El viernes, el mundo continúa siendo una tierra sin hollar, virgen en su inmensidad desconocida y plena. El sábado, tanto por hacer, el ánimo jacarandoso, la conquista de los espacios mundanos y el gesto despreocupado de la felicidad, que es un instante que se aspira a bocanadas. Dentelladas de ansia sabatina. El domingo, la percepción terrible del lunes; el miedo hondo ante el vacío, dicha contenida hasta el almuerzo y, tras él, una sobremesa que es agonía hasta la oscuridad muda de la hora azul.
El tríptico del final de semana
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