16 de enero de 1936

Ayer, en Twitter, me saltó una noticia, a través de un retuit: ese Estado bárbaro, salvaje, alejado de toda civilización, que lucha por el establecimiento de una teocracia mahometana en Oriente Medio y no duda en cometer todo tipo de atrocidades y actos inmundos en nombre de Alá, llamado IS (o Estado Islámico, en español), había lanzado al vacío a un hombre, desde lo alto de un edificio. El delito cometido por este individuo era ser homosexual; y esa es la pena aplicada por esta jauría humana por el delito para ellos ofensivo a Dios que es la homosexualidad: la defenestración. Defenestrar a alguien, en nuestro tiempo, no tiene más significado que el metafórico: tumbar a alguien que ocupa una posición de privilegio en alguna profesión, oficio, o cargo de la vida pública. Pero su acepción primera y original alude, efectivamente, al hecho de arrojar físicamente a alguien desde una gran altura. La noticia de este asesinato miserable cometido por miembros del IS, aunque tuve constancia de ella ayer, no sé si es muy reciente o no; he encontrado una parecida que data del pasado mes de diciembre. En todo caso, actos de este tipo son normales en los territorios controlados por esta fuerza emergente, elemento de gravísima importancia en los conflictos abiertos hoy en Siria e Irak. Decapitaciones, defenestraciones, lapidaciones y todo tipo de crueldades medievales son cosa cotidiana, y a Occidente nos llegan los ecos de estas barbaridades en forma de fotografía impactante o vídeo demoledor. Pero, en realidad, el grueso de la población, al menos española -hablo de lo que conozco- vive un tanto alejada de todo esto, en lo emocional. Como si lo que ocurriera en Aleppo, Kobani, Mosul o Tikrit fuese algo remotísimo que pasara en la Luna o en Saturno. No veo que exista percepción real del peligro tan inminente que se cierne sobre el modo de vida de que nos hemos dotado en Occidente.

A pesar de esto, no he venido hoy aquí a sermonear, sino a consignar una noticia que me parece toca todo esto de modo tangencial: son tres piezas más o menos breves del diario La Vanguardia del 16 de enero de 1936. Italia, como he dicho ya aquí alguna vez, sostenía entonces con Etiopía su segunda guerra colonial en menos de 50 años contra el mítico reino copto del Cuerno de África. La información extranjera estaba absolutamente determinada por este conflicto, que se veía como susceptible de provocar una conflagración global en el Mediterráneo entre la Italia fascista y el imperio británico.

Nota oficiosa italiana

(Exclusivo de «La Vanguardia») Roma, 2. La agencia Stéfani comunica la siguiente nota: Recientemente nuestra aviación efectuó un bombardeo de represalias sobre las líneas enemigas, después de tener conocimiento que el subteniente piloto señor Titminniti, después de ser hecho prisionero, fue bárbaramente decapitado. Juntamente con las bombas, los aviones dejaron caer numerosas hojas impresas, en las que se podía leer lo siguiente: «habéis muerto a uno de nuestros aviadores caído prisionero en vuestras manos. Habéis decapitado a este soldado italiano, violando todas las leyes humanas e internacionales, en virtud de las cuales los prisioneros son sagrados y deben ser respetados. A cambio de esta bárbara acción, tendréis lo que os merecéis.» En el curso del bombardeo, una bomba cayó sobre una tienda del campamento de la Cruz Roja sueca. Parece que dos ciudadanos suecos han resultado heridos. Los muertos y heridos abisinios son muy numerosos. -Stéfani.

Declaración italiana desmentida

Addis Adeba, 2. – El Gobierno etíope ha publicado una declaración relativa a las noticias de fuente italiana en las que se dice que los etíopes decapitaron a dos aviadores italianos capturados. El Gobierno etíope califica esta declaración de «mentira odiosa destinada a encubrir un perfecto acto de piratería». -Fabra.

Lo que opina la prensa italiana

(Exclusivo de «La Vanguardia) Roma, 2. – La nueva decapitación de un soldado italiano en Somalia ha provocado viva indignación en la Prensa, que exige que se utilicen todos los medios en la lucha contra los etíopes. El periódico «Tribuna», con el título de «El pueblo italiano ante la barbarie etíope», pide que la guerra continúe con medios más duros y más eficaces. Todos los periódicos justifican el bombardeo y protestan contra el uso abusivo de la Cruz Roja por parte de los etíopes. El «Giornale D´Italia» dice que esta represalia no es suficiente. Deben emplearse todos los medios que impone la guerra, ya que los etíopes proceden con sistemas de guerra inhumanos. No puede tolerarse que se tenga piedad con los que no respetan para nada a los italianos. «Il Lavoro Fascista» escribe que todos los italianos no deben aprovecharse de la reserva que imponía al ejército los medios modernos y eficaces de que disponen los italianos. Estamos seguros de que los filósofos presbiterianos que derraman lágrimas por la pobre Etiopía, hubiesen aprovechado estos hechos para hacer una propaganda contra Italia. -Stéfani.

No voy a cometer el error de comparar el tratamiento mediático de estas supuestas decapitaciones de italianos a manos de etíopes con el actual uso informativo de las barbaridades del IS, porque estamos hablando de una prensa -la italiana- que no era libre ni pertenecía a una sociedad libre, y muy posiblemente estos hechos aludidos de la decapitación del soldado Titminniti fueran pura propaganda fascista. Lo que sí me llama la atención es una cosa estilística: el uso, muy común en la época, del participio pasivo muerto como matado asesinado: «el soldado fue muerto». Hay una pequeña poesía en esa costumbre.

Y, claro, la cuestión principal: en 1936, cometer un acto tan bárbaro como la decapitación sumaria de alguien, era un acto condenado con el oprobio universal. Un atentado, en toda ley, contra la Civilización. Por eso acude rápidamente el Gobierno de la Etiopía ocupada por los italianos a desmentirlo. Contrasta poderosísimamente esto con el hecho actual, contemporáneo sin ningún género de dudas, de la instrumentalización del terror: la decapitación ya no se desmiente enérgicamente con pudor victoriano, sino muy al contrario, se exhibe aprovechando los nuevos medios de comunicación universales, como forma de expandir cósmicamente el miedo. En eso, está claro, somos un mundo peor.

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