Carlo Ancelotti saltó al césped coruñés de Riazor vestido muy a la italiana, con un chalequillo debajo de la chaqueta. Respeto mucho a los hombres que visten así, los que no se han plegado aún a la tiranía de las mangas de camisa, del reniego a la corbata ni del menosprecio al chalequillo. Al enfocarle durante el partido, varias veces, daba el perfil de un Soprano de Nueva Jersey. Decían que Carletto tenía atravesada La Coruña, desde aquel 4-0 del Deportivo a su Milan. Aludían los periodistas a aquella remontada como queriendo invocar algo, conjugando la proverbial equidistancia mediática para con el Madrid de algunos próceres del oficio -que es más equis que distancia, deberían emitirse Los Manolos con dos rombos para ahuyentar a los niños- con un recurso muy de moda últimamente: las estadísticas. Qué coñazo, las estadísticas, qué cruz de la tecnocracia moderna a la que el periodismo deportivo se suma como las putas se agregaban a la caravana de un ejército en la Antigüedad.
Al Deportivo lo entrena Víctor Fernández, un viejo amigo, amante, según los entendidos, del espectáculo. Casi siempre lo da, ante Madrid, Barcelona y quien se ponga por delante: no gana un partido importante desde la Recopa de Nayim, e incluso ha alternado ridículos espantosos en sus postreras apariciones por los banquillos de Primera con tertulias televisivas cuyo propósito, colijo, era el de recolocarlo dentro del panorama de agentes y presidentes verbeneros en que se mueve la cara B de la Liga española. Víctor Fernández, para no perder la costumbre, armó un Deportivo que era un souflé: inflado por los costados, presumido de cierta horizontalidad vistosa, y vacío por dentro. Al Madrid le aguantó media hora pero más por acierto de Lux, su portero, que por fortaleza propia.
Estaba Riazor extrañamente manso con el Madrid hoy. Las 4 de la tarde es una hora perfecta para el aficionado europeo, no así para el español. Ponerle al ibérico medio el Madrid a las 4, un sábado, es cortarle el rollo: enfrentarlo a una coyuntura dramática, hacerlo elegir entre dos instituciones sagradas: la siesta y el Madrí. El madridista y el antimadridista llegaron al bar maldiciendo por lo bajo de la hora y eso se notó también en las gradas de La Coruña, exentas de la animosidad acostumbrada cuando asoma por toriles el blanco nuclear. No se puede insultar bien con la barriga llena, y la modorra es la mejor morfina para el odio. Hacía, además, una tarde excelente, lucía un tibio sol por encima de la Galicia que mostraba el televisor, y el césped parecía un prado cantábrico.
Así que el Madrid se aplicó al desnudo del partido sin el nervio tensor de los últimos días. Varane ha entrado ya en escena y las señales que pueden verse en el cielo auguran que no va a salir del once más que en camilla. Ordena a Ramos, lo serena como por influjo magufo de su metro noventa de morenez polinesia. Tanto es así que vimos al Ramos más agresivo con el balón en tiempos: fueron tres o cuatro las veces que atravesó el meridiano del centro del campo con el balón cosido a la bota, mandando con ese brío que le sale a veces de torero figurón, de Hierro tatuado. Casi nunca arriesgó el pase en esas acciones, lo que nos alumbró otra certeza: Peperamos es un siamés diabólico que al separar una de sus partes se anula la bipolaridad de la otra. Arbeloa recuperó el carril derecho y Marcelo el izquierdo: incrustó su caribeñismo melenudo entre los interiores gallegos y la defensa, desangrando lentamente a los locales mediante la asociación más mortífera que tiene este Madrid: Benzema, James, Bale y Marcelo danzando en círculos alrededor de Laure, Diakité, Fariña, Bergantiños y Juan Carlos.
Era paciente el Madrid. Kroos bajó definitivamente al sótano, con Modric en perpendicular sobre él, rotando sin parar por toda la zona ancha. El Madrid simulaba casi siempre un abanico al atacar y la movilidad de Benzema resultó devastadora para Sidnei y Diakité, centrales lentos y huérfanos además de la asistencia de sus laterales. La hiperactividad de Karino destapó otra variante sobre la que parece ir tendiendo puentes Ancelotti para un próximo paso de su locomotora: Bale y Ronaldo disputábanse la posición de delantero centro permutando puestos con naturalidad, de forma espontánea, sin solaparse nunca. Las características apocalípticas de Ronaldo deben conducirlo con el tiempo a ese lugar, reducida su explosividad con los años; de momento gusta de ir entrando por entre los huecos sin dueño que dejan los centrales contrarios. Bale, muy atento también a las sinergias que la asimetría táctica de sus compañeros iba generando en el balcón del área deportivista y en los costados, trasladaba su zurda elegante a la derecha ora así conviniese; deslizaba calambrazos por la izquierda ora la jugada lo dirigiera hacia sus pastos naturales.
El primer gol vino así: Ronaldo, izado en el punto de penalty como el mástil de un galeón, acabó rematando una polifonía ejecutada con velocidad y precisión por el resto del equipo. Modric encontró a Bale y este a Arbeloa, descolgado con frecuencia en el córner izquierdo de la defensa coruñesa. Puso el interior de su bota y la pelota subió muy arriba. Llovió sin fuerza sobre la frontal del área chica y ahí vimos a Michael Jordan extendiendo sus gemelos por encima de los límites fisiológicos del hombre moderno. Ronaldo se suspendió en el aire; miré a una y otra parte, esperando ver aparecer la cartulina de Nike y a Cantona diciendo Just Do It, o algo. El cabezazo, dado con la sien, orientado casi con la primera vértebra del cuerpo de cíclope que tiene este muchacho, fue lamiendo los guantes de Lux, prometiéndole frenesí y champán hasta dejarlo plantado en el ascensor con cara de capullo.
James, que hasta entonces habíase acoplado por fin a la carta de navegación acostumbrada de Modric, metió el segundo apenas pasados unos minutos. Recibió en el pretil derecho del área deportivista y metió el pie abajo, muy abajo, donde nace el balón, segando parte del césped de un tajo limpio y preciso. La comba fue muy fotogénica y Lux sólo pudo mirar cómo entraba la pelota por su escuadra izquierda. Ciertamente, James jugó muy bien, y el gol colmó un partido fantástico, manufacturado con el mimo artesanal que se le presupone a este zurdo de seda que se mueve muy rápido por todas partes pero al que Modric parece ya haber sincronizado con su cuenta de Twitter. Cuando Luka publica, James firma el tuit: Ancelotti, quizá, haya descubierto que el orden entre sus tres centrocampistas consiste en ponerlos en fila. Todos han dado un paso hacia atrás, y desde Kroos con los centrales a James con Benzema, la rectitud de la línea de 3 ha dado al Madrid profundidad y bandas. O al menos, eso pareció en Riazor, donde el ritmo fluyó si no rápido, sí, al menos, calmado, y el balón se balanceó de banda a banda siguiendo una música coral agradable de ver, armoniosa, sin sobresaltos.
Influyó en esto la solvencia de la pareja de centrales y la atención constante de Arbeloa, en el quite y cobertura. Marcelo, liberado sindical, acudía de vez en cuando a confirmar que todo marchaba bien. Varane y Ramos, muy arriba, empujaban al Deportivo contra sus propios defensas. No obstante, al salir de vestuarios el Madrid concedió un balón lateral, el primero del partido, que se escurrió hasta el corazón del área y tropezó allí con la mano de Ramos. Estaba pegada al cuerpo o eso me lo pareció. El árbitro consideró que con la victoria del NO en Escocia era suficiente alborozo centralista en Europa y permitió al Deportivo recortar 1-3 la distancia; a la jugada siguiente Casillas colapsó algún ventrículo que otro al no atrapar (¡qué sorpresa!) un centro en su área chica: menos mal que el árbitro reconsideró su postura geopolítica y pitó falta posterior. El Deportivo comenzó a golpear el avispero pero Ancelotti atajó pronto: Illarramendi al centro y Benzema fuera. El ajuste trasladó a Ronaldo definitivamente al sitio donde muere la gente y Bale recibió un telegrama donde se le avisaba de forma urgente que acudiera a banda izquierda. Illarra, muy metódico siempre en la quita y el pase, ahormó al Madrid: Kroos y Modric dieron un paso adelante, ambos al mismo tiempo, y el Madrid cambió de dibujo. Con el croata y el alemán alineados en paralelo por encima de la hormigonera de Mutriku, James se liberó absolutamente y Marcelo animóse a puntear. Así llegó el 1-4, en el que Marcelo, una versión caribeña y despreocupada de sí mismo -que ya es decir- conectó con Bale por donde doblan las campanas y los centrales gallegos sólo pudieron observar cómo el galés picaba la pelota ante la salida de Lux, sin controlar ni pararla porque esas cosas se las deja Bale a los malos toreros.
Luego fueron llegando los goles como cerne la lluvia en otoño. Mojando poco a poco, entre Ronaldo y Bale fueron matando al Deportivo hasta el 1-6. Entonces los locales volvieron a tirar a puerta y Casillas quedó muy bien en la fotografía, reflectándose como un cono de la Guardia Civil de tráfico al recoger otro balón desde dentro de su portería. Los periodistas deportivos españoles llevan desde mayo haciendo papiroflexia semántica para disculpar a Casillas de todos los goles que recibe: cualquier día acabarán por gritar en directo la desfachatez de Fulanito por meterle un gol a Iker sin avisarles con tiempo de preparar otro truco gramático. La culpa volvió a ser, por supuesto, de la defensa. Menos mal que al final entró Chicharito y, para joder bien jodidos a estos nuevos tecnócratas que inventan el periodismo cada vez que abren la boca, metió su primer gol como madridista desde fuera del área. Es la grandeza del Madrid, que convierte a un palomero mexicano en triplista yugoslavo. El Chícharo reventó la portería del Deportivo de La Coruña dos veces en cinco minutos, ambas desde Playa del Carmen, poniéndole sal al reborde del vaso donde se sirven allí los margaritas.
http://listadeconvocados.wordpress.com/2014/09/20/somos-de-rock-and-roll/
Perdona, Lopo no ha jugado. Diakhaté sí. Por lo demás cojonudo el post.
Regards.
Tienes razón, corregido queda. Un abrazo y gracias