La vida de Pérez

Una asamblea de ingrávidos prohombres graves abrochaba una mesa tan larga que parecía la de Jesucristo en la Última Cena. De izquierda a derecha, un calvo con capote, varios gordos con pelliza y un treintañero aflautado, con perilla y gafas de pasta, componían el fresco: en el semblante, inquietud.

Enfrente, toda una variopinta manada de enfebrecidos, atormentados, alucinados y curiosos ejemplares de post-adolescentes frisando la cuarentena, se esparcía nerviosa por una sala mal iluminada. La penosa luz de una bombilla minimalista que, colgando encima de la tribuna principal, se vomitaba por toda la estancia, terminaba desintegrándose en minúsculos haces que amplificaban la lobreguez de la habitación. Al uso de búnkeres y refugios antiaéreos, aquel cuarto exhibía un ambiente pre-bélico, ciertamente estresante, y todo parecía allí soterrado. Enclaustrado, perseguido. Casi clandestino.

Incluso las caras de los individuos que sentábanse mirando aquella mesa larga sobre la que un papel blanquecino, a modo de mantel, sostenía tres o cuatro platos de plástico de esos que las madres ponen en los cumpleaños de sus hijos y en los que, en los pueblos, se sirve el fiambre y el queso durante las comuniones. Nadie, no obstante, de aquellos ejemplares únicos en la taxidermia humana parecía sentirse fuera de lugar: de hecho, cuatro de ellos se abalanzaron sobre el primer plato lleno de rodajas de jamón plastificado que más bien recordaba a un cartón cortado a lonchas sobre el que habían refregado el borde de una pata de ibérico ya agotada.

Camisetas de Star Wars, alguna chamarreta de equipos de la NFL, gorras beisboleras y zapatillas j´hayber engrandecían el cuadro, le daban profundidad, colorido, vistosidad velazquiana: en una silla del fondo, un escuálido flacucho de barba rala, casi somalí, como de pelo que no tiene fuerza para salir, se inclinaba sobre una tablet de marca desconocida cuando otro, un tipo que en apariencia le doblaba la edad, le preguntó desde el parapeto de sus gafas negras.

-¿Qué haces, niño?

-Preparo un podcast.

-Ah, un podcast.

De pronto, emergió una voz.

Uno, el que parecía más atrevido, se levantó rezongando, atrayendo así la atención de la mesnada.

Manoseaba un rotulador mientras se encorvaba sobre un pizarrín blanco. Gruñía, gemía y respiraba de forma entrecortada; los demás lo miraban intentando no fijarse mucho, con disimulo, por el rabillo del ojo, tosiendo y carraspeando de vez en cuando con el propósito de interrumpir la frenética actividad del hombre. Sobre el blanco de la tabla aparecían dibujadas formas extrañas, líneas rectas, curvas y geometrías difusas marcadas aquí y allí por una equis que más bien era un zarpazo del negro rotulado sobre la superficie, a modo de golpe dado con un garrote.

Poco a poco, se iba mostrando ante los ojos de todos, un mapa. El hombre se volvió musitando una letanía:

-«…y luego entramos…y….cogemos….cruzamos el palco….hasta el museo….el despacho…¡FeFé tiene la llave! Hay que acabar con FeFé….y salimos…no habrá nadie…»

El silencio que lo rodeaba pareció serenarlo de repente. Se recompuso la chaqueta de pana, algo descosida por las mangas, y se limpió de grasa la frente con un pañuelo de tela que bien podía ser un souvenir de Jersualén por la verónica que se despintaba de los lamparones.

-¡Muy bien! Ya que estamos todos aquí, comencemos. Seré breve. Hay que derrocar a Florentino Pérez. ¡Nos lo está quitando todo!

Un asentimiento plenario, apoyado en un cabeceo grupal de afirmación rotunda, recorrió la asamblea.

-Hay que actuar, afirmó bajando el tono, y la nutrida audiencia sintió la electricidad de las grandes interpelaciones recorriéndoles las entretelas.

El hombrecillo caminó hasta su asiento en la mesa principal. Sentándose, miró a sus conmilitones. Tomó un sorbo de agua, aunque del ímpetu -prueba inequívoca de que la rabia con que argüía su fidípica todavía no se había evaporado del todo- no atinó bien y dos hilillos de agua le recorrieron la pelambrera de la cara. Se limpió a la griega, ahuyentando el rubor en tanto que nadie parecía notar el cómico desafuero.

-¿Qué ha hecho Florentino Pérez por nosotros?

La pregunta sobrecogió a la variopinta audiencia. Todos se miraron entre sí, e incluso alguno se rascaba la cabeza. Parecían confundidos, ligeramente sobresaltados. En seguida el más enérgico de todos se levantó apuntando al orador con el dedo índice:

-¡Nos trajo a Zidane!

Silencio tembloroso. «Eso, eso» repetían los ecos, aquí y allí. «A Zidane, ¡nada menos!» pudo oírse, solapado con algunos carraspeos incómodos.

-Es verdad, nos trajo a Zidane. Sí, ¿y qué? ¿qué más nos ha dado Florentino Pérez? ¿eh?

-¡También trajo a Figo! ¡Y a Ronaldo!

-Vale, también fichó a esos dos. ¡Pero no son más que nombres!

-¡Y a Cristiano!

-¡Eso no hay ni que mentarlo, hombre! ¡Pues claro que trajo a Cristiano!

El hombrecillo parecía encolerizarse de súbito: la frente se le iba encarnando. Una veta púrpura le recorría toda la sien. El gallinero iba alborotándose. El tipo calvo dio un golpetazo con su capote en el extremo de la mesa, imponiendo el silencio.

-¿Pero qué más ha hecho Florentino por nosotros, además de traernos figurines?

-¡Nos salvó de convertirnos en SAD! ¡Nos libró de la bancarrota! ¡Construyó Valdebebas! ¡Aumentó los ingresos!

El vocerío aumentó considerablemente, y el hombrecillo de la chaqueta de pana parecía estar a punto de sufrir un colapso. A su izquierda, varios embozados punteaban febrilmente sus móviles. Acaso estarían tuiteando.

-¡Pero vamos a ver! ¡Que nos está quitando nuestro Madrí! ¡Las esencias!

Esta alusión relajó un tanto la jacaranda. Cesó el parlamento y un runrún fue apoderándose, otra vez, de la sala: «Los valores, los valores del Madrí…»

El orador recuperó entonces la dirección del soliloquio.

-¡Nos ha encasquetado la camiseta rosa! ¡¿Es que no lo véis?! ¡Florentino nos ha puesto un dragón! ¡Un dragón, copón bendito! ¿Qué tiene eso que ver con la tradición madridista?

El murmullo inicióse otra vez, pero en un sentido diferente. Todos comenzaron a mirarse, entre sí, con incredulidad.

-Pues a mí me gusta el dragón.

La asamblea se volvió hacia la voz solitaria. Se materializó un aire de western en la habitación. Al hombrecillo de pana se le escapaban los ojos de las órbitas.

-¡¿Qué ha hecho Florentino por nosotros, más que vendernos al mercantilismo, a las camisetas, a Adidas, a los chinos! ¡¿Qué nos importan a nosotros los putos chinos!?

-Pero los chinos compran camisetas, y así podemos fichar a buenos jugadores, apuntó uno.

-Y con buenos jugadores ganamos Copauropas.

-¡Y nos trajo a Mourinho!

La voz se volvió clamor.

-¡Mourinho, nos fichó a Mourinho!

A pesar del jaleo, tres tipos vestidos de negro, con el pelo rapado y el gesto malencarado, salieron de la penumbra y se hicieron oír zapateando el piso, como bailaores flamencos.

-¡Florentino nos ha echado del Bernabéu! ¡Le ha dado el fondo sur a los primaveros!

A pesar de la fiereza con que empezaron a moverse por la habitación, adueñándose de la escena con pavoneo de pisaverde, de una jamba de la puerta se despegó un tipo bajito, con gafas y pelo desordenado.

-Pero…pero…¿cuándo fue la última vez que pagásteis una entrada?, y la pregunta en voz alta encogió el estómago de todos los allí presentes. El que parecía el cabecilla de los rapados se encaró con el gordito, apuntándole amenazante con un dedo:

-¿Desde cuándo tenemos nosotros que pagar una entrada? ¡El Madrid es nuestro!

Algarabía. Varias sillas salieron disparadas con el impulso al levantarse de varios asamblearios, poseídos ya de una violencia interior irrefrenable. El hombrecillo se ahogaba intentando hacerse oír por encima del griterío.

-¡Señores, señores, orden! ¡Pongámonos de acuerdo todos para medrar al mismo tiempo!

En algún lugar cercano, alguien bajó los fusibles. La habitación quedó suspendida, al instante, en la oscuridad más absoluta. El ruido cesó al momento pero alguien gritó, en mitad de la confusión.

-¡Se ha ido la luz! ¡He perdido la conexión con el streaming de Gañote Madridista!

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