En La Vanguardia del jueves 9 de enero de 1936, sección Última hora, aparecen varios breves entre los cuales he destacado uno. Se refiere a lo que hoy, de forma errónea, se llama «violencia de género», denominación del todo improcedente que ha causado fortuna, a mi pesar, en los tiempos modernos. Sea como fuere, la he elegido porque me sirve para contrastar el tratamiento que el asesinato de una mujer a manos de su novio, en 1936, merecía en la prensa del momento, con el que merece hoy un hecho parecido en la prensa actual. Es interesante no sólo desde el punto de vista meramente periodístico o lingüístico, sino sociológico, puesto que los giros y la retórica general empleada en cada caso indicará corrientes telúricas del pensamiento genérico de una y otra época.
Suceso sangriento.
Málaga, 7.
Se han recibido noticias de un crimen pasional cometido en Gomares. Según las referencias recogidas, Manuel Aguilar, de 28 años, soltero y vecino de dicho pueblo, requirió de amores hace más de un año a la joven de veinte María Ruiz Martín, soltera y domiciliada también en Gomares, la cual, por consejo de su padre y para satisfacer a éste, aceptó el requerimiento. Ambos jóvenes sostuvieron relaciones durante un año, y el verano último rompieron, reanudando las relaciones porque Manuel amenazó a su novia de muerte. Nuevamente riñeron los novios, y no habían vuelto a reconciliarse. Hoy, con ocasión de regresar María de un paseo por el campo, al que le habían acompañado su padre y su hermana Dolores, de 16 años, el mozo, despechado, salió de su domicilio armado de una escopeta y un revólver, siguiéndoles. Al llegar a determinado sitio de la carretera, las muchachas decidieron cortar terreno por una trocha, separándose de su padre. Aprovechó la ocasión Manuel y se aproximó a ella después de haber caminado un trecho. Manuel se echó la escopeta a la cara, adelantándose a su novia. La hermana menor se abalanzó sobre Manuel pidiendo socorro, y éste, apartándola bruscamente, disparó dos tiros sobre su novia, destrozándole el cráneo. Una vez en el suelo, Manuel sacó el revólver y disparó nuevamente sobre María. Cometido el hecho se dió a la fuga, sin que se sepa su paradero, a pesar de haber sido movilizada la Guardia civil de varios pueblos para detenerle.
La noticia tiene mucha miga por donde hincar el diente, no me lo negarán. La impresión, una vez leído el texto, es que aquí se nos está contando no un asesinato, sino poco menos que un acto de justicia emocional, por llamarlo de alguna manera: late, o me lo parece a mí, una justificación más o menos explícita del crimen, o a lo menos, una suavización del mismo. Quizá esté equivocado, pero desde el principio me lo pareció pues esa fórmula de crimen pasional que hasta hoy viene siendo utilizada (aunque cada vez menos) para describir hechos así encierra en sí misma una desactivación de lo reprobable del acto. Pasional se le llama al crimen que está motivado por algo; y si está motivado, se le puede encontrar una justificación: la pasión, la víscera, la sangre caliente. ¡El desamor! La concatenación de razonamientos se da sola: claro, es que el pobre estaba despechado. Se empieza apellidando un crimen y se termina perdonándolo.
La narración de los hechos es casi cinematográfica. Tiene una introducción, tiene un nudo y tiene un desenlace abierto, puesto que al criminal no se le detuvo a tiempo, y anda por ahí suelto. Ejemplarmente folletinesco. Según las fuentes referidas, y uno intuye que el periodista fue preguntándoles a las buenas gentes de Gomares y que éstas le fueron dando versiones que (conjeturo) eran benevolentes para con el asesino; a qué sino ese El joven requirió de amores, tan poético, tan lírico: ¿alguien puede imaginarse a un asesino haciendo eso tan precioso de requerir de amores a nadie? María, la víctima, a la que suponemos infeliz sumisa del padre, no tuvo más remedio que aceptar ese requerimiento «por satisfacerlo»: que es una muy bonita manera de dejar constancia de la escasa o nula libertad de la mujer española de 1936 de tomar sus propias decisiones, y del desacople abismal entre una legislación (la republicana) que ya recogía el sufragio universal femenino y las plenas libertades para la mujer en España, y la realidad, sobre todo la rural, profundamente anclada en los arcanos de la sociedad patriarcal tradicional.
Los jóvenes, dice La Vanguardia, «sostuvieron» relaciones. Y en el verbo ya va, de regalo, el cariz que el lector de hoy puede imaginarle a aquella desdichada relación: sostener sólo se utiliza para hablar de una guerra. Los Aliados y el Eje sostuvieron la guerra hasta 1945. Sostener es un verbo que lleva implícito un esfuerzo, una carga, la obligación de portar algo molesto o pesado. Es hasta delicioso leer que los jóvenes rompieron la relación pero la reanudaron cuando Manuel amenazó de muerte a María: tal y como está redactada la noticia, el periodista pone en pie de igualdad a los dos jóvenes, como si la coacción no existiera y voluntariamente María estuviese con Manuel por placer y no por miedo. Nuevamente riñeron, los dos, claro, dos no pelean si uno no quiere, con lo que María vuelve a ser culpable en la misma medida que el otro, cayendo la amenaza de muerte en el olvido del periodista y, naturalmente, del lector. El mozo (me recuerda tanto a lo de «nuestros muchachos», aquello que decían los viejos peneuvistas de los etarras, como despojándoles de ferocidad sanguinaria porque al fin y al cabo eran eso, mozos, locuelos sin maldad) no lo pudo soportar y fue a por ella; aunque para ser un crimen pasional (y por tanto, visceral, irracional, irreflexivo, algo que sucede de pronto) iba bien provisto de una escopeta y un revólver. La circunstancia de que la rematara en el suelo, una vez descerrajados los tiros de escopeta, viene a redundar en que el crimen, por supuesto, como todos los crímenes, no tenía nada de pasional ni, por ende, de casual.
Voy ahora a la edición digital de El País. El 8 de diciembre pasado, un hombre mató a tiros a su mujer en Valencia, suicidándose luego. La noticia me viene al pelo para oponerla a la citada arriba. Como anécdota, el hombre usa también escopeta, como el de Málaga hace 79 años: el matar a escopetazos es muy español. Ya en el encabezado se da uno cuenta de que el mundo de hoy no es el de 1936 (y como es obvio, el periodismo tampoco, por suerte esta vez) puesto que en vez de suceso sangriento (algo impersonal, como si se hablase del atropello de un gato) se utiliza el verbo adecuado, que es matar. El tono general de la noticia está plagado de comentarios de vecinos y conocidos del pueblo, Paterna; nada que ver con ese según fuentes referidas con el que el hombre de La Vanguardia enmascara cualquier tipo de fuente y con el que toma impulso para narrar el crimen de forma literata. En El País se procede con asepsia aunque quizá, también, se tienda a achacar al asesino una suerte de culpabilidad, digamos, «ambiental», al contrastar -mediante el uso de las fuentes, con las que el periodista se exime a la postre de cualquier responsabilidad- el carácter de asesino y asesinada (ella, alegre, extrovertida, dinámica, emprendedora, con sentido del humor; él, lo opuesto a ella) como si, al final, lo que le llevó a matarla tuviera algo que ver con lo introvertido de su persona y no con el menosprecio a la independencia personal de su mujer. Como si todos los introvertidos y tímidos del mundo fuera, y eso se colige al final en la noticia, asesinos en potencia; grieta fundamental del periodismo de hoy.