustentarlo sólo responde a argumentos emocionales (perdónenme el oxímoron). Los ciudadanos que viven en Cataluña no van a obtener con la separación ningún derecho civil, ninguna libertad, que no tengan ya. Pero: Cataluña quiere, Cataluña pide, Cataluña y España, como dos gruesas y bastas metonimias a las que esta gente llevan décadas dando vida, como hacía Walt Disney con los ciervos. Espadaler dice ser catalanista moderado y no estar a favor de la declaración unilateral de independencia. No obstante, se muestra muy en desagrado con el actual marco de relaciones entre España y Cataluña. Habla con ese tono melifluo con el que se dirigen a los demás en los medios nacionales, el visage fruncido en desdén condescendiente. ¡Estos españoles, que no saben nada! Oyéndole, me figuré Cataluña como una novia mandona que está todo el día pidiendo; una querida, una amante voluble de antojos muy caros a la que hay que estar constantemente satisfaciendo para que no se vaya de nuestro lado. A este paso, nos va a sacar todo el jugo seminal de nuestro ciclópeo y gigantesco falo de amor constitucional. ¡Todo sea porque a los dignos y sensatos, moderados catalanistas, esos que llevan tantos años haciendo tantas cosas por todos nosotros, les deje de resultar insoportable el actual encaje de Cataluña en España! ¡Cataluña tiene más encajes que el manto de la Macarena!