Regresó el Madrid a Anfield por segunda vez en su Historia. Anfield, lugar de culto, estuvo muy de moda entre los españoles que descubrieron el fútbol en la primera década del nuevo siglo. En realidad es un campo muy inglés, britanisísimo, pero más viejo que Herrerín. Es el arquetipo de los campos, tan anglosajón que hasta parece un hipódromo. El Liverpool recibió al Real con el prurito de ser, junto con el Chelsea, uno de los pocos equipos del mundo que no habían perdido nunca con el pastor de pueblos; ayer se encargó Ronaldo de finiquitarles la gracia. No sucumbió el Madrid al hado mitológico de Anfield, a su… empalagoso You´ll never walk alone, al salto de la verja rociero que hacen allí antes de cada partido, y eso que Gerrard tanteó las manos blandas de Casillas nada más empezar con uno de sus trallazos llenos de pólvora que antaño causaban estragos. Respondió bien Iker, que cuajó luego otra bonita parada, y yo creo que se encontraba muy a su gusto entre tanta reliquia; Anfield, el propio Liverpool, Gerrard, el cantito, la mística forzada de The Kop, era todo muy casillista y el portero brilló de una forma muy natural, ajustada al ambiente. Tampoco es que le tiraran mucho, puesto que este Liverpool ya no parece el equipo fresquísimo y rápido del año pasado que casi gana la Premier.
Ancelotti reajustó el lado derecho de su defensa y ordenó poner allí un control de la DGT para asustar a Sterling. Arbeloa se vistió de verde, sacó los reflectantes y la primera vez que vio venir al moreno flacucho y atómico le puso el pipo musitando: sopla aquí. Anulada la dentellada local por ese lado, el resto resultó demasiado sencillo; de fácil, fue hasta incómodo. Gerrard, versión reducida, remasterizada, de aquel box-to-box legendario, trotaba sin fuelle por delante de una defensa gelatinosa en que Skrtel paseaba su calva suicida sin criterio, como intentando abarcar todo su campo a gritos. Un océano por delante de Gerrard, Coutinho, el mejor futbolista de este equipo, miraba frustrado desde detrás del escaparate la exhibición fosforescente de los centrocampistas del Madrid. La primera parte fue para alojarla en PornHub. Sin Bale, Carletto ha dado ya carrete largo a Isco y James; afianzado Kroos en la posición de boya, Modric, Benzema y Marcelo revolotean alrededor de Alarcón entendiéndose en un lenguaje antiguo cuasi telemático que sólo Benzema es capaz de descifrar. Como Ronaldo no lo entiende, corre de un lado para otro, arriba y abajo, costado a costado, pretendiendo ser el sol sobre el que todo gire pero eso no es verdad y él también lo sabe: cuando se olvida de este artificio y se dedica a adivinar los espacios que los cinco nigromantes le descubren tras jugadas interminables de alquimia, resulta devastador. Sucedió así en el 0-1. Como un gigante en medio de Liliput, Ronaldo bajó hasta tres cuartos recibiendo de Pepe, que sin oposición alcanzó las barbas del Liverpool. Cristiano pensó con velocidad y entre él y Benzema descorcharon las dos líneas de presión locales; recibió James y en dos toques, sin moverse del sitio, acarició el balón con su zurda y sin pestañear ya estaba Ronaldo en el punto de penalty bajándola con un hebillazo.
Anfield se quedó sin voz y al Liverpool se le olvidó presionar. El 0-2 enterró a Balotelli del partido y quién sabe si lo ha desterrado por una buena temporada de los planes de Rodgers. Los centrocampistas del Madrid volvieron a contorsionar por enésima vez la parcela central por donde se derriban gobiernos y nacen imperios; de repente Isco controla, gira sobre sí mismo, avanza con la pelota solapada con velcro a su empeine derecho y nadie le tose. Los de rojo se quedaban quietos y el Madrid ganaba con comodidad hasta los rebotes, cosa inverosímil en un campo inglés: es casi como despejárselo todo por alto al Athletic aquel de Etxeberría y Urzáiz. Con la resaca de un córner Kroos se quedó con la bola en la esquina izquierda del ataque del Madrid. Nadie se movió y este Effenberg 2.0 se paró, pisó el balón, acomodó el interior y visualizó el segundo palo de Mignolet como Terminator en pelotas en aquella escena donde acababa robando una moto y una chaqueta de cuero. Benzema remató torciéndose y casi regalándosela a un compañero en el primer palo. Hace estas cosas sin quererlo, su espíritu es generoso y bonachón: disfruta dando, como Papá Noel o Rocco Sifredi. Como los grandes. La flacidez del Liverpool en defensa ruborizó a propios y a extraños en el tercer gol: Pepe remata otro córner, y de la sorpresa por no encontrar oposición le da con el pecho; Mignolet se pierde entre una nube de piernas pateando el aire y Benzema engancha la pelota con un garfio. Todo acabó ahí aunque la visceralidad del hincha madridista pedía más; en realidad la Historia quedó saciada con ese gol, y más que con eso, con la absoluta superioridad mostrada a lo largo de la segunda parte. El Real domeñó la impetuosa salida de los locales tras el descanso y pudo meter varios goles más. Anfield recibió en 2009 a una momia pero anoche los niños de Liverpool se fueron a la cama sin cenar rumiando pesadillas con esos pequeños hijos de puta que mueven como por magufería el esqueleto del campeón de Europa.