Sábado por la tarde

Ganada ya la Décima y con el Mediterráneo abrochado desde Algeciras a Estambul, al Madrid se le presentó un reto inédito para esta temporada: la pax augusta. Qué hacer ahora que las legiones lo han conquistado todo. Etcétera. Ancelotti se ha aplicado a cultivar un género que por menor, no deja de lucir tan brillante como las luces de un avión aterrizando en la oscuridad: el sábado por la tarde. Ha hecho ya este Madrid del sábado su especialidad. Aquello del café, copa y puro ya está antiguo, trasnochado. Primero porque nadie tiene dinero para pagarse unos puros y luego porque algunas tascas de la España inmortal… siguen empeñándose en servir los destilados en vasos de tubo, y así no hay quien se enseñoree. Un sábado por la tarde es ahora cervezas, comilonas, siesta y goleada del Madrí: nunca en este orden. Al sabato pomeriggio quedó exiliado este Real imperial e imperioso, no se sabe muy bien por qué ladino motivo, pero eso no importa cuando en esta vida lo tienes todo. Ancelotti lo tiene todo, Florentino lo tiene todo, y hasta Sostres ha visto que la visión florentinista del fútbol y del negocio consiste en que el madridista goce durante 90 minutos de la ilusión lúdicofestiva, de parque temático, de tenerlo todo.  Llegaba el Celta al Bernabéu igual que el cazarrecompensas cruza la aldea a caballo seguido de una turbadora fama. Habían ganado en el Camp Nou tras empatar en el Calderón: también la Citroen fabrica deportivos, de vez en cuando. El Celta de Berizzo es, con certeza, un equipo potente, mucho más que aseado, que es un adjetivo terrible muy del gusto de los malos periodistas deportivos. Cuando un periodista deportivo se encuentra con uno de estos equipos consistentes, fuertes, organizados y afilados de tres cuartos de cancha hacia arriba, lo etiqueta como aseado por no saber muy bien qué decir sobre ellos: no son el Córdoba, por ejemplo, pero tampoco el Valencia, el Athletic o el Sevilla, equipos estos que marcan la frontera entre la purria y los que aspiran a jugar Europa League.

Sus tres jugadores de referencia en ataque, Orellana, Larrivey y Nolito, tienen la técnica adecuada para tejer desgracias entre las costuras de los contrarios; eso, en campos como el Bernabéu o el Camp Nou, es una virtud muy fecunda dada la inclinación histórica de Madrid y Barcelona de defender muy estirados estos partidos. Partidos de interludio entre una cosa y otra, partidos limítrofes con la Navidad o con la Copa de Europa, que se cuelan sin decir nada en el calendario y llevan los cuernos sin afeitar. No tenía Ancelotti ni a Modric, lesionado, ni a Isco, sancionado. Ordenó esta vez a Kroos y a James alrededor de Illarramendi. La desubicación no le vino bien a Kroos, quien sufrió durante todo el partido interferencias en su sistema operativo. El Kroos-9000 empezó a perder balones, fallar controles fáciles y tomar decisiones de riesgo exagerado: ocurre a veces que cuando acostumbras a un jugador a un rol determinado, diferente al que ocupó antes, en su carrera, luego, cuando por necesidad o coyuntura regresa a su hábitat, lo hace desnaturalizado y torpón. Kroos regresó al pueblo tras 6 meses haciendo la mili y ya no conocía a nadie.

Illarramendi, por contra, dispuso todo muy metódicamente: empujaba a Kroos hacia delante, la pedía todo el tiempo a los centrales y acudía aquí o allí, según el Celta hiciera oscilar la pelota en esos ratos en los que el equipo de Berizzo desasosegó al Madrid sin hacerle verdadero daño. El Celta aguantaba de firme las embestidas del Real, con un Marcelo alegre y como a él le gusta, abarcándolo todo con su caribeñismo incognoscible. Sergio, el portero, paraba bien; Cabral lideraba una zaga que basculaba con prontitud y cuando el Madrid perdía el mango del látigo, arriba, por el medio a Illarra no le bastaba con leer la Constitución para cohesionar el cierto desorden del que el Celta se aprovechaba. No obstante, el Madrid encontró soluciones distintas a las acostumbradas hasta ahora en la temporada. Bale es un futbolista capaz de recorrer en diagonal todo el campo, desde su área al córner rival, llevando la pelota como un jugador de rugby: esto crea un alboroto tremendo en los contrarios, especialmente cuando llevan tiempo haciendo las cosas bien y destruyendo con diligencia el tiralíneas madridista. Tras esas zancadas del galés todo se desparrama alrededor suya y en el caos Benzema pivota, a lo Gasol, abriendo a hachazos sutiles todo el armazón adversario. Marcelo encontró un desmarque de Ronaldo y le lanzó el pase: Ronaldo sintió la brisa de su Madeira natal y de la morriña se cayó, confundido por la camiseta verde de los celtiñas que los hacía parecer trozos ambulantes de césped. El penalti, que no fue, alteró la ecuación, y el Madrid siguió por delante en el marcador con cierta espesura en los andares. Se lesionó en la segunda parte James, y Carletto tuvo que girar otra vez la tuerca de la homeostasis metiendo a Arbeloa y Coentrao para subir a Carvajal y Marcelo; con los carrileros hormigonando el santasanctórum, Ronaldo y Bale alternaron en el 9 y entre una cosa y otra, llegaron 2 goles más sin que el Celta supiera muy bien cómo. De lo que se colige que el subgénero del sábado por la tarde es como las películas de Antena 3: este Madrid de Ancelotti presenta una trama más o menos interesante y cuando los rivales descabezan la siesta, ya están metidos en un ataúd.

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