El Barcelona tiene la particularidad de desnudar al Madrid, de enfrentarlo con un espejo y despojarlo de la superioridad. Era evidente que esta vez, de un modo definitivo, el Madrid era superior a su adversario. Pero desde el pitazo inicial pareció agarrotarse de nuevo. El ictus competitivo que parecía desterrado, al principio, durante el último año de Mourinho, y después, tras la final de Copa del año pasado, regresó en forma de fantasmagoría al minuto 4. Suárez adivinó un ángulo ciego entre Kroos y Carvajal; Neymar la pisó con esa picardía de niño pobre de favela. Es sabido que los parias… no desaprovechan las oportunidades que se les presentan. Neymar alargó la zancada y el contrapié mató a Carvajal antes y a Pepe después. Se abrió un butrón en el eje de la defensa del Madrid y el golpeo con el interior al palo largo de Casillas se vio con varios segundos de antelación. Fue el 0-1 y el Bernabéu parpadeó un poco, como aturdido. Gancho con la diestra directo a la mandíbula de un estadio que se había preparado a conciencia, como un repetidor que mira septiembre como la reválida de su orgullo académico. La escenografía, brillante composición visual en los fondos y atronadora reverberación en los baffles; el Madrid se recompuso rápido porque con Ancelotti se levanta a lo De Niro en Toro Salvaje. Recordando el 3-4 del mes de marzo, encadenó repeticiones caóticas y brutales de hostias al maxilar azulgrana: Ronaldo hizo un par de raids hasta casi el punto de penalty, James drenó la herida del Barcelona en la espalda de Alves e Isco activaba el diapasón con Marcelo por la izquierda. De seguido Benzema tuvo el gol en tres lances que se sintieron en la escala Richter: una pelota diabólica de Marcelo a la espalda de Piqué, un centro rematado con el arañazo del gato en su flequillo, y la continuación con el rechace. Fue un empujón salvaje en el que el Madrid emparedó a su rival como jamás había hecho en el nuevo siglo.
Pero en las películas de Scorsese el protagonista siempre lo tira todo por la ventana y el Barcelona de Luis Enrique tuvo el juego, el set y el partido. Tras la embestida el Madrid se achicó, retrajo el ímpetu de su centro del campo hasta la garita de Peperamos. Xavi, Iniesta y Messi encontráronse con la Arcadia feliz de este equipo que ya huele a muerto pero como nos ha enseñado la HBO, hasta los muertos pueden matar. Carvajal perdía todos los asaltos con Neymar y Luis Suárez trabajaba en el cuarto oscuro del Madrid, con diagonales de filigrana. El techo se humedeció, Pepe tiraba muchos pelotazos, Ramos no coordinaba el repliegue de los laterales y Messi halló esa diagonal que hace muy poco apenas nos dejaba dormir en las noches duras del invierno. Esta vez Casillas se disfrazó de portero profesional y atajó con la rodilla en una buena salida; en una de aquellas salidas que hacía antes, intuitiva y veloz, achicando el espacio con el cuerpo y fiándolo todo a la paradoja de Schrödinger, esa que dice que mientras tengas los ojos cerrados, la pelota habrá entrado y no habrá entrado a la vez. No entró y el Madrid fue poco a poco recuperando el pulso. Lo calmó Modric, que por algo es de Los Balcanes y está acostumbrado a jugar con la alarma antiaérea sonando. El Madrid, en el Bernabéu, asume una suerte de presunción que le hace acometer sin medir. Esto redunda negativamente en las cualidades de sus futbolistas, y en las del colectivo mismo. El estrés estropea la precisión y abotarga el juicio, por eso en ataque eligieron casi siempre mal, precipitando la ruptura. El partido lucía propicio para que Marcelo brillara en su condición ciclotímica, y efectivamente, desequilibró: caracoleó entre Alves y Busquets, apoyóse en Isco como para respirar y entró en el área percutiendo, en imperiosa zancada tan suya en 2011. Pasó atrás y Piqué cometió el segundo penalty de la noche. Este se lo pitaron y Ronaldo ejecutó con guadaña de verdugo.
Había dudas sobre cómo afrontaría emocionalmente el Madrid la segunda parte pero se disiparon pronto. El saque de centro reveló la intención macabra de apuñalar. Balón a Kroos, este en largo a Marcelo, que parecía haberse saltado la formalidad de comenzar en campo propio la segunda parte; pelota al medio, Ronaldo amaga y James chuta. El Barcelona forzó un par de acciones pero el Madrid ya estaba decidido a devastar. Me jugaría una cena a que Hierro les puso avispas muertas en las botas durante el descanso. Emergieron Modric, Benzema, Alarcón y James, y por primera vez desde el advenimiento del súcubo rosarino, el Madrid saltó sobre la torre de marfil de su enemigo: tocó a la primera, desbordó con la efímera posesión individual del balón y destrozó las transiciones defensivas de Luis Enrique violentando a Xavi y Busquets en lo que siempre habían considerado su territorio natural. El tempo estaba en los pies de los centrocampistas del Madrid y aquí incluyo a Benzema, que por momentos arrancó desde la bombilla central enmascarado en los recuerdos que yo tengo de Zidane: aquella arrancada despótica, la pausa que desfibrila los tobillos rivales, el pase. Del primer córner a favor llegó el 2-1: Pepe saltó propulsado por la ira homicida que este hombre guarda por todos nosotros desde 2009. Si no llega a estar la red por medio, la pelota hubiera destrozado la valla publicitaria y quién sabe si no mandado a un steward al hospital. Con el gol el Bernabéu fue el Circo Máximo bajando el dedo sobre Luis Enrique. Éste respondió metiendo a Rakitic, Sergi Roberto y Pedrito, pero en los pulmones del Madrid cabía hoy toda la capa de Ozono. Sacó el Barcelona un córner e Isco persiguió el rebote más allá del limes, con todo el Madrid replegado delante de Casillas. Iniesta se puso nervioso, cosa rara, y lo que comenzó siendo un sprint tribunero del malagueño se convirtió en un contragolpe furibundo. Enseguida se incorporó Ronaldo y Odín se la dio, tan mal que fue un insulto a su propio esfuerzo previo. Cristiano corrigió en carrera con uno de esos adarmes que tiene a veces de estilista fino. Continuó la jugada hasta Benzema, que abrió más allá todavía. Asomó James que, como en Anfield, necesitó sólo dos toques para advertir la penetración del francés en la chica del área. Bravo agitó los brazos pero el 3-1 reventó los tímpanos de la Liga y devolvió al Madrid a un lugar muy cercano al sol que habitó siempre. Pudieron luego venir 7 goles más pero si nos lo da todo en una semana, ¿qué más podemos esperar de este Madrid?
Genial, como siempre