Anoche vi Interstellar. Quedé extasiado, como casi siempre que asisto a alguna de estas funciones demiúrgicas. Soy muy impresionable. No obstante, considero que, al contrario de lo que cree la gente, esto me supone una ventaja, digamos, estética: mis filtros son laxos, por decirlo de alguna manera. Entra todo, lo bueno y lo malo; luego paso el cedazo, más tarde, y voy eligiendo por intuición. La comparación con Gravity, tan manida por fácil, no procede, sobre todo en el fondo puesto que en la forma es tan mayestática y salvaje como ella: en donde Cuarón enfrenta a Darwin con el fondo animal, puramente… límbico, del hombre y su asidero divino en momentos de extrema necesidad, Nolan agarra el hilo donde lo dejó colgando Kubrick en aquella sala fantasmagórica de estilo Luis XVI. Nolan narra en dos horas y media algo que, en la vastedad de mi ignorancia cinematográfica, yo quiero llamar epopeya humana; dibuja un relato homérico que es hasta un canto al optimismo en medio de un escenario post-apocalíptico que abruma al principio, sobre todo a quien está acostumbrado a ver representado el fin del mundo de un modo más crudo y dramático. En el prólogo de Interstellar el director nos lo presenta como acolchado: se acaba el mundo, pero despacito. Si yo fuera el presidente de la Conferencia Episcopal, mandaría una circular apostólica a todas las parroquias de España para que exhortasen el próximo domingo, a todos sus fieles, a que no vayan a ver Interstellar: si en Gravity, al menos, Cuarón le concedía a la deidad el territorio ambiguo y subjetivísimo de la angustia íntima, Nolan destierra a los dioses de su creación, los desarticula con la cirugía precisa de los Teddax. Interstellar está pensada por un ateo, escrita y filmada por un convencido apasionado del género humano.
Una de las diferencias fundamentales con 2001, creo, es que Nolan siente la necesidad de contarlo todo. Lo iba pensando al volver a casa: quizá los espectadores de 2014 seamos más tontos que los de 1968, o a lo mejor la diferencia estriba en el estilo narrativo de los directores, tan opuestos. Donde la elipsis de Kubrick, Nolan traza la brocha gorda de la explicación. Casi lenta, pausada, cosa que es de agradecer por los que somos de letras. Ante todo Interstellar es un espectáculo visual y pienso que en eso es puritito cine, en el sentido más lúdico de su función social: si uno va al cine los domingos por la tarde, es, primero, para disfrutar. Y el Universo, además de cosas enrevesadas e ininteligibles para el gran público, es bello. Nolan lo presenta como Stanley, desnudo en inmensidades fordianas: a esa Endurance bordeando Saturno sólo le falta John Wayne descolgándose por el pescante de la diligencia mientras dispara a los apaches que lo persiguen por las llanuras del Colorado. En esos planos cortados por una voz que llega radiada desde la tierra y que acompaña a los cosmonautas en su viaje bíblico, en esa banda sonora de Hans Zimmer corriendo junto a las sondas espaciales, vemos también la Discovery 1 viajando hacia Júpiter con Strauss repicando sublime en las paredes intergalácticas como si aquello fueran dos gigantescas campanas tañendo la letanía del hombre que no se resigna. Yo no sé de cine, por eso esto no es una crítica. Al que me lea le voy a pedir que no me tome demasiado en serio, porque esto lo escribo aún abrazado a la butaca del cine. Interstellar me trepanó menos que Gravity porque a pesar del hilo argumental que ciñe la historia a través del amor paternofilial entre el doctor Cooper y su hija (guiñándole el ojo, por una vez, a San Pablo), su fondo es menos emocional. Darwin, al fin y al cabo, nos habla de un primate versátil que aprovecha la ventaja evolutiva para adaptarse primero y conquistar el terreno, después. Cuarón lleva la contienda al espacio para contar lo mismo, pero Nolan homenajea al evolucionismo intrínseco a nuestra animalidad racional, anulando la territorialidad. Sólo somos hombres. ¡Y nada menos que eso! Los que saben podrán entrar en menudencias técnicas y puramente científicas de la película. Yo me quedo con lo que le he oído al juglar.