24 de febrero de 1936

El lunes, 24 de febrero de 1936, España estrenaba, por así decirlo, un nuevo estado de cosas: el Frente Popular se había impuesto, no por mucho, al Bloque Nacional, en las agitadísimas elecciones postreras de la República. Leyendo las primeras páginas del diario ABC de aquel día, uno tiene la impresión de que el apocalipsis desatóse sobre el país. Como la situación me recuerda, lejanamente, a la sensación general causada por la victoria de Syriza en Grecia, hace relativamente poco, quiero extractar aquí las impresiones que el redactor de ABC en París recogió en la prensa francesa a colación de la victoria frentepopulista en España:

ABC en París

La prensa republicana se pregunta si el Gabinete Azaña sabrá resistir a los desmanes de la extrema izquierda

París 23, I madrugada. (Crónica telefónica de nuestro redactor). La Prensa republicana ortodoxa, no la extremista de derecha, ni desde luego, la adscrita a las organizaciones marxistas, escribe nuevamente sobre las posibilidades que, en orden a la consolidación del régimen del 14 de abril y las libertades republicanas, ofrece la actual experiencia Azaña.

Le Temps, en su Boletín del día, recomienda, de una parte, al presidente del Consejo que no ceda ante posibles desmanes de los facciosos de izquierda; de otra, aconseja al grupo del Sr. Gil Robles que colabore con el nuevo Gobierno en la defensa del orden público y del Estado.

Emile Buré, en L´Ordre, traza del señor Azaña una silueta. El ilustre publicista, que da la tónica en el concierto de la Prensa local de la política del centro, se pregunta qué hará el presidente del Consejo si la anarquía se desencadena contra él. «El Sr. Azaña es popular, muy popular, pero toda popularidad es precaria, particularmente en período revolucionario. Se dice de él que es el Lamartine de la Revolución española, y esto debe hacerle pensar. La República española continúa en peligro, en grave peligro. Su destino está entre las manos de un hombre serio que para mantener el orden tiene a su disposición una Guardia civil cuyas tradiciones son sólidas. Pero ¿se atraverá a recurrir a ella si la anarquía se desencadena contra su Gobierno?

En casa del gran escritor ruso Merejkowsky -añade- reprochaba yo, un día, a Kerensky la debilidad que había mostrado cuando fue omnipotente en Rusia, y me respondió:

-Había sufrido tanto bajo el Zar, que quedé sin fuerzas contra la libertad, incluso contra la licencia.

Declaración conmovedora, pero detestable. La dedico al Sr. Azaña, a quien deseo buena suerte con la esperanza de que se guarde de imitar a quien en una hora trágica de la Historia de su país fue también considerado como el hombre providencial». DARANAS

La comparación que se hacía de Azaña con Kerenksy, el presidente del Gobierno Provisional ruso a quien la revolución bolchevique dentro de la Revolución Rusa le estalló en la cara, hizo fortuna en aquella época. Incluso luego, como veremos, adquirió rango de veracidad, de idoneidad mejor dicho, al iniciarse la Guerra Civil y sufrir el Gobierno de Casares Quiroga un golpe dentro del Golpe que convertiría el régimen del 14 de abril, hasta noviembre y diciembre de 1936, en una formalidad, algo virtual, sin control sobre el territorio ni la población.

Me ha parecido curioso traer aquí la reacción de estos dos periódicos franceses, transmitida desde París por el redactor de ABC, puesto que si bien la fraseología se corresponde con el tono general de aquel tiempo apocalíptico, hay cierto matiz similar, cierta proximidad en el trasfondo de la inquietud reflejada por este diario -y en general, por todos los que no votaron al Frente Popular- y la que he podido observar, y sentir yo mismo incluso en mis momentos más lánguidos, a mi alrededor con el «terremoto griego» de Alexis Tsipras. La cosa es que, observando lo que pasó a continuación, es difícil quitarle parte de razón al temor conservador del que ABC, como boletín del público pequeño y gran burgués de la España del momento, amplificaba como corresponde a un periódico en tiempo turbulento y prebélico.

Determinar el grado de indiferencia de este público hacia la situación socioeconómica de un porcentaje muy elevado de compatriotas en aquel punto de la Historia de España, y el efecto sulfuroso que esa indiferencia provocaba en la reacción de estos compatriotas -masa social de partidos de izquierda, en una palabra- es la frontera sobre la que ha de caminar el historiador y el periodista, en la medida en que el primero es también oficio del segundo. De esa ciclogénesis emocional sería posible extraer una muestra con la que poder afrontar de una manera más aproximada a lo científico, el momento actual.

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