El Día de Reyes de 1936, al ser lunes, no hubo periódicos en ningún lugar de España. De manera que, del 5, pasamos al 7, martes, día en que ABC de Madrid informaba de una noticia culturalmente muy importante para los españoles: la muerte de Valle Inclán. El texto no es una necrológica, sino la narración misma del hecho luctuoso, de manera que me ha parecido interesante consignarlo aquí para comprobar la manera en que se contaban los decesos -al menos, los de individuos ilustres- y compararla, si fuera posible, con la manera en que hoy se narran sucesos así.
Fallecimiento de D. Ramón del Valle Inclán
Santiago de Compostela 6, 10 mañana. El domingo, a las dos de la tarde, falleció en el Sanatorio del doctor Villar Iglesias, el ilustre escritor D. Ramón del Valle Inclán. El Sr. Valle Inclán se encontraba en el citado Sanatorio desde el mes de marzo del pasado año. En el momento de la muerte se hallaban junto al ilustre novelista el doctor Villar Iglesias, un hijo del finado y los doctores García Atadell, Ardicey, Castro, Deveso y Villar Blanco. Tan pronto como se difundió por la población la triste noticia, acudieron al Sanatorio representaciones de todas las clases sociales, el alcalde de la ciudad, vicerrector de la Universidad, decanos de todas las facultades y numerosos amigos y admiradores del insigne artista.
Murió el Sr. Valle Inclán en pleno conocimiento, dándose cuenta de que se acercaba su fin y despidiéndose de los que le rodeaban con un gesto. Al ingresar Valle Inclán en marzo último en el Sanatorio fué sometido al tratamiento que la gravedad de su estado requería, siendo objeto de preferentes cuidados y atenciones hasta el domingo último que se agravó extraordinariamente en su enfermedad, que tuvo el fatal desenlace a la hora que dejamos consignada. De toda España comenzaron a recibirse telegramas de pésame, siendo uno de los primeros recibidos el del Ateneo de Madrid. Hasta el sábado, Valle Inclán no dejó de trabajar en su última novela, titulada El Trueno Dorado, que pensaba publicar en un diario de Madrid. Dicha novela era la continuación de El Ruedo Ibérico y de carácter histórico.
La noticia sigue con una pequeña biografía del escritor y un breve sobre su entierro, pero lo que me interesa es esta parte aquí transcrita. Voy a comparar esto con la primera noticia, por ejemplo, que el mismo diario dio en 2013 sobre la muerte de otro escritor, en este caso Álvaro Mutis. Sobrevuela por toda la noticia de la muerte de Valle Inclán un intimismo que no sé si llamar exagerado. El periodista pareció, en todo momento, estar ahí: acompañar al hombre en sus últimas horas, asistir a sus últimos gestos, etcétera. Describe los cuidados que recibió el escritor, preferentes, algo quizá motivo de agravio para el resto de pacientes (pero ahí no voy a entrar); anota que Valle Inclán no dejó de trabajar en su último libro hasta prácticamente la hora final, describiéndolo así como un moribundo enérgico -si eso no fuera oxímoron- y, como extraordinaria nota final, relata que dándose cuenta de que se acercaba su fin, se despidió de los que lo rodeaban con un gesto. Imagino que quien esto escribió no estaba allí, y que estos detalles, seguramente prescindibles, se los dio alguno de los que sí acompañó a Valle Inclán en su lecho de muerte. No obstante, el periodista no lo aclara, de modo que podríamos pensar: ¡qué atrevido reportero, sajando la carne de la noticia y dándonos a probar un buen bocado!
Contrasta con viveza con el relato de la muerte, contemporánea, de Álvaro Mutis. A Mutis no le apellida el periodista -luego compruebo desolado que la noticia es un teletipo de la AFP- como ilustre o insigne, sino simplemente como escritor. La noticia actual es más sobria, y no escarba en la intimidad del texto referente a la muerte de Valle Inclán: sólo reseña que Mutis murió hospitalizado tras una larga enfermedad. Es esta perífrasis uno de los subterfugios más interesantes del periodismo moderno. En el lenguaje cotidiano de la gente común pudiera transliterarse a eso tan viejo y cándido de cosa mala: Fulanito se murió de una cosa mala. Esa expresión es una suerte de abrevadero popular, algo conocido por todos, aceptado por todos, un pacto social tras el que se esconde el miedo a decir cáncer, leucemia o alguna de estas enfermedades tan corrosivas y nefandas cuyo nombre, con sólo ser citado, pareciera invocar males incognoscibles que es mejor espantar diciendo cosa mala o larga enfermedad.