La regurgitación que ha traído consigo esa nueva forma de hacer política, patrocinada por Podemos, al final termina alcanzando el gran debate público acerca de las cosas políticas. Líderes de opinión, periodistas de referencia y, por supuesto, candidatos electorales, ministros y presidentes de aquí o allí, actúan como válvula de todo ese magma escatológico que depaupera el debate civil. El mecanismo es simple: la morralla cibernética que se agita bajo el árbol de spam de Podemos et al (Podemos, que no es más que puro spam) esputa numerosos eslóganes y mediante una martilleante acción de agitprop, logran colar algunas ideas gaseosas, simple champán pseudointelectual. Los medios tradicionales, que cabalgan a la par de los ambiguos e indefinidos nuevos medios digitales, abrazan esos resortes espumosos; y por decantación, una figura pública de relevancia lo acaba verbalizando, concretizando en palabras que son casi físicas, materiales, en una entrevista o en un canutazo a la salida de algún parlamento: segunda vuelta, que gobiernen las listas más votadas, listas abiertas, D´Hont, etc. ¿Qué significan estos graves conceptos? Nadie lo sabe, pues todo es ligero como aleteo de mariposa. Al final se esquiva con habilidad de subalterno, con estos capotazos retóricos, el debate higiénico con el que la vida civil debe depurar en la medida de lo posible los defectos de la gran obra imperfecta que es la democracia: el por qué del sistema electoral por el que nos regimos, la trascendencia de conocer el mecanismo que articula el gran robot de la democracia por representación parlamentaria. Más, ¿quién dijo que para ganar una cháchara salivosa en la barra del bar, o en el muro de Facebook, había que tener un conocimiento profundo de las cosas? En el fondo, nos encanta cerrar en falso cualquier discusión aludiendo a maquinaciones etéreas que, al final, acaban todas llamándose El Sistema, que tiene alma impulsora de movimiento, pues casi siempre el sustantivo va acompañado de una acción: El Sistema no quiere.
La pereza intelectual es el pecado mayor y más capital en que puede incurrir un hombre dizque libre; empieza uno a convertirse en súbdito cuando renuncia a indagar bajo la epidermis de los acontecimientos y se conforma con aceptar, de buen grado (¡hasta con alborozo de vanidad henchida a base de ventosidades fatuas!) la esotérica explicación que todo lo solventa sugiriendo una conspiración.
Cambiando de tercio:
En Canadá, una mujer, aparentemente infértil, ha logrado tener un hijo gracias a un descubrimiento extraordinario: unos científicos revitalizaron las mitocondrias del óvulo de la susodicha, con la ayuda de células madre extraídas de la superficie del propio óvulo. ¿Acaso no es maravilloso? ¿Acaso no es ésta la enésima negación, sublime, de Dios, por parte de la Naturaleza, esa madre universal que nunca se cansa de tener la razón? No hay dioses de más, sino laboratorios de menos.