En la edición del viernes 3 de enero de 1936, La Vanguardia recogía algunas noticias livianas en su sección de Información nacional. Nótese aquí que bajo ese epígrafe se recogía todo lo acaecido fuera de Cataluña; obsérvese la diferencia con el ABC de la época, quien agolpaba todo lo sucedido fuera de Madrid en la sección En provincias. El curso natural de la Historia hizo triunfar, a la postre, la tendencia de La Vanguardia barcelonesa y no la de ABC madrileño. Una de estas liviandades informativas me ha llamado la atención especialmente. Comenzaba ya La Vanguardia a dividir esa información por territorios, algo que hoy es costumbre habitualísima en todos los medios impresos y digitales. He escogido tres noticias, todas referidas a «Vasconia» según este periódico:
VASCONIA Y NAVARRA
Dos muertos y un herido grave al derrumbarse un muro.
Bilbao, 2.
Alrededor de las dos de la tarde se abrió una grieta en el pabellón de mercancías de pequeña velocidad de la estación del Norte y poco después se derrumbaba un paredón. Los escombros alcanzaron a los obreros Vicente Espero, de treinta y dos años; Fulgencio Ugalde, de treinta y tres, y Joaquín González, de diecinueve. Un tajo de obreros que trabajaba en las cercanías acudió en su auxilio, trasladándolos a la clínica de socorro del Ensanche, donde los dos primeros ingresaron ya cadáveres. Joaquín, después de ser asistido de primera intención, pasó al Hospital civil en gravísimo estado. Parece ser que las lluvias caídas en estos últimos días motivaron un corrimiento del paredón.
El premio mayor de la Lotería. Se ignora su paradero.
Bilbao, 2.
A las cuatro y media de la tarde no se sabía absolutamente nada respecto a quiénes podían ser los favorecidos por el «gordo» del sorteo de hoy, que ha correspondido al número 35.920. Únicamente se sabe que el número en la serie vendida en Bilbao fue expedido por la lotera viuda de Arizmendi, establecida junto a la iglesia de Santiago. Esta señora vendió los décimos hace cuatro o cinco días a diversas personas, cuyas señas desconoce. Como es ya costumbre en Bilbao, ninguno de los favorecidos por la suerte se ha sentido atraído por la publicidad y conservan aún el anónimo.
El nuevo gobernador civil.
Vitoria, 2.
En el sudexpreso ha llegado el nuevo gobernador don Luis Angulo, quien dijo a los informadores que viene con el propósito de intentar la pacificación de los espíritus, desprovisto de partidismos.
Lo primero que llama la atención, al comparar La Vanguardia de ayer con la de hoy, es ver que lo que en 1936 era información referente a Vasconia y Navarra es, en 2015, la referente al País Vasco o Euskadi, como puede verse en el titular de esta noticia. El abrazo nacionalista es hoy inseparable del lenguaje periodístico general, y su evolución en el estilo de La Vanguardia no guarda ninguna particularidad con respecto al de otros periódicos generales de hoy. Pero es curioso observar la evolución terminológica en el periódico del catalanismo histórico, aun cuando en 1936 faltaba muy poco para la aprobación del tercer estatuto de autonomía de la República española: el vasco, y el nombre Euskadi o Euzkadi (como se conocía entonces) conocía su cénit mediático. En ese momento, no obstante, el término preferido por La Vanguardia era, qué cosas, la denominación latina del territorio más o menos comprendido hoy por la comunidad autónoma vasca: el sonorísimo y rotundo Vasconia, tierra de individuos indómitos que jamás conocieron el latín ni el árabe (ni, por supuesto, a Aristóteles o Cicerón).
Analizando la primera noticia breve, me sorprenden dos cosas: que el periodista se refiera a las víctimas del derrumbamiento con el genérico de «obreros» (sin especificar el oficio, de lo que colijo que obrero aludía a su estatus socioeconómico en el distorsionado contexto político del momento, tan fermentado por el choque ideológico) y que se dieran los nombres completos de los afectados. Lo que hoy sería, grosso modo: Los operarios de la limpieza de la estación del Norte, V.E., F.U. y J.G., eran entonces hombres con nombre y apellidos. Es decir, con cara y ojos, reconocibles por una identidad completa y no por unos terribles acrónimos tras los cuales da la impresión de esconderse, en el maremágnum informativo contemporáneo, una sombra deshumanizada. Unas siglas en mayúsculas, sin vida ni historia. El periodista no pierde, eso sí, la oportunidad de aventurar la causa del derrumbamiento: Parece ser que las lluvias caídas en estos últimos días motivaron un corrimiento del paredón. En eso ayer, como hoy, el periodista se asemeja demasiado al meteorólogo de las castañuelas o al pitoniso de tele local. En ese parece ser morirá siempre el periodismo y emergerá de su cadáver el espectro fluorescente de la adivinación por quiromancia o la pura especulación supersticiosa del viejo apoyado en la valla con el precinto policial.
La segunda también tiene su intríngulis. Empiezo por el carácter vecinal que todavía tenía ese periodismo ya no tan joven de los años 30: se dice que la lotera, «viuda de Arizmendi» (la mujer, como todavía en los pueblitos, no tenía identidad separada de la de su marido, el señor Arizmendi) tenía su despacho de lotería «junto a la esquina de Santiago». No puedo sino evocar a un paisano bilbaíno indicándole a otro, por señas, el sitio a donde tiene que ir a cobrar la bonoloto: ¡allí, hombre, en donde la iglesia de Santiago! Ese rasgo comunitario, que aún -como vemos- impregnaba el trabajo periodístico en este tiempo, puede achacarse quizá al hecho de que el periodismo coetáneo, como el mundo que lo mece, tiene esa desmesura mundana que no tenía el mundo -ni consecuentemente, el periodismo- de los 30, cuando las referencias generales de la gente común no abarcaban más allá de su ciudad o provincia. Esto es entendible. Hoy, con seguridad, se diría «la administración de lotería número tal, en la calle Fulano de Cual, número 69».
No obstante, los premiados por el gordo navideño, ¡se esconden! Curiosa discreción del tocado por la varita dorada del azar. ¡Cómo se nota que entonces todavía no existía la televisión, ni los magazines mañaneros presentados por MILFs! Destacar también ese Se ignora su paradero, sujeto impersonal tras el que el periodista ampárase para, como decía Arcadi Espada en sus Diarios, trascender como con mística su papel de simple escribano y ocultar la circunstancia de que él mismo no ha podido dar con el premiado tras la escarapela brillante de Este periódico ignora; se desconoce el paradero; se ignora. ¡El ser etéreo que nos vigila desde arriba, ignora!
De la tercera me quedo con varios detalles. Qué bonito ese sudexpreso, castellanización del tren Sud-express que conectaba Lisboa con Calais pasando por Madrid e Irún. Ese halo decimonónico, tajo que atraviesa la terminología tecnológica, industrial y deportiva en la prensa española de principios del siglo XX, ha quedado ya relegado por la fastuosa acronimia de los inventos modernos: AVE, TALGO, ALVIA, etc. Cada tiempo tiene su vocabulario. Es maravilloso cómo el señor don Luis Angulo declara a los reporteros que llegaba a Vitoria «desprovisto de partidismos»: el candor con el que el periodista lo transcribe da cuenta, quizá, del honesto candor con que el propio don Luis Angulo declaraba sus intenciones, puesto que sabemos que no duraría en el cargo más de tres meses.