27 de febrero de 1936

Hablando del campo, concretamente, del andaluz, no puedo sino traer a colación un breve en La Vanguardia del 27 de febrero de 1936 en el que se hablan de cosas parecidas. Aunque, en honor a la verdad, mucho más violentas. No obstante, repasando tanto la simbología del acto representado por el SAT en Villamartín como la retórica apologética de su secretario general, Diego Cañamero, quién no es capaz de advertir lo que podría darse en llamar presdisposición ambiental a la acción en términos prosopopéyicos tales como los que suele utilizar esta gente: 

La crisis en el campo. – Desórdenes en Moguer.

HUELVA, 26

Una comisión del pueblo de Calañas ha visitado al gobernador civil para pedirle que se proporcione trabajo a los parados haciéndoseles entrega de tierras para su labranza. El gobernador espera poder acceder a la solicitud, merced a la buena disposición en que se hallan los terratenientes.

Anoche se produjo en el pueblo de Moguer una alteración de orden público, y fueron rotos los cristales del Casino Mercantil y de algunas casas particulares. El gobernador ha adoptado las medidas pertinentes para la represión de estos desmanes y ha facilitado a la Prensa una nota en la que dice que los problemas planteados, especialmente el de paro obrero, no podrán resolverse mediante una labor destructiva, que crea animosidades y desconfianzas. Agrega en ella que está dispuesto a terminar con tales desafueros. Por otra parte, ha sido autorizada la publicación del periódico «Odiel», que aparecerá mañana.

Cabría señalar si la actitud, manifiestamente beligerante, del señor Cañamero, y su discurso, pura propaganda guerracivilista, no es sino uno de los más irresponsables comportamientos de entre los muchos irresponsables e inconscientes comportamientos que se están dando en los últimos tiempos entre los personajes que gozan en España de alguna relevancia pública. La soflama está muy bien en su espacio, como el griterío tiene su coto privado en el estadio de fútbol. Pero la agitación, la mímesis trotskista, todo ese mensaje chabacano plagado de polarizaciones y conclusiones maquiavélicas, la dialéctica desfasada de estos semi-analfabetos, coloca la Ley, supremo valor en las democracias, en el deslizante y pantanoso terreno de la desvalorización. De eso al descrédito, a la no-legitimidad, y de ahí al «poder popular», hay tan sólo un paso. Y de ahí al abismo, nada.

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