Regresar

A los lugares en los que se ha vivido mucho, pero fugazmente, es mejor no volver. Corre el riesgo de quedar uno atrapado en un intersticio del tiempo. En esos lugares se sintió mucho; se experimentó mucho, dolió el lugar con una palpitación física, tan cierta como su recuerdo. Todo eso está impreso en las paredes, en los pasillos, en las salas y en los habitáculos. En esos sitios uno ha vivido como si nunca se fuera a acabar lo que le llevó allí: por eso es mejor no regresar. Por que lo que queda es ya una tumefacción sensorial imposible de aliviar más que con un consuelo frío y banal; un baño de saudade, triste como la palabra. Las personas, lo vivido en esos lugares en los que se ha vivido mucho, no van a volver: se queda uno atrapado, adivinando fantasmas en los rostros y en los espejos, de los otros ladrillos con los que esos lugares de vocación imperecedera continuarán habitándose con las vidas anónimas de los que fueron y serán.

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