Capitán América

Cuando arribé al partido, el Madrid ya ganaba 2-0. Me había perdido la primera parte porque, al fin y al cabo, todo estaba hecho ya: los búlgaros eran malos de serie B. El capítulo de la Marvel era de los llamados de transición y su principal interés radicaba en ver a Illarramendi. Se han lesionado Modric y James, y el metalúrgico de Mutriku ha alcanzado de pronto estatus de imprescindible. Como etapa llana con final en sprint, se esperaba recital de Ronaldo, empeñado en acumular maillots verdes a lo Cipollini; yo ya me cuestiono abiertamente si no resultará mejor a largo plazo el sentarle, viendo lo tieso… que llegó a Lisboa. Ancelotti no parece darle demasiada importancia al asunto de los tendones de su jugador franquicia, y ayer regalóle otros 90 minutos de puro lucimiento personal. Como en el intermedio tuve que buscar los goles en Footytube (otro de esos barcos pirata que, de modo inexplicable, siguen esquivando los cañonazos de la ley), la segunda parte me pareció una siesta insoportable. El Madrid jugueteaba con el Ludogorets con la pereza del león que deja al ratón corretear asustado por sus zarpas. La diferencia entre uno y otro equipo era abrumadora, tanto que este texto carece de sentido. Illarramendi magnetizaba todas las posesiones. Era un resorte, la baliza del mediocampo: pensé por un momento que este chico es el rey del pase horizontal, y la idea me vino como desdeñosa. Reflexionándolo más tarde, concluí que eso no tiene nada de malo, sino al contrario. ¡Fíjense en qué ha sustentado Xavi Hernández su imperio!

La horizontalidad es en fútbol moderno lo que delimita el territorio de los señores, como la valla que separa a la chusma del señor. Un coto privado de caza. Quien tiene gente capaz de ser horizontal el tiempo que haga falta, tiene medio campeonato ganado. El Madrid tiene a un cuchillo en Isco, que cuando quiere, y ayer la situación así lo requería, puede ser el más aburrido de todos los futbolistas que en el mundo son. Dígase esto sin ánimo de reproche: yo lo único que pedía es que los 90 minutos pasaran rápido, que no se lesionase nadie. El partido sirvió para volver a comprobar que Varane es el mejor defensa del mundo y que si no juega en este Madrid es sólo porque Ancelotti ha traído consigo los 7 años de vacas gordas y buenas cosechas, y Pepe resucitó de entre los muertos año y medio ha, como si aquí no hubiera pasado nada. Illarra cartografió el partido hasta que salieron Marcelo y Jesé a descontrolarlo todo. Jesé irradia un magnetismo especial: cada vez que atrapa la pelota enchufa al Madrid a la corriente. Cabrioleó como sabe aunque sin incidir demasiado porque se le notan los meses de ausencia; este chico viene con el viento de popa. Como Bale, que es el futbolista-monstruo. Tanto, que a veces parece jugar con abulia. El Bernabéu le pitó ayer, con esa inercia que tiene ese estadio a pitarle a la luna llena. Bale es mejor que Ronaldo a su edad pero el madridismo que se precia de oler a linimento cree que no es suficiente. En este club la grandeza cumple, como todo, siete años perrunos por cada 365 días humanos. Ronaldo empezó y acabó de capitán, metiendo otro penalty. A pesar de todo, no puedo quitarme de encima esa sensación de estar delante de un superhéroe saltando desde el Empire State que viene a salvar el mundo, cada vez que este tío coge el brazalete. Soy un romántico.

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