Hoy, cuando toda la prensa del mundo libre bulle y se hace enérgica vindicación (necesaria, y más tras un tiempo reciente de repliegue y sombra) de la libertad de expresión, me siento un poco frustrado por tener que dedicar mi tiempo a elaborar un folletín folk y asistir de oyente al latido de Occidente tras el acto de barbarie cometido ayer en París. No obstante, es obligado hoy -en realidad, siempre- leer a Arcadi Espada, y también esto acerca del derecho a blasfemar que a mí, personalmente, me ha servido para reorientar mis ideas al respecto. El mundo tal y como lo hemos recibido de nuestros padres se encuentra amenazado desde hace 15 años por un totalitarismo islamista que en virtud de la desvalorización de la vida que propugna, no conoce ningún límite a la hora de enjuiciar y castigar a los adversarios de su teocrática cosmovisión. De manera que, mientras el grueso de la población de este mundo libre se dedica al esparcimiento y multitud de folclóricas manifestaciones populares, el periodismo recoge la antorcha (que siempre portó) de la vigía y centinela; aunque mi almena sea reducida y pequeña, seguirá en pie midiendo desde lejos -qué remedio- la nube negrísima que ya está encima de nuestra ciudadela plural, libre e igual.
Como poco puedo hacer aparte de esto, voy a seguir con el repaso de la prensa de 1936; actividad que me está reportando un grato reencuentro con la rutinaria lectura de los periódicos, algo para mí ciertamente poco usual a pesar de mi vocación profesional. Encuentro el acto de leer un periódico como una de las cimas culturales del hombre contemporáneo, a la vez que hallo harto complicado terminar siquiera alguna de las noticias publicadas en las cabeceras actuales. Cada día me convence más la idea de un periodismo no nuevo -nada es nuevo- sino reformado; un periodismo conglomerado, digital, cuyo modelo siga la estructura de iTunes y en donde uno pueda hacerse con las piezas de sus firmas preferidas sin tener que hacer el tradicional -y obligado- trágala con el resto de morralla con el que, las más de las veces, terminan rellenando tantas páginas los diarios de hoy. Como digo, regreso a la hemeroteca de La Vanguardia. En su edición del miércoles 8 de enero de 1936, en la sección de Información Nacional se aludía a una noticia muy curiosa que entronca directamente con otro de los movimientos magmáticos que cuécense en la Cataluña de hoy. Justo el día en que el Gobierno de Portela disolvía las Cortes y convocaba las que iban a ser postreras elecciones de la Historia de la II República. Voy allá:
Notas políticas
La lucha electoral en Cataluña
Esta tarde se reunieron en el domicilio del señor Azaña éste y los señores Casares Quiroga y Santaló. El motivo de la reunión era la perspectiva electoral de las izquierdas en toda España, especialmente en Cataluña. Los reunidos cambiaron impresiones al respecto. El señor Santaló comunicó a los señores Azaña y Casares Quiroga que en la región autónoma están de acuerdo desde las elecciones municipales de enero de 1934 la «Esquerra Catalana», la «Unió Socialista de Catalunya», el Partido Nacionalista que dirige el señor Lluhí y las fuerzas obreras de diversas tendencias. Añadió el ex ministro de Comunicaciones que que esta coalición ha actuado de acuerdo desde los Municipios de toda Cataluña y también desde el Gobierno de la Generalidad. Están estrechamente unidas, no sólo por su afinidad ideológica, sino por su actuación con motivo del movimiento del 6 de octubre. La coalición, pues, de hecho está establecida en las cuatro provincias catalanas. Añadió el señor Santaló que por la tarde se reuniría en Barcelona el Directorio de la «Esquerra» y que quería comunicar antes por teléfono a sus correligionarios las impresiones que le trasmitiera el señor Azaña. El señor Azaña expuso al señor Santaló que Izquierda Republicana, Unión Republicana y el Partido Nacional Republicano se proponen ir a una amplia concentración de fuerzas de izquierda en toda España, y que están dispuestos a no hacer una excepción con Cataluña. A primera hora de la tarde el señor Santaló habló telefónicamente con Barcelona y comunicó a sus correligionarios el resultado de la entrevista que dejamos reseñada.
Más allá de lo estético, en donde sigue resaltando el excelentísimo trato dado a los protagonistas -se puede apreciar en el texto un diálogo de señores, y no de sinécdoques como es habitual encontrarse en la prensa coetánea- y en donde destacan sobre manera tres puntos, a saber: 1, el correcto uso del vocablo castellano Generalidad y no Generalitat, del todo improcedente cuando se escribe o habla en castellano; 2, la llamativa alusión a Cataluña como región autónoma por parte del redactor del principal diario del catalanismo moderado, La Vanguardia, quién sabe si por lo extraordinario que en aquel momento era el hecho de que una región gozase de un estatuto de autonomía en el cuasi neonato régimen democrático español moderno; y 3, el uso de la palabra correligionario para referir a los miembros del mismo partido que uno de los protagonistas de la noticia, término éste, el de correligionario, que alude a los órdenes de la vida estricamente religiosa o militar. Más allá, digo, de todo esto, destaca la coincidencia temporal. No deja de tener gracia.
79 años exactos hace que Miquel Santaló, como representante de ERC, trasladaba al que pronto sería segundo y último presidente de la II República, Manuel Azaña, la voluntad de los partidos del llamado «catalanismo de izquierdas» (USC y PNRE, ambas escisiones de PSOE y ERC) de permanecer en bloque ante las elecciones recién convocadas. Aunque, personalmente, siempre encontré algo oximorónica la vinculación entre lo que se da en llamar «la izquierda» y el nacionalismo -sin apellidos-, sobre todo teniendo en cuenta la aspiración socialista de desligar a «los obreros de toda clase» y a los «parias de la Tierra» de sus Estados-Nación para aglutinarlos bajo un movimiento universal, es obvio que entonces en Cataluña, como ahora, *izquierdas* y nacionalismo se abrazaban en el afán colectivizador que les une. Tiene gracia que 79 años después y, de nuevo, ante unas elecciones de pronóstico difícil (eso sí, carentes éstas del contexto dramático y extremo del de aquéllas), en Cataluña parezca repetirse esa convergencia cierta entre Esquerra Republicana -y todo el fermento multipartidista y asociativo que la rodea, llámese ANC, CUP, etc- y los herederos contemporáneos del catalanismo en su forma más identitaria (entiéndase como despojado de halo socialista) que vendría a ser, qué cosas, la Convergencia i Unió de 2015.
El tono de la noticia de hoy no es tan cercano como el de La Vanguardia de 1936. Si el periodista de aquel día parecía estar convidado al café entre Santaló y Azaña, el de El Mundo hoy narra la llamada a la acción del presidente autonómico Mas al líder de ERC Junqueras con una asepsia más formal, menos íntima, más, digamos, oficialista o institucional. Contrasta sin embargo la resignación contemporánea a escuchar y leer con normalidad aceptada los términos en catalán insertados -o injertados- en textos en castellano: yo me pregunto si tanto cuesta respetar la norma ortográfica de la lengua que uno utiliza como vehículo de expresión. Y de trabajo, en este caso. Generalitat o Govern nos estallan en la cara como pequeños petardos que son algo más que elementos desubicados en el lenguaje del periodista: son cápsulas a través de las cuales desde el relato nacionalista se nos cuela (se nos ha colado) la perversión política y humanística intrínseca a su doctrina, que no tesis; pues ya sabemos, a estas alturas, que el nacionalismo no es ideología política sino dogma de fe cuyo Dios tiene bandera y escudo, y se llama, naturalmente, Patria.
Al revés que en 1936, el acuerdo inter pares entre los partidos catalanistas no está tan cercano, o no es tan férreo, como entonces. Aunque a nadie se le escapa que la conformación de un frente común entre el antaño partido democristiano catalán (CiU, hoy resorte del más furibundo nacionalismo clásico), ERC y El Magma (llamémosles así a todos esos políticos chabacanos que presiden comités parlamentarios en chancletas y camiseta) es cosa de tiempo y paciencia.