Hasta 1972, fecha en la que ABC y La Vanguardia dejaron de publicarse en Año Nuevo, en España se vendían periódicos el primer día del año. El 1 de enero de 1936, miércoles, ABC abrió su edición de la mañana informando del Consejo de Ministros celebrado el día anterior; reunión muy importante de la que saldría el decreto de suspensión de las Cortes cuyo anuncio dispararía la carrera electoral hacia febrero.
A pesar de que según expertos hoy el periodismo español, en lo concerniente a la información política, no es sino mera reproducción gacetillera de la verdad enlatada que transmiten los gabinetes de comunicación de los partidos, se da uno cuenta de que en 1936 el periodista también se limitaba a ubicar contextualmente las declaraciones de los ministros: descripción del tiempo y del lugar. Tenían, eso sí, la agradable costumbre de transcribir las palabras literales de los protagonistas, definiendo tipográficamente los límites de su adición periodística neta y los de la declaración oficial u oficiosa. Puesto que, y en esto también me recreo con gozo, en 1936 políticos y periodistas intercambiaban navajazos y pases de pecho en vestíbulos, aceras y salones con la cordialidad de unos gentlemans.
Quiero centrarme, por eso, en otras noticias. Sucesos e informaciones ligeras, en donde el tajo del periodista compone todo el trabajo ya que no hay ninguna declaración política con la que cuadrar el cajetín. Lo que me interesa en este juego es, precisamente, eso: observar el bisturí del hombre que escribía, y no la sucesión fotográfica del shakesperiano ruido y furia de la actualidad nacional: travelling en el que el periodista ha de tratar de ser invisible, al menos en lo posible.
Concierto en Gobernación
En uno de los halls de Gobernación, la banda de guardias de Asalto, dirigida por el maestro Marquina, interpretó el programa de concierto, mientras en su despacho oficial atendía el Sr. Portela, ayudado por el Subsecretario el Sr. Ereguren, y otros jefes del departamento, a los invitados que acudieron a saludarle
Fíjense en que todavía los anglicismos eran diferenciados en cursiva, haciéndolos constar como adiposidades lingüísticas adosadas a la cintura del castellano. La gente, y más los representantes del Estado (y sobre todo, ¡el Presidente del Gobierno!) eran tratados aún como señores, y no con ese hábito contemporáneo de apelar al sujeto noticioso -cualesquiera que éste sea- por el apellido, que es una cosa que a mí sigue levantándome suspicacias de orden no ya jerárquico, sino puramente corteses. Como nota final: el canciller de la nación trabajaba el último día del año. Destaco a continuación otra noticia:
En provincias
Reparto de comestibles a los pobres de Tortosa
La Acción Católica repartirá esta tarde entre los pobres de la localidad mil bolsas que contienen carne, embutidos, arroz, pan y turrones. La calle donde radica el palacio episcopal, donde se hace el reparto, está atestada de público, que aplaude la feliz iniciativa que permitirá a los desheredados de la fortuna celebrar la fiesta de Año Nuevo.
Constato con fruición casi viciosa que algo que no ha desaparecido del todo en el juego dialéctico de la gente común (referirse al que llega de fuera a Madrid con la etiqueta de es de provincias) encuentra en el eco del periodismo de antaño un resquicio lustroso donde agarrarse todavía en la plaza pública determinada por el lenguaje mediático. Sólo lo verán quienes, como yo, no tengan nada mejor que hacer que pasarse una tarde en la hemeroteca, pero, ¡ay! Lo que ahora es la persecución incansable de la localización periodística, de la municipalización de la información, de la aldeanización de lo noticioso, antes quedaba aparejado bajo esa fórmula tan hermosa: En provincias. Con dos golpes de mi dedo pulgar, puedo saber qué es lo que ocurre en Nueva York o Pekín gracias a mi teléfono móvil, pero las televisiones públicas y las radios (públicas y privadas) no cesan en su obsesión por contarme cuál es la ultimísima hora del barrio en donde vivo. Este contrasentido, quizá el más flagrante entre el curso natural de la realidad y su reflejo en los medios de comunicación, parece no tener remedio, al menos en España, y al menos en un plazo corto de tiempo. Siguiendo con la noticia que destaco arriba, compruebo que los periodistas de 1936 tenían menos peajes sociales que pagar a la hora de llamar a las cosas por su nombre más apropiado: ¿alguien espera encontrar mañana en algún periódico nacional la palabra pobre empleada para adjetivar la condición mísera de alguien en situación de extrema necesidad? Seguro que no.
Y sin embargo, ¡qué bella esa perífrasis del final! Desheredados de la fortuna. Sigue habiendo colas ante las casas de Cáritas en la España de 2014, igual que las había en 1936 frente a sedes de partidos católicos o parroquias vecinales. Lo que sí es distinto es eso: hoy hablamos mucho peor.