Ira de Dios

Semana número 8

El verano ha entrado ya en el mar de los Sargazos que es agosto. Son esos días, desde el 5 o el 6 hasta la última semana del mes, en que todo fluye con la ductilidad de un bloque de granito. Agosto está muy cerca de angosto, y angostas son las calles por las que transitamos en agosto. Todo se paraliza, abandona su ritmo normal. El estado de las cosas se ralentiza y cae, despeñado por una apatía general, una desidia rota sólo por pequeños gestos de extraordinaria idiocia. Como por ejemplo la indignación que alborota a los vecinos de Chipiona. Tiene que ver con Telecinco y el antro que ahora concita los focos de la televisión de variedades: La Kedá. Ciertamente, y esto se lo tengo que conceder a la gente que en Chipiona anda alzada en armas, he visto a muchos foráneos fotografiándose delante de la puerta como si detrás tuviesen el Bernabéu, la torre de Pisa o, qué sé yo, el Big Ben. Me han recordado a los paisanos que peregrinaban hasta la puerta del cortijo de Jesulín, en Ubrique, cuando Ambiciones era Falcon Crest y España sufría con el drama de aquella cenicienta de barrio pobre a la que mi propia abuela llamaba Belén con la familiaridad que dedicaba a sus nietos. Pero es curioso esto de La Kedá. Circulan por Facebook comentarios exaltados, graves y solemnes. Todos esos hombres y mujeres, buenos chipioneros, chipioneros patanegra, genuinos, sanedrín de las gentes talladas según el patrón que el Dios de la gente fetén dejó escrito en las Tablas de la Ley en un anexo de la Constitución del 78, no caben en sí de cólera: ¡la Chipiona que sale en la tele no es la Chipiona real!

Háganse cargo de la vergüenza. Ajena, claro. Varias veces estuve tentado de meterme en perfiles de gente así y escribirles en el muro mensajes subversivos. Qué coño te importa. Cállate ya, tontaco. Todos los paletos, fuera de Madrid. Ya saben, grafitis en las paredes de Pompeya mientras eructa el Vesubio. Luego lo pensé mejor: para qué jugármela, conociendo el temple de esta gente. Sin embargo, no deja de parecerme obsceno. Incluso arrogante. Hay gente que se cree, en verdad, en posesión de algún tipo de verdad, o depositaria de esencias sagradas, antiguas. Casi siempre tiene que ver con el terruño. Asusta pensar en cómo el terruño está dentro de según qué tipo de fulanos. Es como una nave nodriza flotando todo el rato sobre sus pequeñas cabezas de hormigas presuntuosas. ¡Pero qué divertido es! He descubierto Facebook como laboratorio sociológico. Pocas veces defrauda. No sé qué tipo de cosas estarán diciendo en Telecinco sobre Chipiona y La Kedá porque no tengo por costumbre encender la televisión salvo cuando juega el Madrid y lo dan en abierto. Por lo que capto aquí y allí a los doctores del Templo que pululan en la vida 2.0, y en la otra, deben ser cosas terribles. Epatadoras. Les recomendaría a los reporteros que vienen aquí que se trajeran pertrechos de guerra. Cascos, chalecos antibalas, cámaras forradas de algún material aislante, y cosas así. Nadie más que un español de pueblo sabe hasta qué punto la cosa se puede encrespar cuando a la buena gente, a la gente buena, se le toca el altar del terruño.

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