Había una vez dos paisanos bebiendo en un bar. Borrachos, se enzarzaron, y uno tumbó al otro con una terrible somanta de palos. El dador, mostrándose magnánimo, decidió acercar en su propio coche al apaleado, que era del pueblo vecino. Movióle a lástima el lamentable aspecto del camorrista vencido. Justo al entrar en las primeras calles del pueblo del ecce homo, éste resucitó de repente, como accionado por un resorte: agarró por un brazo a su benefactor y le gritó con fuerzas inusitadas que cada gallo canta en su gallinero. Como diciéndole: ahora te vas a enterar. El otro, muy tranquilo, paró el coche, se giró y le calzó una hostia en el mentón al pisaverde, de manera que quedó otra vez semiinconsciente. Al bajarlo del coche cogiéndolo por los hombros, lo tiró en medio de la calle, y antes de despedirse, le dijo con parsimonia: yo canto en el mío, y en el tuyo. Ese fue Cristiano Ronaldo ayer, en Cardiff.
Llegó la Supercopa de Europa, que desde 2012 ya no se celebra en Mónaco, y todos miraban a Bale. El dragón galés volvía al terruño vistiendo los galones de flamante general madridista, presumiendo de Copa de Europa, de goles para la Historia y, sobre todo, de pretemporada. Existe cierto consenso entre los opinadores en que la FIFA tendrá que plantearse alguna categoría especial este año para un Bale descansado, entrenado y ultra-motivado: alguien ha sugerido jugar con dos balones, o adosarle un cinturón con bolas de plomo colgando de las calzonas, para darle ventaja a sus marcadores. Aparte, el Madrid estrenaba sus nuevos juguetes. James y Kroos, las luciérnagas del Mundial. Dos superjugadores jóvenes, talentosos y carismáticos. Nuevos soles en la Vía Láctea madridista. Entonces llegó Ronaldo y meó todas las esquinas del gallinero, enseñándoles a todos una cresta más grande, más fuerte y más roja que ninguna otra de las que Florentino ha ido juntándole a Carlo Ancelotti en el vestuario.
Cardiff no tiene el glamour de Mónaco, pero para compensar, tiene la sugestión británica del escenario. Un estadio inglés, aunque esté en Gales, no tiene comparación con nada en el mundo: lo que se gesta dentro tiene por fuerza que ser épico, aunque allí juegue el Cardiff City y Gales sea un fondo de escritorio de Windows interminable. En su afán por integrarlos a todos en su parque temático, la UEFA eligió el estadio más feo de la ciudad, y no el Millennium. Cosas del establishment. Había ciertas dudas sobre cómo iban a encajar las piezas de Kroos y James en el Carlettosistema. También se esperaba un Sevilla energético, algo así como un equipo RedBull que tan bien encaja con la descripción física de Emery: un equipo vampírico, que nunca termina de morir, hecho a descoserse y volverse a coser en los partidos, habituado a las finales y empujado a un contragolpe disciplinado, de sencillez y eficacia industriales. Al final, todo fluyó de una forma muy natural: el Madrid se acopló por el talento y la supuesta superioridad física sevillista se esfumó ante la exuberancia del balance defensivo del campeón de Europa.
Kroos y Modric sujetaron el medio. La complicidad que anunciaron ayer, tanto en movimientos sin balón en repliegue como en las transiciones ofensivas propias, sonó como los motores de un B52 arrancando. El despegue fue fastuoso, pero el vuelo promete ser devastador. Modric, en el rol que más brilla, aleteó sobre la posición del alemán, transformado en mediocentro con un recorrido profundo por todo el campo de batalla. Un polaco de nombre impronunciable, Aleix Vidal y Carriço parecían las bolas del pinball empujadas aquí y allí por el passing game de los mediocentros madridistas, siempre protegidos por los 4 de atrás. Coentrao y Carvajal, mandados arriba por la insistencia de Pepe-Ramos en adelantar la presión hasta los tres cuartos de campo propio, ocupaban los espacios que la movilidad de Kroos-Modric abrían tras los laterales sevillistas, de manera que fueron continuas las permutas entre James y Bale y los carrileros. La definición del upgrade de Ancelotti a su Madrid 2015 parece ser esa: profundidad. El Madrid traspasaba con facilidad la tibia presión de Vitolo, Bacca y los centrocampistas de rojo, y acampó siempre ante la ciudadela sevillistas dominando la segunda jugada y anticipando el repliegue en las pocas pérdidas de balón que Ronaldo, Bale o Benzema se permitían en la cornisa.
Así llegaron los goles. En la primera parte, sobre la media hora de juego, Bale en banda izquierda, vio un parpadeo centelleando al otro lado, por la derecha. En el medio, Benzema hería la atención de los centrales y por la espalda de Fernando Navarro aterrizó Ronaldo para cazar el pase del dragón galés. Ronaldo se abalanzó sobre la pelota, se tragó varios hectolitros de aire y casi engulle a Nico Pareja: pareció comerse, con el gesto, a todos los que quieren hacerle abdicar en este Madrid lleno de nobles en el que él, todavía, sigue siendo primus inter pares. Pudieron llover varios goles más del cielo galés, puesto que el Madrid sacó mil córners: tal era la producción ofensiva de un equipo que parece un cohete en la lanzadera de Cabo Cañaveral. También pudo empatar el Sevilla en la única concesión del Madrid en todo el partido. James cometió tres errores de principiante en una misma jugada. Se encontró con una pelota botando en su propia área, de espaldas. Despejó mal, con la derecha: todos los genios zurdos parecen hijos de Jonh Silver el Largo y honran la memoria del padre con una pata de palo en la pierna diestra. Bacca, que es un delanterazo, se quitó de encima con dos golpes de hombro a Pepe y a Ramos (acelerados e irritantemente desordenados todo el partido): me recordó a Drogba por la manera de quitarse moscas de lo alto que tuvo, controlando además el balón y dejándole a Vitolo la ocasión propicia para empatar. Salvó Casillas con una sobria parada que será, sin duda, exagerada hasta la hipérbole por los exégetas. Es buena señal.
Ronaldo le arrancó los guantes a Beto, con un zurdazo canónico al inicio de la segunda, y desde ahí hasta el final el Sevilla bajó los brazos. Toda Europa asistió a la mutación del Madrid en un equipo sereno, consciente de su poder. Una tranquilidad que pudo apreciarse en cada pase, en cada quite: hubo una jugada que comenzó con una triangulación entre laterales y centrales, con los sevillistas azuzando arriba, y que terminó con Benzema apostando el rifle tras un peñasco del Rif. Entre medias, una combinación ultrasónica, al primer toque, en la que participaron todos menos Casillas. La sensación, el presagio, es que este Madrid, gestionando la psyque del grupo y trabajando en lo físico para impedir lesiones de gravedad, puede conquistar Marte, si se lo propone. La lucha será contra sí mismo.
Brutal arranque. Pero brutal.
Muchas gracias, Antonio