10 de febrero de 1936

A 6 días de las elecciones que decidirían la suerte de España, he querido rescatar del ABC del 10 de febrero de 1936 una noticia cuyo lenguaje me interesa especialmente, en esta coyuntura histórica:

EL ex príncipe de Asturias, conde de Covadonga, fuera de peligro 

El conde de Covadonga, mejorado, ha dormido durante toda la noche

Habana 8, 4 tarde. El conde de Covadonga, ha dormido durante toda la noche, después de habérsele puesto dos inyecciones. La familia dice que se encuentra «mejor».  –United Press. 

Se confía en que el enfermo se restablecerá completamente

Habana 8, 4 tarde. Las personas que rodean al conde de Covadonga, han expresado a primera hora de la tarde la esperanza de que el enfermo, en cuyo estado se nota cierta mejoría, se restablecerá completamente.

Ha podido tomar algún alimento

Habana 8, 5 tarde. El estado de salud del conde de Covadonga sigue experimentando ligera mejoría. Hoy ha podido tomar algún alimento.

Ha conversado con algunos amigos y familiares

Habana 8, 5 tarde. Los médicos que asisten al conde de Covadonga, han manifestado que su estado es mejor: ha dormido satisfactoriamente y su espíritu es más animoso, pues incluso en la mañana de hoy ha conversado  con algunos amigos y familiares. –United Press. 

No se considera necesaria otra transfusión de sangre

Habana 8, 7 tarde. Según declaraciones de los médicos, el ex príncipe de Asturias no necesita ser sometido a una nueva transfusión de sangre por razón de que su estado ha mejorado. Consideran, por ahora, que el enfermo se halla fuera de peligro.

El conde de Covadonga, rimbombante título del que hoy tengo noticia por primera vez en mi vida, lo ostentaba en 1936 don Alfonso de Borbón y Battenberg, hijo primogénito de Alfonso XIII. Hemofílico, enfermo toda su vida y tendente a lo que en aquel tiempo se decía ser un tarambanaal modo de otros herederos reales europeos como Eduardo VIII de Inglaterra. Se casó y divorció dos veces; la primera de estas bodas, con la hija de un potentado cubano (la famosa Edelmira Sampedro, nombre que entronca en exotismo con Zenobia o Saba) supuso su renuncia a los derechos dinásticos que por primogenitura le correspondían. Este pobre hombre moriría un par de años después en Miami, a causa de un accidente de tráfico agravado por su hemofilia. Su historia es arquetípica: príncipe desafortunado, arrancado de la Historia por una revolución, noctívago y enfermo de por vida a quien su familia repudia y acaba errando por los salones del Gran Ambiente social del turbulento mundo de los años 30. La razón por la que lo traigo aquí hoy es, por un lado, la curiosidad de la historia de su vida -tiene una película, no me lo nieguen- y lo paradójico del relato. Me explico. España bullía; socialmente, estaba rota. Hecha añicos, aunque el jarrón de porcelana todavía se mantenía compacto por puritito milagro. Era ilusorio. En ese preciso momentum histórico, político (vean la noticia que acompaña a la del príncipe: «Los obreros hablan»), ABC conserva su rictos monárquico, su visage fundacional: somos esto, parece querer decirnos el editor. Somos esto a pesar de que las turbulencias coyunturales nos tengan a otras cosas. Menores, obviamente, como deja muy claro el TL sui generis en el que convierte esa columna de la página, sucesión de tuits, fotogramas, narración a tiempo (casi) real.

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