Hace tiempo Caparrós estimulaba la imaginación del madridista como el coco escondido debajo de la cama; nos lo imaginábamos gritando, meneándose de un lado para otro con ese frenesí demente que tiene, enseñándonos los ojos muy abiertos de Michael Keaton. Diciendo buh, buh. Todo lo que Caparrós tenía de dócil en sus visitas al Bernabéu lo tornaba en terrorífico cuando el que visitaba era el Madrid. Esta es otra de las cuestiones que ha enterrado el fútbol vespertino. Es complicado vociferar a las 4 de la tarde, y más aún hacerlo en Granada, con el sol tan espléndido que hacía esta tarde en el Nuevo Los Cármenes. Entre que… el fútbol por la tarde anestesia la ira y este Madrid de centrocampistas anula cualquier atisbo de rencor social triangulando como por defecto, la fantasmagoría caparrosiana quedó diluida: apenas una sobreactuación en rueda de prensa, rompiendo un Marca y poniendo cara de pena negra, y nada más que eso. Ancelotti desplegó su equipo en la sobremesa con el once que ya recitan los niños todos los días, en el recreo. Los medios del Madrid parecen bólidos pintados por George Ham. Adquieren formas plásticas diversas sobre el césped, se contorsionan, guardan la proporción y se escalonan en la composición de manera que uno los ve desde la televisión y parecen moverse a toda pastilla por el campo cuando en realidad la que corre es la pelota. Cumpliendo el viejo adagio de los horteras y de los poetastros, es ya costumbre que en el Real galope el balón y no los hombres, como si todo estuviese ya premeditado y formase parte de algún plan.
Al minuto 1 ya ganaba el Madrid. La posesión es un artefacto ideológico de potentísimo impacto propagandístico que ha calado hondo en las mentes españolas, pero los más avispados sabemos que es una patraña. En realidad todo consiste en dos cosas: velocidad y precisión. Modric, James e Isco fueron precisos y fugaces; a la presión feroz del hercúleo Granada respondieron con toques breves, tanto que si uno parpadeaba le perdía el rastro a la pelota y lo que le quedaba de la jugada era un sfumato neblinoso. Sacó de centro el Madrid y cuando se disipó el humo sobre Los Cármenes Cristiano Ronaldo ya estaba festejando el gol. Carvajal apretó muy arriba hasta forzar el error de Murillo. Se la dio a Benzema y algunos jugadores locales se pasmaron pidiéndole cuentas al árbitro de no se qué deuda histórica para con Andalucía. Como siempre, el Estado central fue implacable y Ronaldo serró con la segueta de su pierna derecha todo rastro de esperanza granadina en el partido: su golpeo de primeras fue exquisito y desubicó por completo a Roberto revirando la pelota en sentido contrario a su estirada. El partido ya lo tenía ganado el Madrid y todavía quedaban 89 minutos por jugar; esto lo sabía Caparrós, que había alineado a una brigada de la legión extranjera francesa. Parecían todos sacados del Rif, de los presidios antillanos y de algún atolón del Pacífico: estibadores altos, fuertes y más gruesos que las paredes de algunas de las casas en las que he vivido. Sin embargo, esta gente tan férrea, hecha a lo duro del fútbol, vive de la esperanza. Son capaces de resistir 120 minutos con el marcador a 0 frente a la Brasil de Pelé pero abajo en el marcador desde tan pronto y ante un equipo en donde juega Modric, ofrecen la consistencia de un niño de tres meses.
Modric se dedicó todo el partido a demostrar que desde abril de 2013 el Madrid es suyo y no descarto que Florentino le consultara a él todos los movimientos de mercado en este verano, y no a Ancelotti. Ahora tiene a Kroos a su lado y Luka vuela libre y raso por toda la cubierta de este transatlántico madridista picoteando aquí y allí, moviendo el timón como le viene en gana y decidiendo cuánto de carbón tienen que echarle sus compañeros a la caldera. El Granada llegó dos veces y la más peligrosa de sus arrancadas vino precedida de una hostia que se dieron entre Pepe y Ramos, lo que en el argot de Homeland daría en llamarse daños colaterales. El 0-2 llegó a la media hora como por inercia pues en verdad el partido ya estaba muerto y los 3 puntos viajaban hacia Madrid en un AVE de primera clase, lo que pasa que el partido había que jugarlo por contentar al público de provincias que se había pasado un año esperando para ver torear a Belmonte en Granada. Benzema cazó un globo en el pretil derecho del área granadina y con la espuela se la dejó orbitando a James, que no esperó a que cayera y zumbó con la parte frontal del pie. Entendí el chutazo de James como la reacción natural de un zurdo ante la perspectiva tan edénica de volear fuerte un balón tan agradable. Esto sólo lo comprende quien ha jugado al fútbol alguna vez, aun siquiera entre amigos. James dejó que su niño interior lo gobernase por un segundo y el pelotazo curvó el cielo de Granada hasta las mallas de Roberto y seguramente en una provincia recóndita de la Colombia amazónica tres o cuatro asfaltadores de carreteras agitarían sus chalecos reflectantes alrededor del transistor por el que estarían oyendo el partido aprovechando los cinco minutos de descanso del cigarro. Carvajal tuvo que abandonar luego la contienda, palabra hermosa y antigua, por un tirón en el cuádriceps; salió Arbeloa y en la tasca donde lo estaba viendo algún paleto comenzó a murmurar, como siempre pasa cuando un tonto ve un cometa y no sabe lo que significa. En la segunda parte Benzema metió el 0-3 culminando la enésima jugada inverosímil tejida entre Kroos, Modric, Ronaldo, James, Isco y Marcelo; interactúan tan rápido que en una repetición a alta velocidad el fútbol de esta gente debe de verse como las líneas de tiempo esas que muestran los tuits por segundo publicados durante algún importante acontecimiento. La psyque madridista, adicta al fatalismo y a cierta pose inconformista que me recuerda al del hijo de papá que lo tiene todo pero se queja porque cada año el sitio de veraneo está peor, todavía frunce el ceño despectiva ante estas combinaciones de refinadísima orfebrería con la que, Modric al mando, el Madrid se empeña en salir de las acometidas rivales, demostrando que los caminos del Real hacia la victoria son inescrutables pero los de algunos hacia la idiocia están alumbrados por fluorescentes.