La luz del cuarto de baño

Almería es un lugar remoto y apartado. Un territorio adosado a Andalucía por el este que no se sabe muy bien qué hace ahí, todo desértico y mediterráneo. No es un lugar de paso y ni tan siquiera su puerto es importante en las rutas comerciales con el norte de África o con las islas. Quizá ese carácter fronterizo o marginal, endulzado un poco con el idilio de Hollywood, se explica por la terrible amenaza de la piratería berberisca que pesó sobre esta costa desde tiempos muy antiguos. Fue el único dominio ibérico que tuvieron los bizantinos y fue conquistada a los mahometanos bajo la cruz de San Jorge de los genoveses; por… eso la Unión Deportiva Almería viste de rojiblanco. Como siempre tuvo algo de marca militar, eso de lacónico territorio agreste igual que la Apulia italiana, el patronazgo de San Jorge le vino de perlas porque si algo distingue a este legionario romano metido a beato con oropeles es su naturaleza combativa: es el austero campeón de la Cristiandad, digamos, abandonada de la mano de Dios, o puesta en estrecheces, siendo benévolos. Con Leone y Clint Eastwood Almería regresó de algún punto ignoto de la Historia refulgiendo en los cines como la estepa espolvoreada en oro del Levante español. El estadio del Almería, llamado Del Mediterráneo, luce ahora un graderío suplementario que acorta la distancia entre la tribuna y el césped, salvando las ortopédicas y del todo aberrantes pistas de atletismo. Eso aumenta, desde luego, el ardor popular: los almerienses ya pueden verle el cogote a los rivales, y proferir insultos con esa confortable seguridad que da el saber que van a ser escuchados pero desde una prudente lejanía. Lo que vieron ayer los almerienses fue al equipo de Ancelotti probando el turbodiesel antes de lanzarse en paracaídas sobre Marruecos. En Almería pude advertir una disposición singular, o al menos parecióme. Illarra y Kroos alternan en la misma baldosa: la suya es una simbiosis extraña puesto que, en teoría, ninguno jugaba de 5 base antes de llegar al Madrid, pero ambos se adaptaron a esa piel por la exigencia del sistema.

Se da la circunstancia ahora, cuando juegan juntos, de que el puesto sólo lo puede ocupar uno, y es como si entre uno y otro hubieran acordado una custodia compartida. Francisco se desplazó hacia la izquierda, mucho; igual que al principio del curso pasado. Bale ya juega descaradamente en punta porque Benzema es el narrador omnisciente de este equipo, Ancelotti le ha dado el libre albedrío del artista. Esta disposición hacía que la transición ofensiva fluyese tan afilada como siempre, pero el Almería retornaba al contragolpe como la resaca tremenda de una ola. Varane y Pepe nunca conjugaron bien; ayer sólo lo hicieron en la esfera celeste de los balones por alto, donde los dos son cíclopes. El Almería defendió al rebato a lo largo y ancho del Estadio del Mediterráneo, con esos futbolistas-hércules que tienen estos equipos africanizados en el enfrentamiento contra los grandes. Eso incomodó mucho al Madrid, que no retenía la bola en el mediocampo: se pudo ver a Illarramendi correr más de la cuenta detrás de balón y rivales, con ese trote gracioso que tiene este hombre al correr, parecido al de un recluta desfilando. Sobre la media hora Alarcón rodeó la jugada de ataque de su equipo con un desmarque por fuera, en plan James Harden describiendo el perímetro. Llegó la pelota hasta él y la cazó con el imán, ese que también tenía Redondo. Se citó con su marcador y quebró hacia fuera, así como botándola por entre las piernas, una o dos veces, hasta hacerse con el ángulo del palo largo de la portería de Rubén y clavarla de tres a lo NBA.  Contestó raudo el Almería con un golazo de Verza. Este jugador, que tiene nombre de potaje andaluz a pesar de ser de Alicante, se echó encima del balón concentrando en el golpeo la cólera de España contra este Madrid imperator que es, resumiendo, una rabia elemental contra la plenitud madridista.

A los tres minutos, Kroos salió de un córner y por la banda se travistió de Beckham golpeando con tibieza un balón cuya trayectoria Bale acompañó insinuando el flequillo. Tras el descanso, el Madrid puso a Ronaldo con el cuchillo de matarife entre las líneas de repliegue almeriense. Ancelotti quería acabar pronto. No obstante, seguía sin haber disciplina, y Marcelo despendolábase surgiendo aquí y allí como una seta: en un ataque madridista más o menos académico, en estático, se vio su melena bamboleándose por la banda derecha. Casi como una consecuencia natural, lógica, fue por su carril por el que se coló como un tiro un almeriense que pilló al Madrid basculando con espesura. Marcelo le hizo penalty y la fiebre alta del Estadio auguraba penalidades: nada de eso, puesto que Casillas le paró a Verza un lanzamiento a media altura, ciertamente difícil, como aquel que le atajó a Etoo en el primer Clásico de Guardiola o el de la Eurocopa 2008 a Di Natale. Casillas ya lleva 2 paradas, digámoslo, importantes, que son dos elipsis sobre las que el Madrid ha construido el imponente relato de las 20 victorias consecutivas. Al momento Bale, Benzema y Ronaldo desataron por fin el nudo gordiano que impedía finiquitar la contienda y cerrar las maletas ya, pensando en Rabat: Bale de taco contra el sentido de la jugada para que Cristiano, de frente, abriese a Karim, que estaba en la casilla del jaque a Rubén, un portero ágil y decidido que evitó otras tragedias a su equipo. Benzema ofrendó en sacrificio el pase atrás, cuando todos le pedíamos la puntera abajo y la rosca, y Cristiano, al fin, sentenció con su vigésimocuarto gol en Liga. Luego metería otro, para dejarnos claro que él es como la luz del baño que dejábamos encendida de pequeños, cuando nos asustaban los fantasmas. Calma, que yo estoy aquí, etcétera.

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