Cuando la mariposa aletea en el hemisferio sur

Imagínense atravesar una charca llena de cerdos. Imagínense hacerlo de noche, a oscuras. Imaginen, también, que por medio se encuentran alambre de espino enrollado por todas partes. Y cristales con la punta hacia arriba diseminados por todo el barrizal. Imagínense, ahora, que mientras lo están cruzando comienzan a apedrearles al tiempo que los cerdos corren enloquecidos chocándose entre sí, chillando y mordiéndoles el culo. Háganse a la idea de que a la vez que intentan cruzar la charca salvando todos estos obstáculos, atrona de fondo un hit en bucle de Camela. ¿Lo visualizan? Así intentó el Madrid ganar el partido de anoche. La Mara del Cholo ha perdido a sus tres mejores jugadores. Sin embargo, han fichado bien: el espíritu sigue siendo el mismo. También el dibujo. Se siente muy cómoda la tribu del Manzanares camuflándose tras la doble valla electrificada y la zanja llena de cocodrilos con la que protegen su portería. Godín y Miranda siguen siendo infranqueables: es admirable la plasticidad con la que se compenetran, la manera en que sellan la cámara sagrada. Me recuerdan a los bichos aquellos de La Momia que salían de las aberturas del interior de las pirámides y se te metían bajo la piel, destruyéndote a dentelladas. A Filipe le sustituye Siqueira, otro luisíada del mismo perfil que, incluso, tiene más querencia a los tobillos contrarios. Por la derecha, Juanfran completa el abrazo caníbal con que envuelve Simeone al adversario en tres cuartos de cancha propios. Se nota que aprendió a dragar minas en Pamplona, y que en el Atlético ha refinado su portentosa habilidad para adherirse al alerón trasero de los extremos madridistas: ¡es como si Bale y Ronaldo jugaran con KERS!

El Madrid, sin embargo, se plantó con el que parece será el esquema de los partidos grandes. A priori. Kroos adelantó su posición con respecto al partido de Cardiff, y Xabi ocupó la base. Modric y el alemán se desplegaron a ambos lados del 14 y eso hizo al Madrid menos elástico, en ambos sentidos: Peperamos no subía tanto la línea de presión, y Kroos parecía como superpuesto a Alonso, moviéndose por la misma pista de baile. Perdió profundidad el Real pero ganó solidez, aunque el Atlético no fió demasiado la pelota a la espalda de los centrales. Apenas un par de balones olisqueados por Mandziuckick, el amigable lonely soldier que ha fichado el Cholo para relevar a Costa. Mucho antes, no obstante, de que el Madrid apenas arañase el jardín con vistas a la chimenea central de la fábrica de Moyá, se guardó un minuto de silencio en el Bernabéu. Era el primer partido oficial que iba a jugar el Madrid, desde 1954, sin su mito fundacional, Di Stéfano. El silencio fue sobrecogedor, y las exequias emocionales que el club le rindió, de una solemnidad impactante. Como era natural, la oración íntima, y a la vez, colectiva, del madridismo, sólo podía ser rota por un grupo de anormales: algunos aficionados atléticos abochornaron el nombre de su institución poniéndose en evidencia con cánticos fuera de lugar. Es probable que esto no lo lean en muchos sitios a lo largo del día de hoy. Se sabe que cuando el establishment mediático sube a alguien a un altar, en España, ni siquiera la terca realidad puede desmentir ni un ápice de esa sacralidad con la que se describen a la mejor afición del mundo, o al equipo del pueblo. Sepan que todo, como siempre, es pura y simplemente mierda.

Tras el descanso, Ronaldo se quedó en la caseta y en su lugar salió James. Se pudo escuchar, entonces, un estruendo en el Bernabéu: era el murmullo de los sables en palacio anunciando un cambio de rey. Bale saltó como embebido de esa mística que desde hace ya algún tiempo lo sitúa como pretendiente real al trono. Lo malo es que el cosmos madridista sólo admite un rey, y las situaciones de bicefalia, por la propia naturaleza de club y afición, son consideradas como extraordinarias -y fugaces- excepciones: la grey madridista tiene esa condición unívoca de todos los pueblos elegidos, es monoteísta. El peso de esta circunstancia histórica lastró al galés, quien se vino al medio con Benzema para dejar los costados a James por un lado y a Carvajal por otro. Benzema consiguió entonces librarse de las cadenas: había estado todo el rato enseñándoles los papeles a la aduana atlética como si quisiera entrar en un aeropuerto de EEUU tosiendo ébola. Ancelotti alargó al equipo y Simeone encogió al suyo. Kroos zafóse de la marca de Raúl García y Saúl ya no pudo seguir más a Xabi, quien no necesitó correr tanto para mover al equipo de un lado para otro. Las costuras atléticas se veían ya, claras, como tajos de puñal, y el Madrid rozó el gol en varias acciones sueltas. El Real, abanicándose con el Bernabéu y aliado de la fatiga tempranera de agosto, volcó el estadio hacia Moyá y cada rechace era otra oportunidad. Entró Di María por Modric y Marcelo y Carvajal, y hasta casi Pepe, acamparon ya en el perímetro atlético. Un zig-zag de Kroos descorrió la cortina por la derecha. Carvajal la puso en el penalty y Benzema quiso rematarla de tacón. El ladrido de Godín dejó la bola trotando libre para que James la enchufase y el madridismo de ultramar entró en éxtasis. Entonces se vivió el clásico terremoto que provoca la universalidad del Madrid: aleteó la mariposa en Colombia, alegre, feliz, vibrante con el gol del estandarte hispano de la pax florentina, y un tsunami de madrileñismo rancio, inerte, apagado por el peso de su carcundia, abrasó La Castellana a la salida de un córner atlético. Casillas, hijo de la desidia, descubrió entonces que el gimnasio no te devuelve los años de juventud, pero sí te da gemelos con los que saltar a por balones aéreos.

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