Los Levante-Real Madrid parecían postales costumbristas sobre los que nunca pasaba el tiempo, pero eso también se lo ha llevado la pax augusta del segundo año de Ancelotti. No hubo sufrimiento y eso ya se sentía en el solazo que inundaba Valencia a la hora del partido. El estadio del Levante es feo, desgradable: es un estadio que sugiere noches de insomnio, que niega la posibilidad de ser feliz ahí, al revés que otros campos como el Bernabéu y su concentración sísmica o el Camp Nou y su teatralidad. El Ciudad de Valencia es disperso y esa cualidad se transmite al césped, a lo que ocurre dentro. Pero hoy no hubo lluvia ni hubo barro, aunque sí patadas, aunque tampoco estaba Caparrós. El Levante mostró desde muy pronto que no iba a buscar al Madrid a la cueva, y que su escondite no era un búnker, sino más bien cabaña hecha con chamizo. Agujereado por las bajas, el Madrid lució un eje exótico en la retaguardia: Nacho, Marcelo y Pepe; el bueno, el feo y el malo. Sin Bale ni Benzema, la luz llovió sobre Isco y Chicharito ocupó la punta, corneando todos los burladeros. Como digo, desde el principio el Madrid se derrochó sobre el campo local. James y Alarcón fondearon en los costados, y adentrándose iban dejando los carriles para Carvajal y Marcelo; Ronaldo y Chicharito alternaban por todo el frente de ataque, en tanto que Modric cosía las transiciones ofensivas y dejaba el nido bien cuidado por Kroos, Pepe y Nacho. El repliegue del Real, las tres o cuatro veces que el Levante picó alto y hondo sobre la espalda de los dos laterales blancos, era un ejercicio de animalidad alienígena, muy lejano para la realidad de los futbolistas azulgranas. Daba la impresión de que los del Levante se quedaban mirando cómo corrían hacia atrás los madridistas con esa mezcla de asombro y desconfianza de la gente de los pueblos a la llegada de aquellos primeros cinematógrafos.
A los 10 minutos Chicharito rompió la vertical con uno de esos desmarques patilargos que no hace Benzema y que al mexicano le sirven para forzar cosas dentro del área. Juanfran, célebre jornalero del balón, lo derribó arrancándole media pierna. Penalty. Ronaldo lo tiró muy mal, a media altura y tan blanda como la mierda de pavo, pero el portero del Levante se lanzó imitando al que se cae de la cama cuando suena el despertador. Gozó el Madrid de diez minutos plenipotenciarios, en los que metió mano por todas partes al equipo local, presa del pánico. No alcanzó a definir ninguna ocasión de gol y el Levante se desperezó conquistando ese foso oscuro abierto entre la puerta de los centrales y el bastidor de Marcelo. Nacho cometió un error y eso es noticia; creo que Nacho juega el fútbol con la misma industrialidad con la que un mecánico ajusta los tornillos en una cadena de montaje. Hubo varias situaciones abruptas y en un córner el Levante casi empata. La pelota fue escupida desde la línea de fondo por Modric, mientras rebasaba por algún centímetro a un objeto inmueble no identificado vestido de naranja puesto en medio de la portería. No salpicó la sangre y quedando diez minutos para el intermezzo Chicharito aprovechó otro rush del Real, que cuando empujaba al Levante contra el zaguán de su área lo atormentaba de verdad, rumiando siempre las grietas del rival poseyendo a la vez su tiempo y su agonía. A la salida de un córner James abrochó la segunda jugada y filtró una parábola tan perfecta que Chicharito sólo tuvo que poner la frente y mirar hacia abajo para transformarla en panes y peces.
En la segunda parte la realización dejó de enfocar el campo del Madrid. Alarcón intimó con James, y Modric con Marcelo y Kroos con todos, y el partido se convirtió en una cabalgata triunfal de los centrocampistas del Madrid por el Ciudad de Valencia. La cara B de la cinta de Ancelotti, cuando no están los velociraptors o sólo uno de ellos, incluye este chill out que anestesia cualquier posibilidad de nerviosismo o esperanza del adversario. Es la mejor receta contra las salidas difíciles y parece haberla descubierto el italiano a fuerza de coleccionar futbolistas culones, bajitos y motorizados. El biotipo de Modric, Isco, James o Carvajal es el mismo y el equipo parece, cuando se juntan, somatizar esta morfología, asumirla de forma natural. La visita al Levante dejó de parecer un convoy romano por los bosques de la Galia y Ronaldo, perdido entre tanto enano tocón, metió el 0-3 a los veinte minutos de juego. El gol parecía pedirlo el Levante, harto de correr detrás de los jugadores del Madrid. La gente en Valencia exigía más patadas, qué menos, y a Isco le soltaron una al iniciar la carrera del gol pero ni siquiera Diop en forma de barricada pudo contener el slalom del malagueño. Alberto Tomba descendió con una marcialidad que recordó al primer Zidane en el Madrid y Ronaldo percutió a la Historia; de seguido Kroos adivinó un espasmo de James y con una grácil palanca le puso la bola en el pecho: aquello parecía fútbol callejero, o indoor. El 0-5 lo marcó Isco reanudando su esquí balompédico. Desnortó a tres rivales con esa cintura que tiene, de goma, inverosímil burla de la ley de Newton, y cuando se entremetía entre dos centrales más hizo así con el tobillo, como para dentro, clac, y del interior del zapato le salió un latigazo a la escuadra del Levante. El portero local ni se tiró. Para qué, pensaría. El fútbol camina hacia el futsal, esto es más que evidente desde hace un lustro, y el Madrid parece surfear la ola de la modernidad, por primera vez desde la irrupción de Iniesta. El miércoles visita Anfield, un lugar en el que todavía se adoran las viejas deidades cavernícolas.