A lo largo de estos días, tras los ataques al mundo libre perpetrados por terroristas de la Yihad contra la libertad de expresión en Francia, se viene haciendo una gallarda defensa general de la prensa en todos los países democráticos; defensa justa y requerida por la gravedad de la situación. Ha surgido, también, a la sazón un debate sobre límites y fronteras de esta libertad de expresión. No voy a abordar aquí esta cuestión, sino simplemente a reflejar una situación en cierto punto análoga. Leyendo La Vanguardia del domingo 12 de enero de 1936, me encuentro con esto:
Las campañas de prensa
Viene observando el Gobierno que desde que la censura ha sido levantada, los periódicos de una y otra tendencia que pudiera llamarse extremista, han iniciado violentas campañas que van en mengua del prestigio del Poder público y de las instituciones armadas. Después de larga deliberación, el Consejo de ministros apreció la necesidad de salir al paso de tan dañina actuación. Se hace preciso salir en defensa del Ejército, de los organismos armados de toda índole y de lo que en definitiva constituye base indiscutible de la República y del prestigio de los resortes con que el Poder ejecutivo cuenta para ejercer su difícil misión. A tal efecto, se va a hacer un llamamiento al ministerio fiscal de la República a una labor que las banderías políticas de los sectores castigados pudieran esgrimir como persecutoria, acaso el Gobierno pensase en echar mano de facultades que constitucionalmente le son dadas, aun hallándonos como nos hallamos en pleno período electoral. Las leyes vigentes facultan al Poder ejecutivo para suspender las garantías por ocho días con prórroga discrecional de otros ocho. Esto, sin duda, que aun no es propósito firme del Gobierno, será llevado a efecto si los agitadores persisten en la actitud adoptada inmediatamente después del levantamiento de la censura de Prensa.
La noticia viene inserta en la sección de información nacional del diario, y se incluye en un resumen amplio del consejo de ministros del día anterior. Era ésta una práctica habitual en la prensa de aquel momento, en donde pueden encontrarse exhaustivos dossieres acerca de las reuniones ministeriales; dossieres que incluían hasta las medidas más concretas y menores adoptadas por el Gobierno. De manera que, las más de las veces, esas dos o tres páginas completas que los diarios dedicaban a estas sesiones parecían algo así como una emulación del BOE, llamado aún entonces La Gaceta. No obstante el lenguaje oficial con el que está redactada, en concreto, esta pieza que hoy traigo a colación, hay algunas cosas interesantes en ella.
En primer lugar convendría señalar la diferencia entre la libertad de expresión a lo largo de la II República y en nuestros días. Según la Constitución vigente de 1978, no existe la fórmula de la censura bajo ninguna de sus formas directa o indirecta; de manera que sólo puede ser secuestrada una publicación en casos muy particulares; siempre bajo mandato judicial, y siempre en atención a los derechos al honor, a la intimidad o a la propia imagen (con consideración especial para la reputación de la Casa del Rey en tanto en cuanto depositaria de la Jefatura del Estado). Por contra, a pesar de que la Constitución republicana de 1931 salvaguardaba la libertad de expresión sometiéndola, eso sí, a las normas de la legislación común, muy pronto esa legislación pasaría a coartar dicha libertad: primero, con la Ley de Defensa de la República (una norma que convertía en militante la bisoña democracia) y luego con la Ley de Orden Público, que sucedería a la primera. Ambas leyes amparaban circunstancias excepcionales bajo las cuales los Gobiernos podían censurar las publicaciones de manera previa a su distribución en la calle. De este modo ya no nos sorprende la manera en que comienza el texto de La Vanguardia consignado arriba: ese censura ya sabemos lo que significa. Gozamos hoy, por lo tanto, de una salud democrática mucho mayor. No estaría mal repetírselo a todos esos ignaros que consideran mutilada esta democracia actual, bajo la que han nacido, crecido y madurado; gente iletrada, por no llamarla pérfida -desconozco sus intenciones, por más que pueda conjeturarlas- que una vez al año olvida el carácter liberal y burgués de una II República cuya memoria ellos han secuestrado (y esta vez, sin ninguna garantía legislativa) olvidando así mismo el mayor grado de imperfección democrática de aquella República con respecto al sistema actual y convirtiéndola en un artefacto propagandístico sesgado y absolutamente ridículo que les sirve para reivindicar «más democracia».
O si no, ese constructo lingüístico vacío y non-sense que tanta gracia me hace: avanzar en democracia.
Continuando con lo puramente explícito del texto, me gustaría destacar algunas cosas. Hoy sería improbable la aprobación de una ley que permitiera la censura periodística en alguna de sus formas, y aún peor, que lo hiciera para minimizar la crítica libre hacia la acción de policías o militares. Hay que reconocer, en justicia, que la situación de la España de hoy, aun con todas sus dificultades -que son muchas- no es comparable, tampoco, a la de la España de 1936. De manera que es posible deducir que, si la República hubiese sobrevivido a los vaivenes sísmicos que la empujaban indistintamente hacia el conservadurismo de epidermis fascista y hacia el marxismo leninista pro-soviético (¡no hablo ya de haber ganado la Guerra!), el propio sistema democrático hubiese terminado depurando por sí mismo estos elementos anacrónicos -justificados por la coyuntura- y, con el tiempo, haber evolucionado junto al grueso de la sociedad hacia un estado de prosperidad material redundante en una menor exigencia militante para con el propio sistema. Sin embargo, esto es pura ficción, una paja mental.
Como nota final, destacar ese Prensa escrito en mayúscula, que me hace sospechar que, en aquel tiempo y pese a todo, el respeto hacia el oficio se cultivaba desde los propios artesanos del medio.