Hoy hace un frío que pela, como dicen las donnas de este lugar. Mi casa es un congelador. Es curioso cómo los hogares construidos en la Andalucía occidental, sobre todo a partir de los 70, son verdaderos frigoríficos. Se ha impuesto la boutade esa, que es la mentira social por antonomasia en estos lares, de que aquí ni llueve nunca, ni hace frío. De modo que aquí me tienen, envuelto en una manta y escribiendo esto con mitones en las manos, como si estuviese en el frente oriental aporreando una máquina de escribir. La cuestión es que hoy no me apetece. Tengo un problema, ¿saben? Es una menudencia, pero me voy a París la semana que viene y mi equipaje de mano supera por dos centímetros y medio la medida reglamentada por la aerolínea. A mí estas minutas me causan mucha desazón. Son capaces de paralizarme por toda una mañana. ¿Comprenden? Así que no tengo la cabeza demasiado atemperada para hilvanar ningún pensamiento. Pero tengo que hacerlo. Recuerden aquello que yo mismo escribí aquí hace tres o cuatro días: insistir. El valor de la persistencia. Y todo eso, ya saben.
(Dos horas después)
He solucionado la cuestión del equipaje. Además, he encontrado naranjas para tomarme un vermut. Eso que me regalo, aunque infrinja con ello mi norma personal de no beber entre semana. ¿A qué hora empieza el fin de semana? ¿El mediodía del viernes ya lo es? Son cuestiones importantes, como importante es tener un código que saltarse de vez en cuando.
El jueves 23 de enero de 1936, ABC traía en una de sus páginas principales de información nacional, esta viñeta. Me ha parecido lo más interesante del periódico y probablemente de lo que llevo de flash-back al pasado:
¿No es maravillosa? El periódico de los monárquicos españoles, segmento sociológico cuyas púas estaban erizadísimas en este momento concreto de la Historia y cuya animadversión hacia el régimen republicano se había más o menos disimulado hasta el año 1934, bosquejaba de esta manera ese grupúsculo político, agrupación mejor dicho de facciones republicanas liberales, que en 1936 acariciaban con excentricidad -que habrían que pagar luego, con creces- el lomo de la turbamulta revolucionaria representado por socialistas y comunistas: candiditos, subrayando la tierna inconsciencia con que los que trajeron la República a España en 1931 (que no fue ni el pueblo, ni las masas, ni ninguna abstracción letal como dice Arcadi, como tampoco fueron los socialistas, ni los anarquistas, ni mucho menos los marxistas) se comportaban en la carrera electoral que terminaría dando el poder al Frente Popular, contribuyendo -en lugar de intentar atenuarlo- al proceso polarizador irreversible que estaba rompiendo España en dos.
La parábola, mírenla con atención, es prodigiosa. Candiditos. En ella está casi todo.
A mí, que soy muy mal pensado y tiendo a analizarlo todo tamizándolo con el fatalismo propio de mi cosmovisión incompleta y abrupta, me recuerda un poco este hara-kiri del republicanismo burgués español (en enero de 1936 eran ya cuatro gatos, como lo fueron antes: el fracaso de la democracia liberal en España consistió en la incapacidad de esta gente para sobrevivir en medio de la tormenta totalitaria de los años 30, fiasco en grande modo producido por la aversión mutua para con los nódulos democristianos de la CEDA -¡los «republicanos de derechas»!-, ay, si se hubiera establecido ese vínculo, qué distinto podría haber sido todo) encabezado por su estandarte histórico, Manuel Azaña. Si se pudiera, cometiendo una audacia seguramente reprobable por quienes saben más que yo, una comparación con el momento actual, se diría que los herederos de ese «republicanismo de izquierdas» podrían ser los socialdemócratas salidos de Suresnes. Esto es, el PSOE. Pues bien, haciendo, como digo, esta comparación, quién no diría que está pasando lo mismo, y los que han de custodiar la fragilísima llama de un modo de constituirnos en el mundo, están volviendo a pavonearse delante de la dama totalitaria, por ver si esta vez la conquista del todo.