Hace unos días murió Emilio Botín. Leyendo, a lo largo de las siguientes jornadas, algunos tuits, y oyendo varias declaraciones en radio y televisión, recordé un cartel (más bien, pegatina) que abundó mucho por las calles durante la campaña electoral previa a las elecciones al Europarlamento del pasado mes de mayo:
Obviando alguna circunstancia, digamos, estética -la ortografía, sin ese signo de apertura en la exclamación, es tan reveladora-, la alegoría de la ilustración inunda de ternura mi sentido crítico: la metáfora (políticos mafiosos, jugando al póker con la soberanía popular y al lado, inevitable, Emilio Botín de dealer, con el dinero, continuando con la suposición argumental del conjunto, de los pobres y estafados españoles, prístinos y limpios de toda responsabilidad) es tan pueril, tan inocente, tan de transición adolescente de colegio de curas a instituto público, que no puede mover sino a la condescendencia.
La indulgencia, no obstante, se evapora cuando uno marcha a los perfiles personales de ciertos y destacados miembros del -bauticémoslo- frentepopulismo político nacional. Me estoy refiriendo, por ejemplo, al diputado Alberto Garzón, al eurodiputado Pablo Iglesias, a la activista (¡cuánta vileza, política y socialmente aceptada, contextualmente admitida como noble, contiene este eufemismo!) Ada Colau, al sindicalista Diego Cañamero y a la socialista Beatriz Talegón. Me van a permitir la licencia, pero a estos nombres, y a muchos más, los considero, si no autores, sí responsables intelectuales del subtexto colegido del dibujo panfletario de arriba: son quienes llevan años sosteniendo este mensaje, amplificándolo, manufacturándolo declaración tras declaración, tuit tras tuit, artículo tras artículo (latido a latido, uniendo aquí con el cholismo, tan cercano a esto en la demagógica simplicidad del eslogan).
Fui al perfil de esta gente, en resumen, con el propósito de averiguar qué habían dicho respecto de la muerte de una de las figuras más destacadas de todo su agitprop: el banquero dealer de voluntades, el corruptor de niños y ancianos, el icono absoluto de todo el Mal terrenal que estos redentores del género humano pretenden erradicar el día del Advenimiento Final. Empecemos por Ada Colau, la activista:
Cada uno, por supuesto, es completamente libre de sentir pena o alegría por la vida y la muerte de otras personas. Estoy de acuerdo, además, en que el trámite de morirse no absuelve a nadie de la naturaleza de sus actos en vida. Me encuentro, no obstante, con que todas las causas judiciales abiertas contra Emilio Botín a lo largo de su vida (todas referentes a supuestas evasiones fiscales y herencias no declaradas a la Hacienda española) fueron, en su momento, archivadas, mediando devoluciones multimillonarias, etcétera. Nada que decir, así, al tercer tuit. El primero termina con esto: «Llorar la muerte de un banquero». Es una perífrasis que, así dicha como coletilla al final del tuit, parece escupida, con ira. La ira también es libre, así que nada que objetar: cada uno llora lo que le apetece. Vayamos al segundo tuit, que es donde está el intríngulis: Colau afirma que Botín -y sus «secuaces»-estafó a «miles de familias». Secuaz es una palabra dura: se le dice secuaz al compañero de Billy El Niño. Convendría hablar de las miles de familias estafadas pero entonces tendría que extenderme demasiado.
Pasemos ahora al diputado Garzón:
Empecemos por el segundo tuit. Alude a la condición simbólica de Botín. Esto es muy común en los representantes del frentepopulismo español: no hay hombres, sino ideas. Conceptos. La deshumanización de la persona que está detrás de esa particularidad icónica, es evidente. Un hombre tiene familia, aficiones, también miserias y alegrías. Tiene una cotidianeidad, come dos veces por semana en casa de sus padres, va los domingos a misa o al fútbol con sus hijos. Una idea, un símbolo, en cambio, no respira ni siente, ni padece. Tampoco se equivoca, en su abstracción: es un símbolo 24/7. Por lo tanto, al ser algo etéreo, es fácilmente manipulable y también, claro, culpable: del pecado que se quiera. Botín «mandaba», según Garzón, puesto que era un «símbolo» del sistema. Es complicado insultar a un hombre. Por Internet, quizá, no tanto. A la cara sí. Decirle hijo de puta, mirándole a los ojos, de tú a tú, no es sencillo: requiere agallas, requiere proximidad, cercanía. A un símbolo, en cambio, resulta fácil hacerle de todo. Y si el hombre-símbolo está muerto, todavía más. Se infiere del primer tuit que no procede hacer loa de «un símbolo» remarcando su identidad personal y los logros materiales inherentes a ella. No sé quién ha escrito el artículo aludido en dicho tuit: supongo que «la mayor parte de la prensa» es algo así como un autor colectivo malvado cuya pluma se marchita ante el poder («¡los que mandan!») y se envalentona con «el pueblo» (¿la turba?). ¿Quién será ese ente? ¿Un brazo invisible? Otra característica de la gente como Alberto Garzón, es que no sólo aplican criterios políticos negativos -lógica de perseguido, dialéctica de la clandestinidad. Él, que es diputado en Cortes, jé- sino que, también, son hijos de la sinécdoque devastadora: «la mayor parte de la prensa piensa que».
Diego Cañamero, secretario general del Sindicato Andaluz de Trabajadores:
Es encomiable la vindicación literaria de Jorge Manrique: la muerte nos iguala, etcétera. Nótese, luego, la contraposición de imágenes: el cadáver de Botín (de nuevo, símbolo. Ese «algunos», definitivo) amortajado en lino blanco, coronado como un papa (¡otra vez Manrique!), y ese desharrapado «echado» de su hogar. Echar es un verbo revelador: es hacer salir a alguien, generalmente por la fuerza, con violencia o contra su voluntad, de alguna parte. De «su casa», concretamente, según Cañamero. Mi padre me enseñó siempre que, hasta que uno no abona la última letra de pago de una hipoteca, «tu casa no es tuya, es del banco». Mi padre nunca estudió Derecho pero siempre tuvo muy claro lo que comentábamos arriba de la responsabilidad patrimonial.
Ahora viene Pablo Iglesias, el flamante eurodiputado por Podemos:
El segundo tuit (primero en realidad, cronológicamente), empieza con una educación y una caballerosidad no halladas en los precedentes. Viene luego, claro, el «sin embargo», que introduce el mensaje. Estos hombres políticos siempre lo dicen todo con un mensaje. Debe ser tan cansado. ¡La Revolución no permite banalidades! «Botín (…) ha representado el excesivo poder político y económico de la banca en España». ¿Se referirá a los consejos de administración de las cajas, donde pacían alegremente políticos de todos los colores, incluidos también representantes de los ahora constituidos en Frente Popular redentor?
Terminamos con Beatriz Talegón, de profesión, la medra:
«No hay Botín que cien años dure». El símbolo, de nuevo. Es el símbolo como decía Baroja que era la novela: un cajón de sastre donde cabe cualquier cosa. Como el pan ese que anuncian en la tele: aguanta lo que le eches. Botín, qué duda cabe, adquirió antes de su muerte una dimensión estratosférica como símbolo: ese «tanta paz lleve como nos deja» lo esclarece extraordinariamente. El segundo tuit (primero aquí), es aún mejor. «No me alegro de la muerte de nadie…pero». ¡Ahí está, lo mejor casi siempre llega al final! El pero. La adversativa maravillosa. La marca de agua que distingue a los miserables.
He aquí. http://www.elmundo.es/opinion/2014/09/10/54109fa722601dc41f8b45b4.html?cid=SMBOSO25301&s_kw=facebook
A Sostres le sobra el prurito patricio. Pero sí