Aparecieron los dos equipos sobre el campo, de repente. La imagen irrumpió tras la conexión con el partido del Villarreal. Había un cierto nerviosismo flotando sobre el bar. Al prorrumpir el Elche-Madrid, el televisor se llenó de color. Verde, concretamente. Un verde vivo que completó la pantalla mientras la cámara recorría las caras de los 22 jugadores y abría el plano hasta enfocar bien toda la grada del Martínez Valero. El comentarista, Carlos el del Plus, personaje con identidad propia en el gran drama balompédico de España, apenas contenía su emoción al escuchar el himno local cantado a capella por los miles de aficionados. Es hermoso ver cómo el Madrid vertebra cada regionalismo cuando visita las provincias. Hace de superglú tribal, uniéndolos a todos contra el enemigo imperial. Antes, en las comarcas se enorgullecían de reclutar regimientos que mandar a las guerras del Rey nuestro señor; ahora cada ciudad pequeñoburguesa de estas aprovecha la presencia Real para festejarse a sí misma, para henchirse de vanidad pueblerina: mosaicos, banderas, parafernalia que se sale de lo cotidiano, ¡viva el hecho diferencial, que es siempre el mismo! Pero este Madrid tiene jugadores universales, cuyo carácter desborda la frontera pequeña del futbolista-jornalero de Primera División. Bastó un minuto para comprobar que era un enfrentamiento entre hidalgos y plebeyos.
El mismo equipo de la Cuenca del Ruhr: repitió Lucas Silva, guardando la mano derecha de Kroos. La izquierda fue para Isco, liberado por el brasileño de la odiosa tarea de defender de mediocampo para abajo. Silva ha ordenado al Madrid en lo básico, y Ancelotti puede, con él, regresar al centrocampismo dinámico, de desorden posicional tan apocalíptico para los contrarios, en que basó su dominio del juego desde los meses de octubre a diciembre de 2014. Silva no es Modric, pero aleja a Francisco Alarcón de la base: para los rivales es devastador no contener a Odín en la gatera del 5, más cerca de Casillas que del portero adversario. En la izquierda, su relación con Marcelo se torna orgiástica. Entre los dos, en un día malo, encuentran tantos agujeros en las murallas de Troya que hace falta una estructura plúmbea, al estilo de Simeone, para frenar la multitud de instantes en los que los laterales se hallan desguarnecidos ante la asociación de estos dos jugadores de futsal cuyo eje de rotación es la pelota. La diferencia con respecto a otros partidos es que Bale, por la derecha, activaba el turbo de Carvajal y hacía incontenibles los ataques del Madrid: con las dos bandas a pleno rendimiento, el Elche se expandía como un chicle gastado por los límites del terreno de juego sin poder achicar tanta agua. El Madrid apretó a lo caníbal la salida ilicitana: en 10 minutos había robado un par de balones en el hall del Elche, y a la media hora el polaco Tyton, que tiene nombre de pegamento, iba pareciéndose más a un sargento de caballería de Polonia en el 1 de septiembre de 1939. Me gustó este portero porque se adelantaba tres pasos respecto a la moldura natural de los guardametas: recibía el chut en la frontal de la chica, lo que le otorgaba cierta ventaja para atajar disparos fuertes y colocados, que no dejaba bajar. Casillas, 80 metros más allá, en su portería, meneaba la cabeza desaprobador, seguramente pensando en que el rubiasco larguirucho aquel del Elche estaba hecho todo un sacrílego.
Sin embargo, el 0-1 resistíase. Durante la primera parte, el Madrid atenazó a su rival con brío, consciente de poder asestar una primera puñalada de consideración en el bajo vientre del campeonato nacional de Liga. El Elche encomendó su fortuna a Tyton y a la dureza de sus centrales. Cada córner era un microrrelato evocando el sufrimiento americano en la Guerra de Vietnam. El árbitro, sin duda bien aleccionado por los medios de comunicación durante toda la semana, sabía de memoria la actuación de su colega en la última visita del Madrid a Elche. Por si acaso, Michael Robinson, el hombre que lleva 30 años buscando un logopeda, se lo recordó por la mañana con un tuit tan prisaico que me sacó una carcajada. Decía Hughes hace tiempo que Manolo Lama, y por lo general, cualquier periodista del Universo PRISA, propagaba con generosidad de enemigo el antimadridismo por esos campos de España usando las previas de los partidos que el Madrid tenía que jugar en esos sitios como auténticos laboratorios: el tipo se colocaba en una grada repleta de gente que lo estaba escuchando a él por la radio mientras iba mascando pipas, y se ponía a loar exageradamente la grandeza del Madrid y la tremebunda inferioridad del lugar de marras. De manera que la temperatura ambiental se disparaba a la hora de partido, exacerbados los ánimos contra el visitante opresor, jerarca mesetario, desecho franquista, artefacto del centralismo pepero y castellano. La estrategia prisaica parece ahora diferente, ha cambiado como también el modo en que la gente se informa en los estadios: de la transmisión viral de información ofensiva hacia el ego tribal por las ondas radiofónicas, al uso goebbeliano de la foto y del tuit que el buen burgués provinciano consulta para matar el tiempo antes de empezar el partido.
No obstante, el Elche comenzó la segunda parte yéndose por primera vez arriba del todo, a la jaula de Casillas, sabiéndose atrapado en la espiral de un equipo que quiere ser campeón: la única manera de escapar de este tipo de victorias tan seguras a priori es picar alto y acelerar la ansiedad del que necesita los 3 puntos como si fuesen metadona. Chutó una vez y Casillas paró bien. Cabriolearon los jugadores contrarios un par de veces más, durante 5 minutos largos, por los tres cuartos de campo madridista. Jonathas, el delantero, abrió a machetazos un claro en el bosque de centrocampistas vestidos con el negro del dragón, y el caparazón del Elche lo fue siguiendo durante un rato. Fue una ilusión. En seguida el Madrid sorteó el peligro conectando desde atrás con Bale, Ronaldo y Benzema. Muy móviles los tres, frescos, sonrientes, responsables, machacaron los ángulos muertos del repliegue local. El Elche retrocedió un paso y tanto Isco como Bale lo desjarretaron con diagonales de fuera-dentro que permitían a Marcelo y Carvajal ganar la línea de fondo, y a Ronaldo-Benzema corretear por la frontal del Elche como marineros de Barbate en una almadraba, pegando rejonazos por todas partes, a bulto. En una de esas, Ronaldo entró en el área como extremo izquierdo y cedió atrás: Tyton no llegó y el marcador de Benzema se apresuró tanto que quitóle el chut al francés dándole a su portero en la sien y cayendo con él. Benzema se encontró la pelota para empujarla. El 0-2 vino con la inercia. Isco cosió el balón a su empeine derecho y empezó a girar. Giró tanto que el Martínez Valero y todo Elche, con sus palmeras bamboleándose, dieron vueltas, y vueltas, y dieron tantas que el Mediterráneo se puso boca abajo. Alarcón llegó casi hasta el córner y todo el mundo dio la pelota por perdida. Él se escoró una vez más, la última. Un último giro imposible, esta vez sobre sí mismo, toque suave con el empeine para ganar la pulgada necesaria entre la tibia del defensa y el blanco de la cal, y la pelota ya estaba surcando, teledirigida, el cielo de la Liga, hacia la frente de Ronaldo.