Abrir un McDonalds en el delta del Mekong

Al minuto 2 de juego, Bale recibió la pelota. Estaba escoradísimo, arrinconado por tres vascos en el córner izquierdo del campo del Éibar. De pronto el galés giró sobre sí mismo como si alguien estuviese manejando su escorzo con un joystick y rebasando a dos marcadores con un caño, adentróse en el área rectificando en el aire, a lo Michael Jordan, en un gesto que tuvo mucho de arrepentimiento velazquiano. La jugada no terminó en gol porque Irureta, el portero local, atajó bien saliendo pronto y dejándole sin hueco para el tiro; de todas formas, Ipurúa ya había visto más fútbol que en sus 67 años de existencia… Ipurúa fue inaugurado en septiembre de 1947, dos meses antes de que lo hiciera el Santiago Bernabéu. Por el segundo han trotado las más grandes figuras de la Historia del fútbol, los equipos más formidables de cada época; en su pradera han tenido lugar fenómenos extraordinarios, partidos inmortales, finales de los torneos más prestigiosos e importantes. Por el primero, a su vez, han caminado los más fabulosos don nadies del deporte profesional, semiprofesional y amateur: gente cuya memoria sólo es invocada en frías y solitarias botellonas de invierno, cuando al agacharte para meter la mano en la bolsa de hielo y sacarla con la sensación de haberte dejado las falanges de los dedos en un empeño tan destructivo como el de subir todos los ochomiles del Himalaya pero menos glorioso, alguien te pregunta: ¿te acuerdas de Pavoni? ¿tú recuerdas al Polideportivo Ejido y su escudo compuesto de hortalizas e invernaderos?

Lo mejor que se puede decir del Éibar es que es un equipo que tiene orgullo. Y sólo por eso ya es mejor que la mitad de los equipos de Primera División. Se salvarán. Su problema ayer fue que el Madrid también tiene orgullo y además, mejores jugadores. Por eso perdieron. Los entrena Garitano, otro de los cromos manchados de chocolate que decía Mondo Moyano, y aunque viste un poco a lo hortera (como un porcentaje inquietante de los hombres españoles entre los 30 y los 40 que siempre fueron rudos hombretones que a la vejez descubrieron Zara) se nota que ha trabajado mucho a sus jugadores. Ipurúa es un campo angosto y pequeño, oscuro como boca de lobo. De eso se aprovechó el Éibar para subir mucho la línea de presión, como espoleados en el ánimo por la ausencia de Modric. Ancelotti optó para suplirlo por la menos usual de todas las opciones disponibles: bajó al 5 a Francisco Alarcón. Podía haber subido simplemente a Kroos, o puesto a Khedira como en Lisboa. Eso hubiera restado fluidez a la transición pero dado parapeto al patio trasero del centro del campo madridista. Nada de esto: Isco parece decidido a cumplir con la profecía niztscheana y transformar su SuperYo en un  centrocampista absoluto, el alfa y omega de todo. No lo hizo mal aunque se notó la bisoñez propia del orfebre puesto a limpiar la plata de los varales en la Hermandad antes de Semana Santa.

Pepe y Ramos tuvieron algunos problemas a la hora de entender que la verticalidad agresiva del Éibar en sus incursiones ofensivas requerían inteligencia en el despeje e intensidad en el corte. Carvajal regresó al once pero la lesión lo ha devuelto lento y un tanto inseguro: un vasco bravío salió echando chispas del poema de Miguel Hernández y, echándose el balón tan lejos que casi llega hasta el País Vasco francés, le ganó un sprint prodigioso que casi termina con el fondo Eskozia la brava desplomado encima de Casillas. El Madrid contestó con más intensidad y con una elaboración paciente de los ataques, cosa que terminó por destruir al Éibar puesto que se quedaron sin oportunidades de gritar y salir corriendo. Ronaldo, confirmando esa tendencia suya a convertirse en el referente moderno del futbolista total, del Di Stéfano a color, trabajó con vehemencia por la derecha dejando que Bale atrajese para sí la atención de los centrales. Mientras, Benzema en menor medida y James, minucioso constructor de lo invisible para el madridista de bar y caña aquí, tejían la red. Los goles fueron cayendo solos, siguiendo esta sucesión natural de acontecimientos. James y Ronaldo primero, aprovechando rebotes -hasta en eso el Madrid ya supera a los demás, en la gestión del balón rechazado, si nos viera la gente que se tragó la Década- y Benzema después, acabando con otro penalti para Cristiano. En las camisetas blancas lucía Fly Emirates como sponsor; en las azulgranas, Hierros Servando. Por la noche, comentando el partido, el hielo seguía estando muy frío y en el paseo marítimo del pueblo no había más que cuatro gatos. Nadie era capaz de recordar un partido histórico del Éibar, pero estoy seguro que anoche algún niño vasco se fue a la cama soñando con el escorzo de Bale al minuto 3 de partido.

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