El partido del domingo a las 9 de la noche en el Bernabéu, retransmitidos por Canal Plus, gozan de una atmósfera particular que es poco definible pero que se reconoce con facilidad. Casi siempre suelen acabar con los adversarios en la trituradora madridista. Debe ser por la ira. A las 9 de la noche, un domingo de octubre, no debería haber fútbol. Ya es demasiado engorroso para mí, que sólo tengo que desplazarme cinco minutos hasta un bar: ¡qué no será para ese padre de familia que lleva a sus hijos al estadio, y luego tiene que volver, una hora y media en metro o conduciendo! La furia homicida que de golpe nos atraviesa cuando algo nos es muy molesto, cuando algo rompe nuestro estado mental de pereza dominical, suele traducirse en rivales escaldados por un Madrid desbocado. Volvió a suceder así anoche.
El Athletic es el rival que, junto con el Barcelona, más veces ha visitado el Bernabéu. Su ratio de derrotas en este campo y en el Camp Nou es sorprendente y muy alto. Nos da cierta idea de la ternura con la que el equipo blasón de Vasconia baja a la meseta o atraviesa el antiguo reino aragonés: se decía antes que los vizcaínos hablaban muy mal, y así lo consigna Cervantes en el Quijote, dibujando como noble hasta la estupidez y tardo de sesera al vizcaíno que se da de hostias con el protagonista en un pasaje del libro. Debe ser que algo queda de todo aquello. El Athletic, que ha empezado la Liga ahogándose entre lo doméstico y lo europeo, llegó a Madrid con un maletín de cuero en donde traía el borrador que pergeña Urkullu para sacarle la última muela de juicio al Estado central refocilándose en el detritus separatista catalán, ahora que sopla tramontana fuerte. Duraron media parte, el tiempo que tardó el Madrid en destruir desde la tribuna de portavoces la tibieza argumental bilbaína.
A los dos minutos de juego, a Iraizoz le cayó un rayo. Lo gracioso es que ya le había dado tiempo al Madrid de hilvanar medio gol en una incursión por banda de Carvajal cuyo centro templado no conectó Benzema por la inusitada circunstancia de que el portero contrario salió más allá de la frontal de su área chica, cometiendo la extravagancia de despejar de puños ante la cabeza del delantero. El Madrid, como la resaca de las olas, regresó por el mismo lado: Carvajal se resbaló y el balón le quedó carnoso y lento a Bale, que con la derecha aseguró un envío enroscado hacia el segundo palo. Allí llevaba media hora colgado de una farola Cristiano Ronaldo, quien por poco no empuja a Gurpegui y al portero hacia dentro de la portería.
Sin una pausa para pestañear, Ronaldo emprendió una de esas persecuciones a lo largo de la llanura de Nuevo México que tanto le gustaban a John Ford: esta vez eran los vaqueros quienes hacían correr de espaldas a los apaches. Arrastrando la marca de tres contrarios, Cristiano planeó por la cornisa derecha del área del Athletic. De tanto amagar a De Marcos casi le da un infarto. Uno nunca sabe por dónde romperá la jugada cuando Ronaldo bufa en estampida. Esta vez se echó la pelota hacia su pierna natural y disparó fortísimo, muy abajo, pero Iraizoz tapó muy bien. La parada, lejos de las que luego haría Casillas, tuvo un mérito cierto, bastante real: el balón salió escupido hacia la cepa del poste, y Gorka, más largo que una hipoteca, demostró que los porteros también deben entrenarse en el gimnasio agachándose con plasticidad para puntearla a córner con los dedos.
La tromba cesó y contra el sentido natural del juego, el Athletic impuso su fortaleza más destacada. La poderosa línea de centrocampistas que comienza en Muniaín, por el balcón izquierdo, y acaba en Susaeta, en el pasillo derecho, se adelantó hasta la misma nariz de Ramos. Beñat, Iturraspe, Mikel Rico y un delantero desconocido pero batallador, Guillermo, untaron pegamento a todos los picaportes por donde suele desperezarse el Madrid. Sin Varane, Pepe se descolgaba hacia la orilla del mediocentro, obligando a Kroos a juntarse mucho con Ramos. El alemán acabó, por fases, jugando de lateral izquierdo, puesto que Marcelo, atento a la presión altísima de los vascos, arrostró más peligros de los que en él suelen ser rutina y amoldábase a Modric en el rellano interior por donde el Madrid intentaba zafar la asfixia a la que le sometía Valverde.
Esta consistencia bilbaína, que creó muchos problemas al Madrid durante media hora larga, se quemaba como la mecha de un petardo puesto que el Athletic era incapaz de abrigarse atrás y de apuñalar con precisión delante. La presión era buena pero el Madrid no se impacientó: Modric transitó mucho por la zona ancha, recibiendo y continuando al primer toque, sin presencia visible en la construcción del juego de su equipo pero ofreciendo soporte en carretera al pelotón madridista. Ramos y Pepe dedicáronse a chocar con Guillermo y los centrocampistas rojiblancos; en uno de estos saltos pugilísticos, Carvajal, dura mollera castellana, reventó a Beñat, quien ya quedaría inutilizado para el resto del partido. Sin acierto en la transición ofensiva, el peligro del Athletic moría siempre en el repliegue madridista, imponente cuando en el campo están hipogrifos mitológicos de exuberancia física como Pepe, Ramos o Carvajal.
Desde atrás, Kroos, Ramos y Marcelo buscaban siempre la diagonal de Bale, en parte por hendir el carril de Balenciaga y en parte por un solidario intento grupal de rehabilitar a Bale en su exilio diestro. Benzema arropaba al galés cada vez que éste lograba bajarla y pisarla, y en algunos gestos me recordó a Figo cuando, dudando de su habilidad para driblar al contrario con una gambeta como de suyo era propio, la amasaba con el interior del pie buscando alternativas a su alrededor. Llegó así el 2-0 al borde del descanso: se forzó otro córner y Benzema lo remató con la cuenca del ojo, girando todo su cuerpo en un escorzo antinatural pero efectivo.
La segunda parte empezó igual que terminó la primera. El Madrid, sin ancla, se mostraba muy soft, liviano en la quita pero apabullante una vez Kroos y Modric lograban atravesar la primera trinchera rojiblanca. El Athletic tuvo algún córner para acuchillar en corto al Madrid pero los desaprovechó sacándolos en dos toques; craso yerro con un equipo al que, anoche, sólo podía herir de esa manera. El Madrid cerró el partido con el 3-0, en un gol paradigmático: Benzema, en otro capítulo más de su colosal libro De los nuevos delanteros, un 9 para el fútbol del siglo XXII recibió de espaldas a la orientación de la jugada; con sus compañeros en cabalgata hacia Iraizoz, él la aguantó, tanto que a 3 centrales vascos los llevó hasta Luchana. Allí los derrengó y con una apertura sencilla y rasa al espacio por delante de Bale, abrió las puertas de Bilbao a la caballería liberal de la reina Isabel. Bale cedió plácido para que Ronaldo empujara, y desde ahí el Athletic bajó los brazos de una manera sonrojante, teniendo en cuenta la cacareada nobleza que es blasón en este club.
Se dedicó desde entonces el Madrid a descifrar el Códex Imperial para Cristiano Ronaldo. Buscó el gol el 7 portugués con un frenesí esquizofrénico. El Athletic, que ya ni corría, asistió impávido a un Real exótico, sueltos ya de todo amarre tanto Kroos como Modric. Jugando sin la referencia de un 5, de un Illarramendi, el Madrid sufre cuando el rival se posiciona bien, ata a Luka y ahoga a Kroos, flotando a su alrededor con gente aviesa y apuñalando el hueco entre mediocampistas y centrales. Pero ya el Athletic no hacía nada de eso: se limitaba a pedir clemencia. El Madrid, como es obvio, no la tuvo.
Ronaldo, borracho de sangre, quería más. Aun así, ofreció el 4-0 a Benzema en otro descenso alpinista por la ladera vizcaína, lanzado esta vez por Modric. Bale tuvo luego otro mano a mano, nacido de una puntada de orfebre cosida con hilo dorado entre James y Ronaldo en la frontal; ese face to face de Bale se lo vi resolver, hace ya 10 años, a Van Nistelrooy en Old Trafford frente al Deportivo, con media vaselina picada al trozo de red libre. Bale, claro, no es un 9, y Gorka atajó bien. Saltó Isco al campo y Marcelo corrió a buscarle. Entre ambos surgió otra vez esa sinergia nigromántica: se buscan, se palpan, se quieren, se huelen como dos mastines contentos de verse, son felices juntos. Alarcón, tribunero, vio que los 10 minutos que quedaban estaban para tres o cuatro verónicas y dos chicuelinas con las que encabritar al león amansado y enardecer a un Bernabéu festivo, entregado al desparrame de sus muchachos. Ronaldo acabó marcando un gol muy de Inzaghi, con el codo, medio de través en un despeje mordido, y el 5-0 se antojó corto para un Athletic sin orgullo que se dejó llevar.