Semana número 9
Hoy, en la radio, dijeron que iba a comenzar la Vuelta. La Vuelta ciclista a España, se entiende. También dijeron que partiría de Jerez. Ufano, el locutor reseñaba que ya estaba todo preparado en la ciudad para, aprovechando la coyuntura, enseñar al mundo la jerezanía. Las señas de identidad de nuestra tierra. Concretamente, caballos y fino. Enormes figuras hípicas acompañarían a grandes botellas de Tío Pepe, La Ina o Domeq en el escenario desde donde, en medio de atronadores ritmos aflamencados -intuyo- la élite del ciclismo internacional saldría a las carreteras a luchar por la Vuelta. ¡Vaya, qué sorpresa tan bárbara! ¡Vino fino, caballos y flamenco! Por un instante fugaz pensé que alguien, en el Ayuntamiento de Jerez -o, ¡mejor, en la sociedad civil!- habría pensado que la presencia en la ciudad de cientos de medios de comunicación retransmitiendo en directo para todo el mundo un acontecimiento de primer orden deportivo, seguido por millones de espectadores, sería una oportunidad fantástica para redefinir el paisaje mental que Jerez inspira a los individuos allende los mares. Y, de paso, el de toda Cádiz y, por qué no, Andalucía. ¿Pero qué estás diciendo, energúmeno? ¿Habrá algo más nuestro que un gitano de Jerez en lo alto de una jaca, jerezana, por supuesto? ¿Explotar otros conceptos, dices, teniendo el cante jondo y la gitanería gitana? ¡Otra maravillosa posibilidad de rediseñar las constantes vitales del sitio donde nos ha tocado vivir, que tiramos a la basura! ¡Pónme otra cuarta de fino fresquito, jefe, y no te comas el coco!